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domingo, 11 de febrero de 2024

LA REVUELTA MARRÓN, CASI PARDA, DE LOS TRACTORES

 

LA REVUELTA MARRÓN, CASI PARDA,

 DE LOS TRACTORES

En memoria de Juanjo de Blas que, siempre lúcido y utópico, soñaba con un sindicalismo agrario alternativo.

FERNANDO LLORENTE ARREBOLA

 

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El historiador y economista americano Jason W. Moore escribe en el capítulo X de El Capitalismo en la trama de la vida (ed. Traficantes de Sueños) acerca de la importancia de los alimentos baratos en la reproducción del régimen capitalista, alimentos baratos que permiten abaratar el coste del trabajo pero que también requieren que la energía y las materias primas sean así mismo baratas.

 

Señala ahí que el modelo agrícola industrial que llegó a su máximo desarrollo con la “revolución verde”, y el posterior giro de tuerca neoliberal y globalizado, han entrado en una profunda crisis. Ya en 2015 dicho autor anunciaba que esta crisis terminal del modelo agrícola se debía “en parte a la sobreexplotación de los recursos y el aumento de los costes de producción: pero en parte ―¡y esta es una parte creciente!― consiste en la desestabilización de las condiciones de estabilidad de la biosfera y de salud biológica que se han obtenido después de siglos, milenios incluso”. En la lista de desafíos biofísicos que socavan la rentabilidad, la productividad y la propia supervivencia del modelo agro-ganadero industrial Moore pone en primer lugar al cambio climático, pero “al cambio climático le podemos añadir la subida de los costes de energía, una creciente competencia por la tierra debido a los agrocombustibles, la proliferación de especies invasoras, el efecto de las supermalezas, el final del agua barata (ya que el calentamiento global hace que se fundan los glaciares, desorganiza los patrones de precipitaciones y provoca la sobreexplotación de los acuíferos) y el descenso de la eficacia de los fertilizantes sobre al aumento de rendimientos.”

Casi una década después resulta obvio que no se ha leído leído a Moore, se ha preferido leer libelos ultras como Agroinformación y otros. De haberlo leído, igual estaríamos presenciando movilizaciones contra las medidas de verdeo de la PAC, pero no para pedir su derogación sino para denunciar su tibieza, su falta de financiación, su hipocresía, y no habrían caído en el infantilismo xenófobo de culpar a las agriculturas del Sur ―y muy específicamente a Marruecos― de sus problemas (como los franceses acusaban de los suyos a España e Italia: la cadena de racismos que se reproduce fatídicamente). Tras leer a Moore se estaría en la calle, sí, pero para exigir medidas contundentes de apoyo a la transición a un modelo agroganadero menos consumidor de petróleo y fertilizantes, con menos herbicidas y fitotóxicos, denunciando los pozos ilegales, los nuevos regadíos para los que ni hay ni habrá agua; se estarían bloqueando y boicoteando a Mercadona y al resto de las grandes superficies que ejercen una presión oligopólica sobre los precios que perciben los productores,  saboteando salvajemente las macrogranjas en las que se torturan animales al tiempo que se hunde a la ganadería familiar y extensiva o bloqueando las importaciones masivas de soja latinoamericana que han destruido la rentabilidad de la producción de nuestras leguminosas autóctonas. Se estaría  exigiendo una descarbonización integral y urgente de la economía española, de forma que se paliase en algo la catástrofe climática que está destrozando las economías rurales (después les llegará a los urbanitas, tiempo al tiempo) y exigiendo la dimisión del ministro Luis Planas, pero no por “globalista y defensor de la agenda 2030”, sino por aliado de la industria de los pesticidas, de los terratenientes y por ecocida.

 

Pero, como no parece haberse leído más que los mensajes y bulos de las redes carpetovetónicas y los pescadores en río revuelto de la extrema derecha y de la derecha extrema, se han lanzado a una campaña ―que parece orquestada― de movilizaciones en el campo, de desestabilización política, cayendo en las redes de Feijoo y Abascal que no se han resignado a la derrota que les depararon las urnas y usan todo lo que tienen a su alcance: el poder judicial, a los agricultores, los medios de comunicación, el Ibex 35, etc., para sus fines.

 

La productividad y la rentabilidad de las explotaciones agroganaderas está a la baja, esto es una realidad objetiva [...] pero culpar a la ecología de esa crisis es una manipulación ideológica peligrosa y muy mal intencionada

El desconocimiento de nuestras sociedades, mayoritariamente urbanas, de las complejas realidades del mundo agropecuario (no digamos ya del natural) hace que muchos ciudadanos bienintencionados se dejen seducir por el relato victimista de los agricultores que estos días se movilizan en todo el país al rebufo de las movilizaciones en otros países de Europa. Hace que que incluso compren el argumentario que viene a decir que la culpa de la crisis del campo es de las políticas verdes y de los ecologistas. Efectivamente, la productividad y la rentabilidad de las explotaciones agroganaderas está a la baja, esto es una realidad objetiva que ya hace casi una década anunciaba Moore y otros muchos investigadores, pero culpar a la ecología de esa crisis es una manipulación ideológica peligrosa y muy mal intencionada.

 

A las experiencias de “socialismo” estatal latinoamericano como la venezolana de Chávez, la brasileira de Lula, y la argentina de la saga kichnnerista (si es que eso se puede denominar socialismo), se las conoce como “socialismo marrón”, aludiendo al extractivismo y depredación de los recursos naturales con que se desempeñaron, en un ejemplo de cómo las izquierdas autoritarias también desprecian e ignoran los límites biofísicos y la naturaleza en general. Del mismo modo, a estas movilizaciones de sectores superdependientes del petróleo y otras materias primas baratas se las puede calificar de “revueltas marrones”.

 

La “revuelta marrón” del campo español busca culpables de su ruina (objetiva, progresiva, y lamento afirmar que sin solución en el marco estructural vigente) en Marruecos, en los ecologistas y sus medidas de “fanatismo climático”, en el animalismo, en el exceso de burocracia estatal y europea, en la agenda 2030, etc. El populismo derechas e izquierdas coincide en buscar respuestas fáciles a problemas complejos, de ahí su miseria intelectual y moral y su peligrosidad.

 

Las verdaderas causas de la ruina del campo son realmente intrincadas: el aumento del precio del petróleo, una vez que hemos llegado al pico de su extracción y empieza su declive y agotamiento, que tira del encarecimiento de los fertilizantes (una tonelada de nitrógeno requiere de dos toneladas de petróleo para su producción), y de los fitotóxicos que se emplean; los tratados de libre comercio que en la economía globalizada ponen a competir despiadadamente entre sí a los agricultores de todo el mundo, algo posible si los precios del transporte de materias primas a nivel mundial se mantienen bajos, y esto sólo se consigue “manu militari” por la vía del imperialismo (y aquí entra en juego el genocidio palestino al que asistimos impasibles y su derivada yemení, así como la guerra de Ucrania en la que, entre otras cuitas territoriales-nacionales, se dirime una batalla interimperial por la energía fósil menguante); también está el férreo control oligopólico de las grandes distribuidoras y comercializadoras de alimentación, a las que “el gobierno más progresista de la historia”, con un ministro dizque comunista al frente de consumo, no logró arrancar ni unas migajas de piedad para con los productores a los que tratan como siervos de la gleba feudales.

 

No es un error de cálculo, o desinformación: el negacionismo climático del que hacen gala y el situar al ecologismo como enemigo del campo es una estrategia política, una estrategia fascistizante

Por último, pero no menos importante, lo que está desbaratando la rentabilidad de la producción agraria es la disrupción climática, reconociéndolo incluso la nada sospechosa de ecologismo patronal de Agroseguro: las incidencias y pérdidas por sequía y otros eventos meteorológicos dañinos se han multiplicado exponencialmente en el último decenio.

 

Nuestros bienintencionados urbanitas simpatizantes de esta “revuelta marrón” deberían saber que las organizaciones agrarias mayoritarias, a las que muchas veces se denomina sindicatos, son en realidad organizaciones patronales supersubvencionadas y que gestionan las cuantiosas ayudas de la PAC. De hecho, consiguen tener tantos afiliados porque les gestionan el farragoso papeleo burocrático que los agricultores y ganaderos han de tramitar para obtener las ayudas de la PAC. También deberían saber que el mayor monto de estas ayudas de la PAC lo perciben los grandes terratenientes, y que además prolifera el fraude y la corrupción: hay sentencias firmes en las que están implicados dirigentes y gestores de ASAJA, UPA, COAG y la Unión, basta visitar la hemeroteca para comprobarlo.

 

Las ayudas de la PAC son, de hecho,  dumping y competencia desleal contra las agriculturas de fuera de la zona euro, así que cuando los de los tractores denuncian las importaciones de productos baratos del Sur, sería justo que denunciaran también que nuestro sector ganadero está haciendo competencia desleal vendiendo carne (alimentada con soja y maíz latinoamericanos) a los ganaderos de los países que nos la compran. Pero es que nuestras organizaciones agrarias son neoliberales para vender y proteccionistas para comprar: o sea trileros.

 

Y es que la “revuelta marrón” es casi parda: ASAJA principalmente, pero también las otras, llevan lustros cultivando la ecofobia (en Extremadura, por ejemplo, La Unión no pierde la ocasión de arrear a los ecologistas, todo le vale para ello, hasta el incendio del año pasado en Hurdes), acusando a los ecologistas de ser “chiringuitos subvencionados” en un ejercicio descarado de ver la paja en el ojo ajeno. Todos, incluidos los supuestamente progresistas de la COAG, han arremetido históricamente contra la biodiversidad, les estorba el lobo, los cormoranes, el meloncillo y hasta los abejarucos. Esta ecofobia se puede rastrear en su tabla de reivindicaciones: abolir la ley de bienestar animal, no aplicar medidas de reducción de emisiones a su sector... Ya han conseguido que la Comisión Europea retire su tímido plan de reducción del uso de pesticidas y van a por las muy escasas medidas de pacificación ambiental que la nueva PAC planteaba (los aplausos y carcajadas de la gran industria multinacional de fitotóxicos, transgénicos y fertilizantes se oyen hasta aquí).

 

No representan a todo el campo, no representan a la ganadería y agricultura familiares, no representan a las cooperativas de pequeños productores, y mucho menos representan al único sector que está sorteando la crisis estructural del modelo agrocapitalista: el de la agroecología

Y esto no es un error de cálculo o desinformación: el negacionismo climático del que hacen gala y el situar al ecologismo como enemigo del campo es una estrategia política, una estrategia fascistizante. Una estrategia perversa y delirante porque no hay sector que dependa más directamente de la estabilidad climática y de los servicios ambientales que procuran los ecosistemas sanos que la agricultura y la ganadería. Con lo que, negando el cambio climático y alimentándolo con sus grandes tractores y el arsenal de productos químicos, destruyendo la fertilidad de la tierra y atacando a la biodiversidad, están literalmente destruyendo las bases biofísicas de su actividad productiva, están tirando piedras contra su propio tejado.

 

No hay mayor aliado objetivo del mundo rural que la Ecología como ciencia y como movimiento (aunque desgraciadamente este tenga sus sesgos urbanitas y autocomplacientes, que no han ayudado nada a su comprensión de y por el mundo rural), no hay mayor enemigo del campo que la derecha y la extrema derecha que tiene secuestrada su representación “sindical” (en elecciones que carecen totalmente de transparencia, limpieza y legitimidad), no hay mayor enemigo de la agricultura familiar y a pequeña escala que las cúpulas de las organizaciones mayoritarias que dicen hablar en su nombre, y prueba de ello es que ninguna incluya en su tabla de reivindicaciones una histórica: la reforma agraria.

 

Necesitamos otras organizaciones sindicales agrarias que reúnan en simbiosis a las agricultoras y ganaderas que sí quieren cuidar la tierra, cuidar los alimentos y cuidar a las comunidades

Si a alguien le quedan dudas del carácter “marrón casi pardo” de la revuelta de los tractores le voy a dar dos datos más: estas organizaciones se han negado y resistido a aplicar las subidas del Salario Mínimo Interprofesional a sus peones, estas organizaciones que destilan racismo en sus ataques a Marruecos se han aprovechado y se aprovechan de la explotación de la mano de obra inmigrante (con ejemplos tan sangrantes como el de las freseras de Huelva) o las condiciones infrahumanas en que se tiene a los trabajadores migrantes de “la huerta de Europa” almeriense-murciana. Y, por otro lado, es patente que a esta gente no le preocupa nada más que mantener su nivel de vida (que si lo comparamos con otros agricultores del mundo sólo puede ser calificado de privilegiado), no les preocupan los alimentos, no les preocupa la salud de las personas; de otro modo no estarían reivindicando con tanta virulencia el uso de todo el arsenal químico venenoso ―que les sirve, entre otros, Monsanto― y escucharían las evidencias científicas y médicas sobre el carácter cancerígeno de,  por ejemplo, el glifosato con el que riegan campos y aguas a discreción todos los años.

 

Es esta una revuelta marrón casi parda de tractores (mayormente comprados con subvenciones estatales y europeas) que colapsan autopistas y ciudades, en un movimiento consentido por las autoridades del Estado, esas mismas autoridades que acusan de terrorismo a los que hicieron lo mismo en Catalunya con el Tsunami Democratic.

 

La buena noticia es que ni ASAJA, ni UPA, ni COAG, ni la Unión, ni mucho menos esos extremistas utilizados por VOX y el PP que se mueven en la oscuridad “asindical” (calificaba este medio, como si los otros fueran sindicatos) representan al campo. Por lo menos no representan a todo el campo, no representan a la ganadería y agricultura familiares, no representan a las cooperativas de pequeños productores, y mucho menos representan al único sector que está sorteando la crisis estructural del modelo agrocapitalista: el de la agroecología, que incluso crece y aumenta año a año su todavía, por desgracia, minoritario peso productivo. Aquí es dónde el sueño de mi amigo y compañero Juanjo (ecoagricultor pionero de La Campiña de Guadalajara) ha de ponerse en marcha: necesitamos otras organizaciones sindicales agrarias que reúnan en simbiosis a las agricultoras y ganaderas que sí quieren cuidar la tierra, cuidar los alimentos y cuidar a las comunidades.

 

Y aquí para acabar también tenemos que citar a Moore: “la lucha de clases del siglo XXI girará en gran medida en torno a cómo se responda a las preguntas de qué son los alimentos, qué es la naturaleza y qué es valioso… los alimentos y la agricultura se han convertido en un campo de batalla decisivo en la lucha de clases mundial. Ya no se trata mayormente del campesinado contra el señorío; la seguridad alimentaria, la prevención y la sostenibilidad han pasado a ser temas centrales de la vida cotidiana del proletariado mundial, desde Beijing hasta Boston”. Y, en esta lucha de clase,s los de las tractoradas han decidido ponerse del lado de las fuerzas más oscuras, incluso contra sus intereses objetivos, y desde luego se han posicionado contra la salud de los ecosistemas que es la salud de los alimentos y de las comunidades humanas y no humanas.

 

Otra agricultura no sólo es necesaria, sino que ya está viniendo, y tranquilidad: esta revuelta marrón casi parda consentida y orquestada de los terratenientes y los pobres que han manipulado es un tigre de papel, ya que ellos mismos trabajan y conspiran para su quiebra. Otros y otras vendrán a cultivar en las ruinas que nos dejan.

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