LA MEMORIA QUE HABITO(NARRATIVA) 6
DUNIA
SANCHEZ
Parece que el amanecer quiere llegar, un cielo malva anaranjado fuerte me seduce. Miro ese sol que dice de una nueva jornada donde mis alas caídas se afirman a esta subsistencia. Somos hijos de las armas, hermanos consagrados al daño. No sonrías…no sonrías y tu entereza será codiciada por el exterminio. En esta distancia me pienso y medito donde estarán mis seres queridos. Ya no existen corpóreamente, habitan el olvido de este estado material y su luz brilla en un rincón de mi alma, en una apartada extensión del universo. Sus energías se perseveran en mi condición, busco sus miradas, sus alientos, su olor y los encuentro. Ahora, en este instante donde el crepúsculo de la mañana me observa, me examina, me vigila en cada uno de mis movimientos sutiles, humildes. Somos eso, polvo de estrellas y por allá seremos tripulantes en la desconocida oscuridad del espacio. Y aun así, me doy cuenta que están conmigo. Esta fortaleza, este ser de mi verticalidad, esta espera hasta que las armas callen, hasta que el hambre acabe. Admiro este despertar del día, un halito de brisa penetra en mis miembros, estoy fría, la humedad de la noche cala mis huesos y me cuesta moverme, levantarme. Y aun así, me yerto , me embarco en mis pisadas latentes de seguridad hasta la cueva. Una cueva enredada de maleza, difícil de encontrar, segura. Siento la caricia de mis abuelos. Siento esa sopa de pollo embriagando el cariño esmerado de sus manos. Las manos de mis abuelos, manos trabajadoras, hacendosas en el amor. Pero están aquí, logro tomar una visión que hace que
vengan a mí y me acaricien y me besen mientras el brío de una
hoguera a la luz de este nuevo día me calienta. El crujir de la leña recogida
es un ruido que me alimenta, que me acuna en cada una de las vivencias del
ayer. Ven mi niña, nieta mía, ven donde los vientos soplan donde el amor solo
tiene cabida. Ven mi niña, nieta mía, nunca para mí crecerás y serás esa niña
de mis ojos, de cada deseo que ampare mis sueños. Está caliente la sopa, ten
cuidado. Y su mirada con la picaresca de la felicidad me nutre, me da un
potente brebaje que sacude todos mis nervios en la entereza. Donde estarán ,
intento cogerlos, pero el humo de esta hoguera danza con la ida. El viento…el
viento arrastra sus aromas hasta la nada. Complacida me quedo estática y soy
feliz, cuando los traigo hacia mi en mi razón. Parece verlos aquí, corriendo ,
brincando a medida que esta hoguera crepita. Vienen y se van…lejos, muy lejos.
Un sendero de rosas doradas me cubre, me protege y soy hija de cada secuencia
enervada por ellos. Y vienen y van…lejos , muy lejos. Oh, qué bello. Oh, los
adoro. Oh, que visión más perfecta de la ternura de una niña con quien la ama.
Mis manos, mi cuerpo, rodean esta pequeña hoguera, su tibieza atempera mis
sentidos y me siento elevar donde los pájaros cantan. Y, cantan los pájaros,
por un dimito tiempo. Luego callan y la realidad se embiste contra mi ser.
Hijos de las armas, hermanos conclusos en el mal. No todos…no todos. Esta
hoguera parece apagarse y la avivo. Avivar en el esmero de la vida. De esta
vida donde la dualidad planea a ras de nuestros sentimientos. Un sendero de
rosas doradas me cubre, me protege y percibo el andar inesperado de ellos hacía
mí. Oh, mi niña. Porque eres una niña y siempre los serás en los ojos innatos
de este amor que te tenemos. Superviviente de naufragios, de la ira incontenida
de la venganza. Si, somos hijos de las armas. No todos…no todos.
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