LLENAR LAS CALLES DE NAZIS Y VACIAR LOS GOBIERNOS DE ROJOS
ISA
SERRA
El problema de las movilizaciones de estos días es que la
izquierda no está
Si por algo se caracteriza la historia de España es por la brevedad, la fragilidad e incluso la excepcionalidad de los periodos democráticos, es decir, por la normalidad de los pronunciamientos y golpes de estado conservadores y fascistas. También por el hecho de que esos periodos democráticos casi siempre fueron posibles gracias a que las mismas clases que secuestraban la libertad finalmente la terminaban otorgando, como explica muy bien Gregorio Morán en El precio de la Transición. Una Transición a la democracia tras el franquismo que sin duda vino precedida por las luchas obreras, feministas y antifascistas; pero ese hecho no evitó que quienes dirigieron la historia fueron unas élites franquistas que impusieron las renuncias de una izquierda “abnegada, generosa y responsable” como la condición misma de la propia democracia y que excluyeron a la sociedad de la participación activa en dicho proceso para garantizar la estabilidad. “Los trabajadores, bien, gracias” como expresión de su exclusión en la configuración del régimen de 1978.
Esa renuncia de la
izquierda transformadora como elemento constitutivo de la estabilidad
democrática del régimen del 78 tiene otra cara de la moneda igualmente
constitutiva: la amenaza constante a los golpes de la ultraderecha (como el
23F), y el permanente miedo al lobo. Esa amenaza erige al PSOE como máximo
exponente del sistema democrático español. Así es como siempre ha utilizado esa
amenaza para promover el voto útil o como la decisión de cerrar las sedes del
PSOE ante la amenaza de las manifestaciones estos días se convierte en un
momento épico, y así es como también estos días los fachas y nazis en la calle
más que profundizar el desgaste al PSOE por “entregar España a los
separatistas” han vuelto a situar el marco entre “fascistas” y “antifascistas o
régimen democrático” acelerando y facilitando las negociaciones para cerrar la
Ley de Amnistía y con ello la investidura.
El problema
principal de estos días no es ni que los fachas ejerzan su derecho a la
manifestación ni que haya unos cuantos nazis con banderas preconstitucionales
quemando contenedores. Tampoco es ver unas imágenes de policías uniéndose a
esas manifestaciones, las cuales nos recuerden lo que ya sabíamos: que una gran parte de las Fuerzas y Cuerpos
de Seguridad del Estado componen un poder (junto con el judicial) en el que la
Transición y la depuración del franquismo nunca llegó a entrar. Tampoco el
problema es la obviedad de que si quien estuviese en la calle fuesen chavales
de izquierdas habría decenas de detenidos. Que este no sea el problema
principal no es que no deba preocuparnos, pero centrar la atención en la luna y
olvidar el dedo, es decir, no caer en este cebo, es una obligación para quienes
tenemos aspiraciones a transformar este país.
La misma progresía
mediática que agita el miedo a la ultraderecha “violenta” y “golpista”, en
línea con ese elemento constitutivo del sistema político en nuestro país del
que hablaba al comienzo, es la progresía que reafirma cada día la connivencia
con los poderes económicos, judiciales y mediáticos que llevan desplegando
desde hace años un golpe de estado contra movimientos y proyectos políticos
transformadores. Llamarlo “blando” como desde hace años nos referimos a las
prácticas golpistas de “lawfare” nos dificulta entender la gravedad y la
capacidad de esos poderes para atrofiar y desactivar las bases mismas de un
sistema democrático. Las “burdas” campañas para deslegitimar a Podemos a raíz
de informes policiales falsos, el espionaje contra los independentistas, las
decisiones judiciales prevaricadoras contra unos y otros (está última semana
con García Castellón abriendo causa contra Puigdemont o Marta Rovira o el ex
Ministro del PSOE Juan Carlos Campo desamparando desde el Tribunal
Constitucional a Irene Montero ante una condena aberrante por parte del TS)
llevan operando desde siempre en esto que es España pero la maquinaria ha
crecido hasta un tamaño inédito.
Todo ello forma
parte de la más peligrosa y exitosa (por ahora) estrategia de los poderes
económicos y mediáticos de nuestro país para volver al estado del régimen del
78 del que nunca quisieron salir
Llamar “plena
democracia” a un sistema tan abiertamente corrupto sólo legitima esa estrategia
reaccionaria que consigue mil veces más sus objetivos que los nazis de la calle
Ferraz. Situar el mensaje principal sólo
en pedir al PP, como ha hecho MM o Sumar, la condena de los actos vandálicos y
violentos de los fachas en la calle obviando que el problema principal es que son
fascistas y mientras otorgan silencio ante las operaciones golpistas de los
poderes contra miembros de Podemos o del independentismo vuelve a otorgar al
PSOE el papel de adalid de la estabilidad (e incluso del aparentemente del
antifascismo) del país mientras las transformaciones sociales y políticas
pendientes van quedando relegadas en un cajón que cada día es más difícil
abrir.
El problema de las
movilizaciones de estos días es que la izquierda no está, ni en las calles ni
con agencia propia en el debate público a través del ámbito institucional. Las
calles son tomadas por jóvenes de ultraderecha fachas o nazis que viven estos
días una experiencia social que por desgracia reforzará sus filas (las del PP,
VOX, Desokupa o Bastión Frontal) y el problema principal es que la izquierda
más allá del PSOE ni tiene voz o un acuerdo programático más o menos ambicioso
para el próximo gobierno (que se parecerá mucho a una coalición entre
Puigdemont y Sánchez), ni parece que estará con fuerza en él para plantear una
disputa ideológica de proyecto de país (porque PSOE y Sumar llevan tiempo
trabajando para evitar que esté Podemos). Todo ello forma parte de la más
peligrosa y exitosa (por ahora) estrategia de los poderes económicos y
mediáticos de nuestro país para volver al estado de confort del que nunca quisieron
salir.
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