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miércoles, 22 de noviembre de 2023

LA POLÍTICA DE LA ARENGA

 

LA POLÍTICA DE LA ARENGA

El dilema sigue siendo: o una España que se cierra, expulsiva, o una España abierta, inclusiva, donde la costumbre no sea el incesante acometer

MANUEL RIVAS

 

Al término de la investidura de Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados, se vio que el opositor Feijóo, con gesto enojado, murmuraba algo para sí que nadie pudo oír. “La verdad nace de la imaginación”, escribió Ursula K. Le Guin. Así que, por medio de la imaginación literaria popular, les voy a revelar lo que dijo el líder de las derechas y fracasado. Va el relato. Había un labrador que estaba enfurecido con su vecino. ¿Por qué sus vacas daban más leche y sus abejas más miel? ¿Por qué en su huerta había más fruta? ¿Por qué las cosechas del otro eran mejores siendo las tierras colindantes? Cada día más enconado, decidió hacer un pacto con el demonio. Y Belcebú aseguró que, con él, iba a conseguir lo que tanto deseaba. Ocurrió que el vecino acudió a una feria y tuvo un accidente de automóvil. Tiempo después, nuestro hombre vio que se acercaba un taxi a la aldea. Cuando se detuvo, el conductor abrió una puerta trasera y lentamente, con mucha dificultad, bajó el vecino. Apoyado en unas muletas, echó a andar hacia la casa. Y nuestro hombre murmuró: “¡Qué bien cojea este cabrón!”

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Estos días, cuando leo la información política, una vez superado el estupor, me viene a la cabeza una frase de la poeta italiana Alda Merini: “Me gusta quien escoge las palabras que no dice”. ¡Lo poco que se piensa lo que no se debe decir! La argumentación necesita un tiempo de fermentación. En la actual política de facción, con su acelerada codicia por tomar el poder, se va imponiendo la impaciencia de la arenga. La incitación se impone a la reflexión. Un paradigma de esta retórica de motocicleta con escape detonante puede ser el telladismo. En poco tiempo, el diputado Miguel Tellado consiguió ser conocido en Madrid como ventrílocuo que dice las palabras que Feijóo no dice. La última declaración que anoté con caligrafía anonadada: “Pedro Sánchez debería irse de este país en un maletero” (sic). Me volví a acordar de Alda Merini y también de un letrero en un portal italiano: “Si prega di chiudere il portone con educazione”. Esa es la clave para abrir o cerrar una puerta. La educación.

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En el Quijote hay dos alusiones directas a la consigna “¡Santiago y cierra España!”. Y las dos son de factura irónica, esa cualidad que hace una obra atemporal. La primera aparece en el capítulo III de la segunda parte, allí donde Sancho dice al bachiller Carrasco: “Sí, que hay tiempos de acometer y tiempos de retirar y no ha de ser todo ‘Santiago y cierra España’”. Y la otra, también en la segunda parte, capítulo LVIII, de nuevo el genial Sancho: “Querría que vuestra merced me dijese qué es la causa porque dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: ‘¡Santiago, y cierra, España!’. ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta?”. En los políticos y altavoces mediáticos de la impaciencia extrema, se reconoce un trazo común: el malhumor de la gente que no parece haber leído o aprendido nada del Quijote. Las élites de la Gran Acometida en España son muy poco cervantinas. Porque el dilema sigue siendo: o una España que se cierra, expulsiva, o una España abierta, inclusiva, donde la costumbre no sea el incesante acometer.

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El escrúpulo (de ‘scrupulus’, diminutivo de ‘scrupus’) era una piedrecilla, como una china en el zapato, que en la antigua Roma tomó el significado de una unidad de peso y valor que equilibraba la balanza. Se puede decir con precisión que estos jueces españoles que se manifiestan contra un acuerdo democrático, participando en la política de la arenga y la Gran Acometida, han perdido los escrúpulos.

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Esta temporada, a los de la política de la arenga les está pasando lo que a aquel central del Peñarol de Montevideo del que hablaba el genial Fontanarrosa. Entró en el estadio con el apodo de El Hombre y salió con el alias de El Hombre de Neardental.

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Hacia el final del franquismo, en el ayuntamiento de A Coruña, el concejal de Cultura, Deportes y Fiestas intentó afrontar los nuevos tiempos que se atisbaban con una iniciativa de “participación ciudadana”. Pidió a asociaciones y colectivos que le enviasen propuestas y luego convocó una reunión para comentarlas. Se le veía muy contento: “¡Esto de la participación es fantástico, qué cantidad de ideas! La verdad es que no sé cómo no lo habíamos ensayado antes… Pero, claro, también algunas propuestas inaceptables. Por ejemplo, esta obra de teatro, lo de ‘La Hostiada’, ¡esto no puede ser!”

El representante del grupo de teatro le corrigió: “No, hombre, no es La Hostiada… Es La Orestiada”.

“Pues, ¡peor aún!”, respondió el munícipe, con estilo de mando.

El hombre de teatro no se arredró, lo miró fijamente y le dijo con tranquila ironía: “¿Sabes una cosa? El monstruo que todos llevamos dentro, tú lo llevas por fuera”.

Y el concejal replicó molesto: “¡Ya empezamos con indirectas!”

Hoy, tal vez, el personaje agradecería lo de “monstruo” como un elogio. Hay momentos en que se jalea el carisma incívico. Estoy viendo la sonrisa triunfal de Milei, motosierra social en ristre “¡Sí, soy un monstruo! ¿Y qué?”

 

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