OCCIDENTE SE PONE EL UNIFORME Y
EMPUÑA LA PORRA
Criminalizar
la oposición civil a un genocidio es algo inaudito, con un fuerte olor a los
años treinta del pasado siglo
RAFAEL
POCH
Alrededores de la Universidad de Columbia (Nueva York, EEUU) durante
la noche del pasado miércoles 1 de mayo. / Anna Oakes
Desde Estados Unidos, donde el Congreso acaba de aprobar una ley que viola la primera enmienda constitucional del país sobre protección del derecho a la libre expresión, y desde Europa, especialmente Francia y Alemania, llegan las mismas imágenes de dura represión policial contra campamentos estudiantiles, detenciones, expulsión de instituciones de enseñanza de estudiantes y profesores, prohibición de actos públicos de diputados y cargos electos que son convocados a comisaría. Y por encima de ello, la basura mediática de unos medios de comunicación estructuralmente corruptos, por estar mayoritariamente en manos de magnates y volcados en el apoyo a una masacre indiscriminada, descarada y anunciada de civiles, que ha sido considerada como plausible genocidio hasta por el máximo tribunal internacional diseñado en la posguerra mundial para no irritar a sus creadores.
Criticar los
crímenes de guerra de Israel te convierte en un “partidario de Hamás”, apuntar
que la violencia del 7 de octubre contra ciudadanos israelíes, crónicamente
sufrida durante décadas por la población palestina, no surgió de la nada, sino
de un cúmulo de opresión, matanza e ilegalidad colonial, te convierte en
“justificador del terrorismo”. Criticar el papel provocador de la OTAN en el
estallido de la guerra de Ucrania y en el sabotaje de las negociaciones de paz
de Minsk y Estambul te convierte en un “partidario de Putin”, y decir que la
guerra no comenzó en febrero de 2022 sino muchos años antes es “legitimar la
invasión de Rusia”, como afirma en Europa no solo la derecha, sino también esa
“izquierda de derechas” que en algunos casos, por ejemplo los verdes alemanes,
es aún peor que la derecha tradicional.
La falaz acusación
de “antisemitismo”, que tumbó en Inglaterra a Jeremy Corbyn, un candidato
laborista sensible hacia la cuestión palestina, se lanza en Alemania y Francia
contra los raros políticos (Jean-Luc Melenchon, Sahra Wagenknecht) que se
atreven a desafiar a la ignominia. Son “antisemitas” hasta los cada vez más
numerosos sectores judíos del mundo entero que protestan contra los crímenes de
Israel y sus aliados. En Estados Unidos han detenido hasta a la candidata
presidencial del partido Verde, Jill Stein. El “antisemitismo” se utiliza para
prohibir actos e iniciativas políticas, para descalificar a académicos,
particularmente en esa Alemania cuyo gobierno se sitúa, una vez más, en el
apestoso campo de los genocidas, y para criminalizar al adversario de
izquierdas.
Criminalizar e
ilegalizar a la oposición es una tendencia recurrente en la historia europea,
pero criminalizar la oposición civil a un genocidio es algo inaudito, con un
fuerte olor a los años treinta del pasado siglo. En nombre de la lucha contra
el antisemitismo es la Europa parda y autoritaria, que entonces aniquiló a
judíos eslavos y gitanos, la que se está abriendo paso de nuevo con toda
claridad, especialmente en Francia, Alemania, y, al otro lado del Atlántico, en
Estados Unidos.
“La crisis de Gaza
se está convirtiendo en una crisis mundial de la libertad de expresión,
especialmente en países conocidos por apoyar el derecho a la manifestación
pacífica”, ha dicho esta semana la relatora especial de la ONU para la
promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y expresión, Irene
Khan. Con la concentración de cada vez más riqueza en cada vez menos manos, y
con la “libertad de información”, convertida en periodismo tóxico promotor de
la represión y el belicismo, se están borrando las últimas fronteras entre los
sistemas democráticos de baja y diferente intensidad de puertas adentro,
característicos de las potencias occidentales y compatibles con el imperialismo
y la masacre de puertas afuera, y las denostadas “autocracias” de los países
adversarios y/o emergentes, que se han demostrado mucho menos dañinos en la
esfera internacional. La crisis del capitalismo antropocénico y del declive del
dominio occidental del mundo apunta inequívocamente hacia la disolución de las
efímeras pero importantes libertades públicas. Ante el panorama que nos ofrece
la política institucional, donde los defensores de la verdad y la justicia son
minoría marginal, va quedando claro que sin activismo social nada se moverá
contra esta peligrosa ola parda y belicista que amenaza con llevárselo todo por
delante.
Respeto, por tanto,
hacia los trabajadores agrícolas de los invernaderos de Almería, uno de los
colectivos más explotados y abusados del panorama laboral español
mayoritariamente compuesto por extranjeros, por su movilización estos días en
solidaridad con Palestina. Aquí son los que más se la juegan. También hacia los
estibadores de Barcelona, que han decidido negarse a trajinar mercancías con
destino o procedentes de Israel; hacia los sindicalistas de la CGT de Navantia,
en El Ferrol, que han denunciado que dos barcos construidos allí están
“integrados en la flotilla que acompaña al mayor portaaviones de la armada
estadounidense, el Gerald R. Ford, enviado en apoyo de Israel”; y a los
estudiantes de la Universidad de Valencia, que lanzaron hace unos días el
primer campamento estudiantil español en solidaridad con Palestina.
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