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domingo, 28 de abril de 2024

LA MEMORIA QUE HABITO (NARRATIVA) 4

LA MEMORIA QUE HABITO (NARRATIVA) 4

DUNIA SANCHEZ

Todavía el frescor viene a mí. Es como manantial incesante que responde a la esperanza de que hay algo, algo queda en este planeta donde los desastres habitan. Habitamos en el sistema solar y este sistema solar habita en la galaxia de la vía láctea. Una galaxia espiral como el humo desvanecido de un cigarro que me fumo. Caigo en el asombro cuando detenidamente contemplo su auge cuando cae la noche. Y entra la madrugada, una madrugada lucida en su espectáculo, bello, sincronizado con nuestros comportamientos. Somos tan diminutos que se diría cuando intento formularlo en mi razón que no más que un islote de este gran sistema solar. Y que no es grande, solo que nuestra perspectiva se pierde en un yo, en un egocentrismo que no nos deja ver más allá. Habrán más tierras, más planetas donde la condición de vida será favorable. Pero, quién las habita. El callar conmueve mi conciencia. Un callar que se vuelve ávaro, desconfiado y viajo más allá de este sistema organizado por planetas, satélites, cometas, asteroides dependiendo del sol y sus propios ejes. Y si esa vida no estuviera muy lejos, me pregunto. 

Hago viaje interestelar, no envejezco y me sumerjo en el ayer. Atravieso un agujero negro y estoy en otra época, otro siglo distante al ahora que no es el ahora , que es el mañana. Veo la humanidad, al igual que ahora, con sus mismos desprecios a lo foráneo, con su mismo desdén al extranjero. Solo quiere poder más poder. Veo un camino , un camino oscuro que me hace temblar, sacude mi cuerpo y me dejo llevar . Cierro los ojos, me transporto en el tiempo y soy más allá de esta conciencia, una conciencia, azul, malva, blanca donde las pacíficas ganas de mi viaje me dejan ver ese más allá de esta esfera. Es como me succionaran para luego escupirme en otra dimensión, parece que floto, me respiración se atenúa y estoy aquí en la tierra, en el mismo planeta. Miro a mi derredor y una exuberante arboleda está ante mi y me veo reflejada. Soy una persona de mediana edad, de pelo castaño claro y ojos claros. Soy una persona que la desidia la abandono a un lugar remoto de las islas. Soy una persona de estatura media. Soy una mujer o no soy. Soy un ser humano. Una persona involucrada al canto de los pájaros cuando la pena no la embarga, cuando la jovialidad de un día es plausible en su corazón. Soy una persona involucrada a la no violencia. Soy una persona sin raza, sin etiquetas impregnando cada acto. Soy naturalmente neutro, mis ojos se fijan en las copas de estos árboles y no logro ver su final y no logro ver el cielo solo, la sombra de ellos, ese frescor inconfundible de la madre naturaleza. Doy un paso, me aproximo a uno de ellos y lo abrazo, su diámetro impide que mis dedos se toquen pero prietamente lo abrazo. Me transmite tranquilidad y me habla. El árbol conversa sobre lo que ha vivido a lo largo de los años, de los siglos y me cuenta su historia, que es la historia de todos. Creo escuchar una flauta o es el viento. Un viento que viene, que va y al final se desvanece. Cierro los ojos. Yo abrazado a este árbol…hacia tanto tiempo. Y aquí la vida existe, de repente pierdo el conocimiento y siento como algo me traga en su oscura masa y al abrir los ojos estoy en el mismo lugar. Otra vez en mi siglo, en el año 2050, aquí donde las mareas de plástico barren las playas vacías. Un tambor. Una noche. Las constelaciones. Mi retiro donde aun queda algo de vitalidad, de entusiasmo. Y el tambor se ronda alrededor de mí a medida que viene. Su ritmo es acompasado, sinónimo de ilusiones, de existencia, de un cambio.

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