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martes, 13 de febrero de 2024

LA CHICA DEL HIJAB

 

LA CHICA DEL HIJAB

Para encajar en el puzzle de la representación, algunas identidades quedan mejor convertidas en siluetas

ARÁNZAZU FERRERO

Amena Khan, primera modelo con hijab de L'Oréal. /

Instagram (@amenakhan)

“Perdona, ¿puedo hacerte una pregunta?”. La chica con hijab desayuna junto a la parada del autobús. La camarera espera su respuesta. No está de humor, pero asiente porque le va a preguntar de todos modos. Anoche se lió en Instagram a cuenta de una manifestación de maestras en Kabul. En una hora se le habían llenado las menciones de vídeos de famosas, fotos de Bangladesh, exigencias de condena por parte de personas que no conocía, y por supuesto gente que también le hacía preguntas. Pero la chica con hijab reconoce, a regañadientes, que en el bar del bus ha cambiado algo esta semana. En un matinal ha empezado a intervenir una colaboradora nueva. Es de origen árabe, lleva velo y debate a cara de perro con las tertulianas que enseñan, una y otra vez, vídeos de países diversos. “Bueno, pero es que tú… ¡tú eres muy española!”, se oye la réplica de la veterana, acorralada, y todo el bar asiente. No disimulan: les encanta la Chica del Hijab. Va monísima siempre, con un pañuelo chiffon que cae descuidadamente sobre el milímetro exacto de sus hombros. Tiene argumentos, desde luego, pero sobre todo tiene desparpajo. Es listísima, una chica muy bien educada, aunque nadie en el bar recuerda su titulación y a la chica con hijab le jode, pero la adoran. Desde que la Chica del Hijab desayuna con ellas en la pantalla, la camarera le saluda todos los días y la chica con hijab piensa que qué narices, es normal que sienta curiosidad. Así que le da el primer sorbo al cortado y responde con su mejor sonrisa: sí, claro, pregúntame lo que quieras.

 

La Chica del Hijab es todas nosotras, pero sin ser ninguna

 

En la calle, la chica con hijab se encuentra con un anuncio de un ministerio en el que, de las seis modelos en silueta, una destaca por llevar velo. No son modelos, todo el anuncio son siluetas, eso sí, diversas y de colores. La chica con hijab aún recuerda cuando, estando en el instituto, corrió por whatsapp el anuncio de Amena Khan, la primera Chica del Hijab de L’Oréal. La chica con hijab se hinchó a compartir la campaña con todas sus amigas y hasta se preparó una exposición para clase sobre hijab, exposición y apropiación del cuerpo. El trabajo se quedó sin exponer porque a su tutora le entró inquietud de que aquello generara un, le dijo, efecto “llamada”. Y la campaña fue retirada cuando la modelo abrió la boca sobre la operación Margen Protector, que el ejército israelí saldó con más de 2.000 muertos. Ninguna marca volvió a ofrecerle un contrato. De modo que, al menos en España, la imagen institucional preferida de la Chica del Hijab son las siluetas de la biblioteca del Canva. De este modo la Chica del Hijab es todas nosotras, pero sin ser ninguna. Elimina la individualidad, la enorme variedad de musulmanas que habitamos nuestros territorios, y cumple con el contingente de diversidad eliminando, al mismo tiempo, rasgos distintivos de raza o cultura. Seas árabe, africana, persa o europea, gorda o delgada, vertical o en silla o varias cosas a la vez, nada mejor que la silueta para acuñar la marca Mujer Musulmana© cerca de sus compañeras-silueta del cartel de al lado con el genérico latina.

 

La chica con hijab, que sabe que cualquier relato solo vale lo que tarda en convertirse en producto, se imagina a la primera modelo hijabi cañí, con su piel oscura, brillante, sin un grano y un hijab jersey enturbantado, de los mismos colores que la marca. La chica con hijab conjetura cómo sería esa entrevista en Vogue: la Chica del Hijab hablaría con orgullo de sus raíces; insistiría en el incondicional apoyo de su familia para hacer carrera en la moda, y tendría que hacerlo varias veces, de hecho, porque la entrevistadora no dejaría de preguntárselo una y otra vez. Preguntas genéricas sobre su entorno y específicas sobre su madre, y sobre todo sobre su padre.

 

Y la chica con hijab leería la entrevista varias veces, porque sabe que podría haber sido peor.

 

Ninguna chica con hijab querría reducirse a producto de catálogo (o peor aún, a silueta), pero sobre todo no querría (no querríamos) ser inspeccionada a la entrada del instituto para que un hombre blanco francés de mediana edad vigile si llevamos el pelo al aire por la calle antes de entrar. En caso afirmativo tendremos que quitárnoslo para poder acceder a nuestro derecho a la educación, y el mismo señor blanco de mediana edad medirá el largo y la holgura de nuestra falda, o nos enviará de vuelta a casa si llevamos un maxi vestido. Y, una vez asumido el código de vestimenta correcto y reconciliadas con los valores de laicidad y República, nuestras profesoras estarán atentas a que nuestro atrevimiento no se repita, so pena de abrir el correspondiente expediente de radicalización. Un futuro a la parisina que no es imposible de imaginar en España, donde hace menos de un año, cuatro chicas con hijab de Hortaleza, en Madrid, fueron expulsadas de su instituto por ser “demasiado visibles”. Y mañana, la tertulia del desayuno versará, a grito pelado, sobre la abaya, prenda cuyos cánones y significado, de repente, domina toda tertuliana que se precie. Pero es verdad que su hermana pequeña, que este curso ha empezado a ser la chica con hijab de su clase, no vuelve a casa contando las mismas cosas que ella tuvo que contar. No, al menos, con la misma frecuencia agotadora.

 

Al fin y al cabo, la Chica del Hijab sale mucho en la tele desde hace unos años. Es el único personaje musulmán de la película, y como tal ya asoma por alguna serie española. Y es toda una figura: es inteligente, responsable, tu mejor amiga, siempre e incondicionalmente. Será tu aliada LGTBI y está comprometida políticamente. Pero sigue circunscrita a la pirueta de valiente joven atrapada entre dos culturas. La chica con hijab recuerda a la primera Chica del Hijab que vio en una serie española, Élite. Ahí estaba todas las semanas, como una polilla mirando un fluorescente, testigo de cómo la Chica del Hijab se quitó el hijab y se metió tres cubatas para atreverse a echar un polvo con el chico de sus sueños, que era muy rico y muy desgraciado y del que quién no querría convertirse en su madre. No mucho después, sin embargo, la chica con hijab se encontró enganchadísima a la serie que veían sus hermanas, Skam. Allí se encontró con Amira, nuestra Chica del Hijab fundacional. Era lista, guapísima, estilosa, mordaz, como manda el tropo. Pero también vulnerable, expuesta a discriminaciones, a contradicciones y a miedos, porque Amira era la Chica del Hijab española, pero era, por encima de todo, una adolescente, como el resto de personajes de la serie. Ni siquiera era el único personaje musulmán. La chica con hijab se enamoró de Amira, cómo no, y disfrutó los debates con sus amigas porque, precisamente, esas contradicciones eran las suyas, las de todas ellas. No es casualidad que, a partir de Skam, proliferaran canales de belleza y estilo de vida protagonizados por jóvenes capaces de encajarse el pañuelo con una elegancia imposible y resolver cuestiones políticas en profundidad. La Chica del Hijab recorre el camino que recorría el Vecino Gay en los 90, guapo, amable y feminista, que instauró una masculinidad diferente y enterró (a medias) a la marica psicópata o suicida. El Vecino Gay le gustaba hasta a su abuela, la yaya con hijab.

 

La Chica del Hijab recorre el camino que recorría el Vecino Gay en los 90

 

La chica con hijab se aburre en la oficina y busca vídeos de We are Lady Parts. El catálogo 2023 de Chicas del Hijab: una serie británica divertida, respondona y un tanto abarrotada de modernidad en una comunidad como la musulmana, atravesada, como cualquier otra, de diversidad, discrepancias y debates internos. Pero mira, no le va a hacer ascos a una serie hecha por y entre musulmanas, mientras en la calle siga habiendo carteles que nos resuelven con siluetas. La Chica del Hijab es un útil recurso narrativo si quieres ponerle contrapeso al relato hegemónico. Es imposible no contar con ella, porque permite identificarla mucho más rápidamente que al Chico de la Barba, por ejemplo. Pero su figura no está exenta de aristas. La Chica del Hijab comparte rasgos con las superheroínas que han llegado a la narrativa de masas: ellas tienen poderes, la Chica del Hijab tiene su elegancia, su alta cultura, sus rasgos diferentes… Todo enmarca su excepcionalidad. Pero si para la superheroína ésta se presenta como una carga, para la Chica del Hijab es erótica de la excepción. Su hijab no le impide ser guapa. El hijab la señala: es universitaria a pesar de ser musulmana, es moderna a pesar de su vestimenta. Si es deportista, es campeona olímpica. Si escribe libros la portada la ocupará su fotografía, salvo que, como Hafsah Faizal, lleve niqab. Hasta ahí podíamos llegar.

 

Si será seductor ese hijab que aparece cuando ya no eres la Chica del Hijab: la chica con hijab recuerda cuando una de nuestras Chicas del Hijab, artista musical, anunció en un directo que se lo quitaba, definitivamente, tras haberse revelado como aliada LGTBI y sufrido acoso por integristas. La chica con hijab recuerda la tristeza, la desolación y la impotencia que sintió. Y ahí la tiene, un año después, en el escaparate de la librería: su cara en la portada del nuevo libro, con el sugerente título Porque me da la gana, rebosando estilo por los cuatro costados y coronada, faltaría más, con el velo flotando en el aire.

 

Existen muchas más Chicas del Hijab, todas de importación: cada vez menos perfectas, cada vez con más dobleces y más agencia. Algunas con hijab de quita y pon, como Fara, la protagonista de Miskina! La Chica del Hijab le va ganando centímetros a la mujer velada de ese Paisaje Islam© que tanto gusta en la ficción europea, que desafía doliente el patriarcado, que es narradora pasiva de la barbarie, encarnada en el marido abusivo o el padre sociópata, y que se empodera huyendo, escapando... ¡sacrificándose!, y quitándose un manto larguísimo. Si bien la Chica del Hijab es un personaje secundario, ya viene empoderada de casa; y a veces dice más en sus diálogos que todas esas heroínas veneradas, esas protagonistas que acaban siendo siempre el mismo personaje de la misma historia: lo mal que están en el paisaje simbólico del otro, lo bien que estamos nosotras. Y que, por no tener, como Malala en los libros de texto, no tienen ni apellido.

 

Sí, hay iconos de la moda, la cosmética y el deporte que son la proverbial Chica del Hijab. Todas estupendas, chicas de clase media con estudios, la vanguardia de una sociedad (oh, sorpresa) capitalista de la cabeza a los pies. Exhiben una feminidad performada, consciente y visible, convertida en agente de poder. La Chica del Hijab nos seduce, a unas porque nos muestra que podemos ser nosotras sin tener que ser las otras ni, sobre todo, parecernos a vosotras. Y a la vez también es vosotras, en la medida que sus problemas son al fin y al cabo los de todo el mundo. La chica con hijab sabe que nuestra Chica del Hijab todavía no protagoniza historias, y tampoco las está dibujando ni dirigiendo. La Chica del Hijab es la gran aliada LGTBI, pero todavía no ha salido del armario como lesbiana o mujer trans. Más aún, las miles de mujeres que podrían protagonizar ese relato viven en países como Pakistán o Indonesia, pero su presencia y su activismo no suelen tener la repercusión deseable en nuestras redes, tan ávidas de representación y diversidad, pero tan reacias a comprometer nuestros propios relatos.

 

Muchas mujeres musulmanas performamos nuestra feminidad como Chicas del Hijab

 

Muchas mujeres musulmanas performamos nuestra feminidad como Chicas del Hijab. Lo cual tiene mucho de positivo: frente a la anécdota o la curiosidad, nuestro hijab, muchas veces sin saberlo, adquiere un fuerte sentido político. Visibiliza nuestro compromiso con la religión en espacios donde ésta no se espera, a la vez que hace visible la inmensa variedad estética y cultural que el velo despliega. No es casual que muchas jóvenes, no especialmente conservadoras, se estén reapropiando del caftán y la abaya, prendas largas y vaporosas que exigen arte, sentido de la moda y una fuerte personalidad. A pesar de que a la vuelta de la esquina puede haber un señor blanco de mediana edad con una cinta métrica en la mano.

 

Y, junto a este señor, otras voces, cuando la chica con hijab exige dejar de ser una silueta en un cartel institucional, le repiten que lo prioritario es acabar con la subordinación. La chica con hijab se pregunta qué pensará ahora Amena Khan viendo que las cifras de muertos han pasado diez veces de 2.000, y en todas las chicas con hijab detenidas, expulsadas de sus universidades, fichadas por la policía en Reino Unido, en Francia, las chicas con hijab cuyos colectivos han sido ilegalizados en Alemania. Mientras alguien sale a explicarle, a explicarnos, que las feministas siempre estarán con las musulmanas, ya que feminista y musulmana siguen pareciendo conceptos excluyentes. Ninguna considerará la subordinación que las musulmanas padecemos en la representación de los feminismos. Sin la Chica del Hijab, sin todas sus lagunas y artificios, podríamos ser representadas como personalidades no excepcionales. Unas de las miles, millones de universitarias, jornaleras, científicas, comerciantes, artistas o deportistas que pueblan el mundo. Pero cuando la Chica del Hijab desaparece se cierran todas las ventanas. ¿Quién se encarga de elegir cuál es la representación correcta?

 

Una secretaría general tiene la respuesta. Como el juego de la representación nunca se puede ganar, ahí aparece al fondo la Blanca con Hijab, o directamente sin hijab, reclamando el espacio con el que el feminismo institucional se siente más cómodo, ocupando columnas, cátedras y foros públicos. Es musulmana conversa (como yo lo soy). Tiene cargo en alguna fundación. Es experta en relaciones internacionales, o en trabajo social, y sabe un montón sobre cualquier cosa. Sobre todo, habla de autocrítica. Y, si es francesa, se puede permitir, ella sí, llevar el caftán Riviera de Dior, por el que habrá pagado 4.900 euros. Asume alegremente ese carácter de anécdota que nos exige el feminismo ilustrado, ese que alaba nuestra valentía y modernidad a pesar de ser musulmanas. El mismo feminismo que pregunta a las chicas con hijab cada mañana por las mujeres de Kabul mostrando fotos de Bangladesh.

 

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