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domingo, 7 de enero de 2024

ES EL DERECHO, ESTÚPIDO

 

ES EL DERECHO, ESTÚPIDO

MIGUEL ÁNGEL LLAMAS

La concepción aséptica del Derecho es perfectamente coherente con las relaciones de poder que se configuran en la comunidad jurídica. Todo aquello que históricamente se ha considerado apolítico en realidad mantenía oculta una relación de dominación

El auge de la palabra lawfare en los últimos tiempos ha puesto de relieve, cuando menos, la importancia del Derecho en el funcionamiento de nuestros sistemas políticos. En España, además, el persistente e inconstitucional bloqueo del Partido Popular a la renovación del Consejo General del Poder Judicial deja a las claras que el ámbito judicial es estratégico en términos de poder político. El obstruccionismo judicial a la ley “solo sí es sí” o la reciente reacción de amplios sectores de la comunidad jurídica y del alto funcionariado español a la intención de aprobar una ley de amnistía permiten comprender que los operadores jurídicos son también actores políticos. Estos y otros hechos favorecen, afortunadamente, que cada vez más personas informadas se percaten de que en el terreno jurídico se dirimen intereses netamente políticos.

 

No siempre ha estado tan claro. En España y en otros países de nuestro entorno, el pensamiento jurídico hegemónico defiende una concepción aséptica, tecnificada y despolitizada del Derecho. Según esta visión formalista, el Derecho sería un mero sistema de normas de ordenación de la sociedad cuya práctica y estudio compete a los juristas, profesionales especializados que se encargan de aplicar las normas con rectitud. Cualquiera que piense mínimamente sobre este planteamiento, sin necesidad de ser jurista, reparará enseguida en que las normas jurídicas son aprobadas por órganos que ejercen poder, y que las decisiones de aplicación de esas normas a casos concretos rara vez serán ajenas a los valores, intereses o sesgos de todo tipo que tiene cualquier persona, por muy especializada que esté. Sin embargo, el formalismo jurídico, una cosmovisión que niega la politicidad del Derecho, es todavía dominante en las facultades de Derecho y en el conjunto de las profesiones jurídicas.

 

La concepción aséptica del Derecho es perfectamente coherente con las relaciones de poder que se configuran en la comunidad jurídica. Todo aquello que históricamente se ha considerado apolítico en realidad mantenía oculta una relación de dominación. En este sentido, los procesos de politización siempre implican que los grupos subalternos toman conciencia de su posición de subordinación en una relación o fenómeno social. La supuesta asepsia o neutralidad de lo jurídico (y, en particular, de la judicatura) es el pretexto del grupo o clase social dominante que asume las profesiones jurídicas, controla los procesos de aplicación del Derecho y reproduce el saber jurídico.

 

La conquista del derecho de sufragio ha permitido democratizar, en buena medida, la función de aprobar las normas jurídicas. Sin embargo, la función de aplicar las normas todavía no ha sido democratizada, sin perjuicio de algunos avances (también de retrocesos) en virtud de las coyunturas.

 

La conquista del derecho de sufragio ha permitido democratizar, en buena medida, la función de aprobar las normas jurídicas

 

Que la aplicación del Derecho y la reproducción del conocimiento jurídico estén materialmente en manos de la clase dominante (de quienes acaparan la riqueza, los medios de producción o las posiciones de privilegio, exprésenlo como quieran) no significa que todos los juristas pertenezcan a tal clase o sean conscientes de su rol en el entramado del poder jurídico. Hay juristas de toda clase y condición que creen de verdad en la asepsia del Derecho: no subestimemos la eficacia de los mitos.

 

El bloque de poder de la derecha no necesita hacer sesudas reflexiones sobre estas cuestiones por la sencilla razón de que el mundo jurídico, por inercias históricas y otros factores, forma parte de dicho bloque. Sin embargo, siempre me ha sorprendido el poco interés que la izquierda muestra hacia los fenómenos jurídicos (con notables excepciones de las que no podemos ocuparnos aquí). Lo cierto es que el Derecho no resulta atractivo para la gente joven de izquierdas o potencialmente de izquierdas (esos jóvenes con empatía o inquietudes sobre cuestiones sociales), que no suelen estudiar Derecho y se decantan por la historia, la sociología u otros saberes más seductores. Muy probablemente, estos perfiles se alejan con naturalidad del Derecho por el reaccionarismo y la ausencia de estímulo intelectual tan característicos del ámbito jurídico.

 

De la misma manera que la izquierda está tomando conciencia, de manera progresiva, sobre la necesidad de impugnar la falsa independencia de los medios de comunicación e intervenir en la correlación del poder mediático (Canal Red y Diario Red son buenos ejemplos), la izquierda también debería promover una voluntad de poder en el ámbito jurídico. El conocimiento del Derecho es necesario para impulsar con eficacia las transformaciones sociales y ambientales que anhelamos, y la democratización de las profesiones jurídicas se advierte imprescindible para evitar que la clase dominante obstaculice o bloquee esas transformaciones. Parafraseando la archicitada frase del asesor de Clinton, bien podríamos concluir que es el Derecho, estúpido.

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