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sábado, 11 de mayo de 2024

LA FAUNA HUMANA DE TWITTER

LA FAUNA HUMANA DE TWITTER

Propuesta provisional para una tipología de la actividad de escritoras y escritores en Twitter

IBAN ZALDÚA

Twitter y la polarización. / Pedripol

Me da la impresión de que ahora que Elon Musk está dejando que se vaya al garete, ha llegado el momento de proponer, de una vez por todas, una tipología sobre las formas de actuar de las y los escritores en esa red social, que quienes seguimos ahí continuamos denominando, tercamente, Twitter. A estas alturas ya contamos con la suficiente perspectiva histórica y la fundada sospecha de que en algún momento (¿pronto?) Twitter va a entrar de manera definitiva en decadencia, y a quedarse más vacío que Second Life, por lo que puede que no haya momento más propicio que este. De hecho, sospecho que a esto, como a casi todo, también llego tarde.

 

Existe, por supuesto, el o la ‘Mercachifle’ o, si se prefiere, de tipo “profesional”: en algún momento (más o menos a mediados de la década de 2010) llegó a sus oídos que Twitter era la herramienta idónea para ampliar su campo de acción comercial, objetivo al que se ha aferrado con perseverancia, sin desviarse un byte de su camino. Es decir, no sigue a ningún otro tuitero o tuitera, o casi a ninguno, no interactúa con nadie, simplemente se limita, tuit a tuit, a difundir propaganda de las obras que va publicando, de sus innumerables logros, de los premios que gana y de los eventos en que participa. De hecho, una variante sería la del tipo ‘Robótico’, que se manifiesta cuando es la editorial o el agente literario quien toma el control de la cuenta del autor o la autora, para convertirla en aún más publicitaria (si cabe). Quizá, quién sabe, esa es la forma más natural de estar en Twitter, en una época en la que la República de las letras se ha convertido, definitivamente, en Mercado.

 

El escritor-tuitero ‘Prooofundo’ se distingue por la inclusión, entre sus tuits comerciales, de frases muy elaboradas

 

 

La o el escritor-tuitero ‘Prooofundo’, por su parte, aunque no desdeña el relato en vivo y en directo (y sin solución de continuidad) de su carrera, se distingue por la inclusión, entre sus tuits comerciales, de frases y sentencias muy elaboradas, solemnes y no pocas veces crípticas, o sea, tochas, que aspiran a la forma aforística o, al menos, a la de reflexión de peso. Suele hacerlo sin dar ninguna explicación y, desde luego, sin entrar en conversación con nadie que le inquiera sobre las mismas (hay que mantener el misterio, y disimular que tales frases resultan ser, la mayoría de las veces, tramoya vacía tendente a la autoayuda). Al fin y al cabo, el ‘Prooofundo’ busca con ahínco los megusta y los retuits de toda persona que piense que así participa, por ósmosis, de las honduras de los adagios que vierte en la red de redes.

 

Casi opuesto a los dos tipos anteriores sería la o el tuitero literario ‘(Demasiado) Accesible’, o “simpático”, ese que agradece todas las referencias que le hacen directa o indirectamente, incluso las no tan positivas, que responde con amabilidad y retuitea constantemente, hasta el punto de resultar un tanto pesado. Como se ha sugerido, suele ser el campeón del retuit (cuando las referencias son positivas, claro). Es conveniente silenciarlos en nuestro timeline cada vez que publican un nuevo libro, con el fin de evitar el bombardeo de spam.

 

Con frecuencia, de ser una escritora o escritor (Demasiado) Accesible a convertirse en ‘Enganchado’ o “yonqui” de Twitter no hay más que un paso. Es quien, olvidando para qué demonios entró en la red, acaba actuando en el estilo más fanático, es decir, opinando sobre cualquier cosa o lanzando los comentarios más excéntricos y triviales, como por ejemplo, yo qué sé, mostrando al mundo la lista de discos de la colección Deutsche Grammophon que escucha cada sábado mientras friega, o incluso grabando y difundiendo vídeos supuestamente divertidos en los que aparece haciendo volatines sobre el skate, cocinando una quiche lorraine, o versioneando con bandurria temas de Taylor Swift. En tales casos es lícito preguntarse, efectivamente, en qué punto se deja de ser profesional de la escritura para convertirse en simple tuitero o tuitera, sobre todo cuando, paralelamente, se percibe una deriva descendente en la producción literaria de la persona en cuestión, tanto en cantidad como en calidad.

 

El tipo de tuitera o tuitero que denominaremos ‘Insistente’ se sitúa en esa zona, entre el (Demasiado) Accesible y el Enganchado. En realidad no produce tantos tuits, pero está tan orgulloso del comentario que acaba de escribir, que lo retuitea continuamente (algo que puede lograrse deshaciendo y retuiteando una y otra vez el tuit original), tanto que puede llegar a estar tan presente en nuestro timeline como los dos anteriores.

 

El ‘Exhibicionista’ se dedica en cuerpo y alma a mostrar los aspectos más insignificantes de su vida

 

La o el ‘Exhibicionista’, por su parte, sería una subvariante del Enganchado: se dedica en cuerpo y alma a documentar y mostrar, de palabra o de forma gráfica, los aspectos más insignificantes de su vida. Si le ha entrado la fiebre gastronómica, compartiendo y comentando fotos de los platos que cocina o le sirven en los restaurantes; si es un viajero consumado, es decir, si practica con profusión el turismo (literario o no), haciéndose selfies con paisajes pintorescos a su espalda. Este subconjunto de entre 30 y 45 años se pone muy pesado con la llegada del primer bebé, más en el caso de los padres que en el de las madres: muestran sin cesar las monerías que hace, a lo largo del día, su progenie, en particular las “perlas” que sueltan por sus pequeñas bocas, perlas que citan una y otra vez, convenientemente entrecomilladas, como si fueran obra de grandes figuras de la historia universal de la filosofía, y como si el resto de los infantes, en general, no tuvieran nunca ocurrencias de ese pelo (que a la mayoría de sus mayores, por descontado, no les parecen dignas de ser tenidas en cuenta más allá del ámbito privado).

 

No debemos confundir los anteriores tipos, en cualquier caso, con la variante ‘(Auto)Documentalista’, que no pierde de vista lo que le ha traído a la red social, pero lo lleva al extremo y, en consecuencia, da testimonio de todos y cada uno de los pasos de su proceso creativo, no pocas veces con imágenes, en las publicaciones de su perfil: cómo escribe (con pluma, por supuesto) el manuscrito de su última obra, cómo lo pasa a limpio con el procesador de textos, la minuciosa corrección de las galeradas que le ha enviado la editorial, o la elección del título y la cubierta del libro (en esos casos, como creyente en la democracia participativa que es, consulta con frecuencia a su comunidad de seguidores, para decidir a través de sus votos entre este o aquel título, o entre esta y aquella “maravillosa” ilustración para la portada). Y, por supuesto, como otros y otras escritoras, todos los detalles de sus presentaciones, sus conferencias y demás. Puede decirse que su papel es el de desmitificador: si creías que había algún misterio en la creación literaria, abandona toda esperanza (siguiendo a alguien así no te quedará más remedio que quitarte la idea de la cabeza).

 

Está también, aunque evidentemente es difícil de detectar, el o la escritora ‘Voyeur’: se mueve en Twitter bajo un perfil falso, al que quizá ha puesto los nombres y apellidos más comunes, creado con el objeto de observar a escondidas qué se cuece en la red. De vez en cuando puede darle un “me gusta”, siempre vergonzante, a las citas y noticias que puedan aparecer en su favor, o incluso retuitearlas, pero siempre con cautela, porque las y los verdaderos profesionales del voyeurismo tuitero mantienen en absoluto silencio sus perfiles, como los u-boots que circulaban por el Atlántico en la época de la IIª Guerra Mundial: al fin y al cabo, la meta de estos seres es proclamar, directa o indirectamente, que son literatos de casta, auténticos, y que no andan perdiendo el tiempo en las redes sociales, sino haciendo lo que sea que de verdad hagan los y las escritoras. Pero estar, están en Twitter, que nadie lo dude ni por un momento.

 

En el tuiterío del mundo literario es posible hallar, como ocurre en el resto (tranquilidad: no tiene nada que ver con Cortázar), la figura del ‘Perseguidor (de Casito), faltaría más. En sus publicaciones este sujeto suele lamentarse de las escasas ventas de sus libros, de que no le inviten a determinados festivales, de que no le hayan hecho suficiente espacio en el circuito de clubs de lectura o en el de congresos, de que no le hayan concedido un premio literario concreto, o incluso de que no hayan otorgado todos los aplausos que merecía en cierto evento: al fin y al cabo, con su actividad en las redes intenta subrayar lo cansado y heroico y poco valorado que está vivir de y/o para la literatura. Al igual que el tipo ‘Prooofundo’, suele hacer uso de frases crípticas y graves, a veces, para expresar de la manera (a su juicio) más trascendente la injusta Angst literaria que le embarga, y puede quejarse mucho de la cultura de la cancelación, de la que suele considerarse víctima (mientras enlaza en su tuit el enésimo artículo que ha publicado, cobrando, en algún medio, digital o analógico, de mayor o menor difusión). El ‘Perseguidor (de Casito)’ presenta una subvariante, fruto quizá de cierto cruce con el ‘Mercachifle’: el ‘Cuco Digital’, que aprovecha los hilos de escritoras y escritores (más) conocidos, como por casualidad (pero de forma totalmente artificial, al fin y al cabo), para deslizar alguna noticia acerca de su última obra maestra autoeditada, por supuesto elogiosa (noticia no pocas veces redactada en mayúsculas). Quizá sea más habitual en Facebook, pero en Twitter también puede encontrarse la huella de esta suerte de parasitismo publicitario.

 

La tuitera o tuitero literario ‘Instagramático’ es algo más reciente, ya que es consecuencia, en parte, de la popularización de algunos usos de la red social indicada: pueden incluirse dentro de esta categoría quienes muestran una tendencia exponencial a tuitear portadas de libros, sin más o, a lo sumo, acompañadas de una o dos frases, más apasionadas cuanto más estrecha es la relación de amistad con las y los autores de los mismos (o en la medida que espere obtener algún favor de estas personas, o de su entorno). Trata así de reflejar, vía red social, cuantísimo lee, y se dedica a esa tarea con la alegría de quien, de esa manera, se ha librado de la penosa tarea de escribir una crítica como está mandado: a fin de cuentas, reseñar es una labor ardua y de escasa recompensa, comparada con postear portadas. Por cierto, su variante puede ser la del tipo ‘Photoshópico’ (no estoy del todo seguro de la filiación de dicha subespecie, aunque está claro que tiene más presencia en Instagram, como era de esperar, que en Twitter). La o el Photoshópico publica las mejores fotografías que puede tomar de sí mismo, en poses lo más literarias y/o sensuales posibles; también es especialista en difundir testimonios gráficos de sus actividades y presentaciones, a menudo tomados desde los ángulos más inverosímiles, con el objeto de mostrar lo exitosas y multitudinarias que han sido (aunque la realidad puede ser muy distinta en ciertas ocasiones, lo que explicaría no pocos de los contrapicados). La colaboración de una amistad tan fiel como competente resulta imprescindible para sacar todas las instantáneas que no sean selfies. (El reverso de los seres ‘Instagramáticos’ y ‘Photoshópicos’ sería, en cierto modo, ese otro que sigue utilizando, en las solapas y en las campañas publicitarias de sus nuevos libros, las fotos promocionales que le hicieron hace una década o más y que luego resulta apenas reconocible en persona, como si acabara de pasar por la sala de maquillaje de una película postapocalíptica zombi).

 

El Photoshópico publica las mejores fotografías que puede tomar de sí mismo, en poses lo más literarias y/o sensuales posibles

 

Las y los ‘DMntores’, por su parte, llevan una doble vida en la red social: lanzan algunos tuits sobre cuestiones literarias (o de otro tipo), generalmente bastante inocuos, de esos que no te meten en problemas (la expresión que más utilizan suele ser alguna variante de la palabra “interesante”, y, aunque últimamente se está poniendo más peligroso, tienden con preferencia al “me gusta”, en lugar de al retuiteo, que siempre compromete más). Y, al tiempo, hacen un uso discrecional de la herramienta del mensaje directo (DM, “direct message”), en la que se muestran mucho más francos, qué duda cabe. Por ejemplo, para elogiar los tuits que alguien del mundo de las letras ha publicado o la obra que acaba de lanzar, o para mostrar su solidaridad con dicha persona si se ha visto enredada en una mala polémica en la red. Siempre en privado, por supuesto, y sin mojarse en la página principal de Twitter, porque ya sabemos que eso es la jungla, o algo peor…

 

Hay una subespecie tuitero-literaria, por otra parte, que puede destacarse por su fe en el poder performativo de las palabras: podemos denominarla ‘Hashtagliever’. Su principal característica es creer que hashtags o etiquetas como #poesía, #microrrelato o #belleza (o alguna otra de ese calibre, da igual en qué idioma estén escritas), añadidas a cualquier ocurrencia verbal, convierten a ésta, como por encanto, en Literatura. Conviene que, por el bien de tu salud, no abuses, a ser posible, de su lectura: el que avisa no es traidor.

 

Por otra parte, hay gentes del mundo literario en Twitter que padecen del ‘Síndrome del Novelista’: olvidan que la actividad en las redes sociales tiene más que ver, en cierto sentido, con la del aforismo o la del cuento, al menos en lo que a la extensión se refiere, y acostumbran a producir hilos inabarcables para expresar sus opiniones y contar sus historias (su variante en Facebook es la de quienes cuelgan en el muro textos hiperlargos, más extensos que un artículo de fondo para un periódico). Afortunadamente, tanto en un caso como en el otro, y a diferencia de lo que ocurre con el ‘Hashtagliever’, la propia red social ofrece la forma de evitarlo: basta y sobra con no desplegar el hilo.

 

El tipo ‘Polemizador’, ni que decir tiene, es una figura presente entre las escritoras y escritores tuiteros (tanto como entre las y los usuarios civiles, se entiende): ante cualquier mención a alguno de los temas que le obsesionan, y contrariamente a la prudencia que suele mostrar el tipo ‘DMntor’, no puede evitar entrar al trapo, no pocas veces hasta quedar en ridículo; es fácil de reconocer porque tiende a tomárselo todo a título personal y siempre intenta (re)tener la última palabra en el “debate”. Existe una variante curiosa del mismo, la del ‘Tirapiedras’, que, tras un intervalo (pueden ser horas, o incluso minutos), elimina el tuit (supuestamente) polémico que acaba de publicar; conviene que, si has detectado un comportamiento así, y pretendas en un futuro utilizar el mensaje, procedas con celeridad a guardar un pantallazo, por si las moscas.

 

Quizá haya quien argumente que no hay mucha diferencia entre el Polemizador y el ‘Políticamente Incorrecto’, pero yo diría que sí la hay: el tipo ‘Polemizador’ puede resultar un poco cargante, pero podemos pensar que su intención, en general, es buena (ridícula, a menudo, pero honesta, en el fondo). El objetivo del ‘Políticamente Incorrecto’, sin embargo, es embarrarlo todo y provocar confusión: se comporta, deliberadamente, de forma grosera, y quiere molestar a toda cosa; cree que esa es la forma natural de estar en Twitter y, viendo la evolución histórica de la red, quizá tenga razón, por desgracia (en el caso del twitterverso euskaldún, como tendencia, no suele ser raro que se sitúe en algún extremo de la izquierda abertzale oficial, o cerca de alguna de sus disidencias; en el caso hispano son más frecuentes en el extremo centro y en el rojipardismo: sí, en ese en el que tantas veces podemos prescindir del prefijo roji-). De todas formas, el ‘Políticamente Incorrecto’ no suele quedar muy lejos, en su comportamiento, del tipo ‘Ciberbully’, ni del gemelo univitelino pero anónimo de este último, el ‘Troll Literario’, sobre todo si llegan a tener la mínima sospecha de que su honor letraherido (o de otro tipo) ha sido mancillado, real o imaginariamente: no es raro que, para atacar a quien ha perpetrado la supuesta afrenta, se ayude de los tuits, anónimos o no, de sus acérrimos microseguidores. En cualquier caso, y sin excepción, suelen ser campeones del victimismo, en la línea de lo estudiado, entre otros, por el filósofo Daniele Giglioli, siempre en dura pugna, claro está, con los ‘Perseguidores (de Casito)’.

 

Los que he esbozado aquí no son más que tipos ideales, ni que decir tiene: las combinaciones de más de una variante son posibles e incluso frecuentes, diacrónica e incluso sincrónicamente. Soy consciente, por otra parte, de que algunos de estos tipos, aunque son especialmente numerosos entre la fauna literaria, no reflejan en exclusividad comportamientos gremiales específicos, sino también los de muchos tuiteros y tuiteras civiles: qué le vamos a hacer si las y los escritores, al fin y a la postre, son personas y, por lo tanto, internautas corrientes y molientes…

 

Porque esta propuesta, como señalé al principio, es absolutamente provisional: puede que al leerla se te ocurra algún tipo más de tuitera o tuitero literario. Que podrás añadir y sobre el que podrás abundar, si quieres, al hilo del tuit al que voy a enlazar de inmediato este artículo, o a los enlaces de las publicaciones que voy a hacer en Mastodon, Instagram, Facebook, Bluesky, Threads y Linkedin (por lo menos).

 

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Iban Zaldua ha escrito libros de cuentos como Etorkizuna (Alberdania 2005, traducido como Porvenir, Lengua de Trapo, 2007) y Como si todo hubiera pasado (Galaxia Gutenberg, 2018), novelas como Si Sabino viviría (Lengua de Trapo, 2005) y ensayos como Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar (Lengua de Trapo, 2012). Su último libro publicado en español es A escondidas (Páginas de Espuma, 2023). Este artículo es una la adaptación de uno escrito en euskera, que originalmente apareció de forma serial en el suplemento cultural Ortzadar.

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