‘LAWFARE’ Y REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA
Las
asociaciones de jueces se encuentran ante una situación muy incómoda: la de
tener que admitir que un tipo muy específico de corrupción con intenciones
políticas existe en su colectivo profesional
PABLO IGLESIAS
Lawfare
Corral. / La Boca del Logo
Recientemente tuve que formar parte de un tribunal en el Máster de Análisis Político de la Universidad Complutense. Entre las distintas tesis que se presentaron a examen, la que coincidimos en evaluar con una calificación más alta llevaba por título “Lava Jato: análisis de la posible necesidad de conceptualizar el lawfare frente a la politización de la justicia y la judicialización de la política”. Lo cierto es que el lawfare es ya un concepto de la Ciencia Política y un área de investigación politológica, básicamente porque sirve para describir fenómenos y realidades políticas ineludibles.
Es, por lo tanto,
bastante lógico que la noción pueda aparecer en un documento político como el
que firmaron el PSOE y Junts y, en realidad, también es lógico que la propia
noción moleste a las asociaciones de jueces, conscientes de la enorme
importancia que tiene el simple hecho de nombrar lo que hasta ahora no se
nombraba de una manera eficaz. Que una praxis corrupta, relativamente frecuente,
por parte de jueces y tribunales adquiera estatus de objeto de investigación
politológica y que se normalice en el lenguaje político y periodístico sitúa a
las asociaciones profesionales de jueces ante una situación muy incómoda: la de
tener que admitir que un tipo muy específico de corrupción con intenciones
políticas existe en su colectivo profesional. El menoscabo de su prestigio es
evidente, pero quizá, a estas alturas, debieran admitir que, ante la evidencia
de los hechos, la manera más eficaz de combatir el lawfare no es negar su
existencia ni proscribir el término, sino asumirlo como primer paso para poder
combatirlo.
La tesis del
estudiante Alex Ferreiro partía del análisis de un caso paradigmático de
lawfare, el ‘Lava Jato’ en Brasil contra Lula, para diferenciar la noción de
lawfare tanto de la “politización de la justicia” –cuando en los tribunales se
resuelven asuntos de importancia social y política en la que aparecen sesgos
ideológicos en la acción judicial– como de la “judicialización de la política”
–cuando la propia actividad política se ve limitada por los tribunales–.
Como demuestra
Ferreiro en su tesis, el lawfare es otra cosa y requiere de la concurrencia de
dos elementos. En primer lugar, de una voluntad prevaricadora por parte del
juez o tribunal, que actúa a sabiendas de que está forzando la interpretación
del Derecho para perjudicar a una figura política. Y de otro lado, el concurso
de los medios de comunicación para que la acción judicial adquiera una
presencia mediática imprescindible para lograr sus objetivos. El caso Lava Jato
muestra con enorme claridad ambos elementos como clave para entender un
fenómeno de corrupción judicial clásico (la prevaricación) que, para lograr sus
objetivos políticos, necesita retroalimentarse con un fenómeno de corrupción
mediática, que consiste en aprovechar una investigación judicial, aparentemente
regular, para crear una nueva realidad (el escándalo) que, en general, se
concreta en el menoscabo de la imagen y el prestigio de la figura política
objeto del lawfare.
No es necesario ser
muy perspicaz para observar la acción concertada de jueces altamente motivados
ideológicamente con medios de comunicación para lograr el menoscabo de la
imagen de figuras políticas de la izquierda y del independentismo. Que en buena
parte de los casos (los de Podemos son el mejor ejemplo), las investigaciones
tuvieran que ser archivadas por los propios tribunales prueba hasta qué punto
la clave para entender el lawfare no es tanto la habilidad de los jueces motivados
para conseguir una condena injusta, como para lograr un escándalo. El mecanismo
es mucho más perverso que una mera prevaricación, pues el lawfare permite la
destrucción de reputaciones políticas y personales, independientemente de que
los casos queden en nada.
Sin embargo, la
paradoja es también evidente. Cualquiera sabe (y así me lo han reconocido
muchos jueces) que las dinámicas corporativas en la propia judicatura hacen muy
improbable que un juez llegue a ser condenado por prevaricación, por mucho que
sea evidente que prevaricó. Y es aún más difícil que un periodista sufra alguna
consecuencia por mentir. Pero precisamente por ello, el desprestigio público de
jueces y periodistas corruptos se ha convertido hoy en la más democrática de
las tareas. Y de eso se han dado cuenta las muy corporativas asociaciones de
jueces que siguen la estela de las muy corporativas asociaciones de
periodistas.
La calidad de la
democracia se mide de muchas formas y una de ellas es por la calidad de la
judicatura y del periodismo que, en general, han sido poco vulnerables a los
avances y transformaciones democráticas. Hablar de lawfare hoy es trabajar a
favor de la regeneración democrática en la judicatura y en el periodismo.
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