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jueves, 21 de diciembre de 2023

ARGENTINA VERSUS LOS ZOMBIS

 

ARGENTINA VERSUS LOS ZOMBIS

Cada día que pasa, el Gobierno de Milei ratifica con fuerza el método con el que planea regir los próximos años; ajuste, represión social, depresión productiva. Todo sostenido en la mitología liberal

EMILIANO GULLO 

 

Protestas frente al Congreso argentino por el decreto anunciado por el presidente Milei. / Télam (Youtube)

 Ole ole,

ole ola

como a los nazis,

les va a pasar

a donde vayan

los iremos a buscar”

-Canción popular de las manifestaciones argentinas     

1. La ausencia del Estado se parece mucho a una película de zombis. La película de Javier Milei acaba de empezar. En un solo día –a diez de su asunción– impuso un protocolo antiprotestas para impedir una marcha en conmemoración del estallido social de 2001. Habilitó a las fuerzas federales para que, entre otras cosas, detuvieran a personas que viajaban en transporte público bajo la presunción de ser manifestantes, una nueva y ocurrente carátula delincuencial. Más tarde, a las 21:00 horas, anunció por cadena nacional el envío de un decreto de necesidad y urgencia que contiene su plan maestro: derogar y modificar unas 300 leyes, pilares de la sociedad argentina en materia de derecho laboral, penal, comercial, y administrativo. En términos prácticos, un proyecto que retira al Estado de todos los sectores. En términos políticos, Milei se apropia de la potestad para crear y modificar las leyes a su gusto; una gestión de monarca.

En términos políticos, Milei se apropia de la potestad para crear y modificar las leyes a su gusto; una gestión de monarca

La reacción popular fue inmediata. El ruido de las cacerolas empezó a bajar desde los edificios antes de que el discurso –grabado– llegara a su fin. El sonido metálico lanzado al cielo, la batiseñal de la clase media, convocaba a la calle. Las esquinas de las avenidas más importantes de todos los barrios, de las principales ciudades del país, se taponaron de gente. En Buenos Aires marcharon sin órdenes ni dirección. Una reacción explosiva, la confianza en las masas. El destino implícito, obvio, anclado en la historia de una sociedad que defiende sus derecho con el cuerpo, orientaba –silencioso– el punto de encuentro. En estas circunstancias no hay un grito que ponga orden o induzca el camino. En la calle, en estas calles, simplemente se va. O a la Plaza de Mayo o al Congreso. Esta vez fue al Congreso, donde el Gobierno deberá pasar con éxito su DNU si quiere seguir en pie. O no. Y en el Congreso, colgados de las rejas, rodeándolo, permanecieron hasta la madrugada miles y miles de personas que gritaron muchas canciones en contra de Milei, en contra de sus políticas. Todas con un sólo objetivo: no pasarán.

2. Salud y educación públicas y gratuitas; derecho a la protesta; leyes laborales, empresas estatales. ¿Cuánto será el precio a pagar por haber desafiado el destino pactado entre las bambalinas celestiales del mercado? La población –ahora–, abandonada a la metafísica de la libre empresa. En una catástrofe ambiental como el tornado que esta semana dejó 13 muertos y 14 heridos graves en Bahía Blanca, adonde el presidente se acercó y dijo: “Arréglense con sus propios recursos”. Podría ser un cura diciendo “hermanos, confíen, dios proveerá”. O en el mundano acto de alimentarse, donde el azote de la devaluación y la inminente hiperinflación generaron una desesperación preapocalíptica. La incertidumbre de una pandemia. ¿Cuánto puede durar el encierro? ¿Cuánto puede durar el aumento de precios? ¿15 días, 6 meses?

Esta semana un tornado dejó 13 muertos y 14 heridos graves en Bahía Blanca, adonde el presidente se acercó y dijo: “Arréglense con sus propios recursos”

Cada día que pasa, el Gobierno de Milei ratifica con fuerza el método con el que planea regir los próximos años; ajuste, represión social, depresión productiva. Todo sostenido en la mitología liberal. Los dioses lucharán por el bien de la humanidad. Habrá que rezar, soportar la crueldad divina, hacer las ofrendas necesarias. Quizá una vida. Quizá muchas. La inflación no avanza pareja, homogénea. Lo hace como un virus, que contagia en zonas pero de manera aleatoria, arbitraria, sin sentido.

Hoy es sábado al mediodía. La fila del supermercado llega hasta la puerta y dobla unos metros por la vereda. Es un bazar chino, de esos que en Buenos Aires aparecen en muchas calles, en cualquier avenida, en todos los barrios. El producto que en un chino está a un precio, en el chino de la vuelta puede estar un 20 por ciento más caro. O un 40 por ciento. O un 5 por ciento.

Los chinos tienen dos atributos que los suelen hacer imbatibles: el mejor precio, el horario más extendido. La devaluación del presidente Milei arrasó con el primero. La última semana –la primera de este gobierno– los chinos dejaron de reponer mercadería para reponer precios. Una celeridad de aumentos hace desvanecer los productos de las manos. Parece que lo estás comprando. Ya casi lo tenés, pero no. La angustia de no poder comprar las mismas cosas que el mes anterior y, aún así, saber que será peor el próximo mes, genera una aceleración desesperante que lleva –en el mejor de los casos– a acumular mercadería como si la bomba estuviese a punto de caer. Y caerá.

Mientras tanto, en este supermercado chino del barrio de Almagro, un repositor se solidariza y susurra:

–Apurate, hoy a las cuatro remarcan todos los precios.

Pienso en agarrar dos botellas de vino. Un aceite de oliva. Un queso. Un paquete de pistachos. Pero me arrepiento. No tiene sentido. Tengo que planificar para ganarle al tiempo. Estamos en una pandemia inflacionaria. Cualquier cosa que toque, en unos días, va a valer el doble. O el triple. Vuelvo a mi casa. Rápido, desesperado. Con miedo a que justo en esos 10 minutos, el chino se de cuenta y remarque todo a una velocidad, justamente, inflacionaria. Agarro una mochila, plata en efectivo –toda la que tengo– y regreso al supermercado. No se me va el miedo hasta que vuelvo a ver que los precios son los mismos. Lleno la mochila con muchas botellas de vino, varios quesos, varias cajas de pistachos, un par de botellas de oliva, papel higiénico, tabaco. Pago y me voy con una sensación de perseguido. ¿Se darán cuenta que pagué menos que en otros chinos? ¿Me quedé corto, debería haber comprado más? ¿Cuántos días voy a resistir con esta compra? Paso el dato a otros amigos con la clave del repositor.

 –Vayan al chino de Hipólito Yrigoyen, todavía no aumentó. Pero vayan ya mismo.  Hoy a las cuatro de la tarde aumentan.

En pocas horas, mis amigos me mandan la foto de la góndola de vinos vacía.

Ahora me siento en una calma pero es extraña, ficticia, incómoda. Ya está. Pueden tirar la bomba.

 

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