LA FISCALÍA ACUSA A GARCÍA
CASTELLÓN DE LAWFARE
CANALNRED
--EDITORIAL
Pocas horas después de que las principales asociaciones de jueces rechazaran la utilización del término lawfare por resultar imposible —en su opinión— que dicha práctica pueda tener lugar en España, la Fiscalía de la Audiencia Nacional acusaba al juez García Castellón de hacer justo eso, de hacer lawfare
El pasado jueves
por la mañana, se hacía público el acuerdo entre el PSOE y Junts para la
investidura de Pedro Sánchez. Los dos partidos acordaron básicamente arrancar
la legislatura a cambio de la ley de amnistía y seguir negociando todo lo demás
desde un punto de partida discrepante. A pesar de la ausencia de acuerdos
concretos más allá de la amnistía, el acuerdo garantiza la investidura de
Sánchez «con el voto a favor de todos los diputados de Junts» y se compromete
la «estabilidad de la legislatura» pero «sujeta a los avances y cumplimiento de
los acuerdos». Es únicamente respecto de la Ley de Amnistía donde el documento
recoge algún tipo de acuerdo concreto. A este respecto, se especifica que la
ley «debe incluir tanto a los responsables como a los ciudadanos que, antes y
después de la consulta de 2014 y del referéndum de 2017, han sido objeto de
decisiones o procesos judiciales vinculados a estos eventos» y se remite a una
serie de «comisiones de investigación que se constituirán en la próxima
legislatura» y a las conclusiones que de ellas se deriven, que deberán ser
tenidas en cuenta «en la aplicación de la ley de amnistía en la medida que
pudieran derivarse situaciones comprendidas en el concepto lawfare o
judicialización de la política, con las consecuencias que, en su caso, puedan
dar lugar a acciones de responsabilidad o modificaciones legislativas». Desde
ese día, la palabra lawfare se ha convertido en un vocablo maldito.
De origen
anglosajón y formada por la combinación de las palabras law (ley, derecho) y
warfare (práctica de la guerra), el término hace referencia a la utilización
espuria de la justicia con intencionalidad política. La operativa es sencilla
de describir: determinados operadores judiciales, desde un activismo ideológico
específico, llevan a cabo una aplicación muy forzada del derecho —a veces,
incluso, delictiva— no con la voluntad de impartir justicia de una forma
garantista y equilibrada sino con el objetivo de desactivar al adversario
político. Para ello, el lawfare utiliza dos mecanismos principales: el más duro
—cuando las circunstancias lo permiten— es directamente la condena, pero
también existe un mecanismo más blando —pero igualmente efectivo— que consiste
en la apertura y prolongación en el tiempo de procesos judiciales, aunque estos
finalmente queden en nada, para alimentar horas y horas de informativos y de
tertulias en los medios de comunicación y así destruir personal y
reputacionalmente al objetivo mediante la difamación. En nuestras modernas
mediocracias, el lawfare es un combustible de primer nivel para el mediafare,
cuya existencia permanente e independiente garantiza, además, una transición
virtuosa entre las dos modalidades de lawfare: el atacante no tiene más que
comenzar el proceso judicial y, si tiene la mejor de las suertes, podrá
concluirlo con una condena (como en el caso de Lula da Silva o de Isa Serra)
pero, si eso no es posible, la difamación y el daño político están en todo caso
asegurados (como en el caso de Pablo Iglesias o de Mónica Oltra).
Aunque es
absolutamente evidente para cualquier observador mínimamente imparcial que el
lawfare existe y se practica habitualmente en todos los países del mundo,
incluida España, el hecho de que se dé validez al término en un documento
firmado por el PSOE, que siempre había mantenido la posición pública de negar
la mayor, ha causado un importante revuelo en el mundo judicial. Hasta ahora,
los jueces y fiscales habían conseguido que los dos partidos dinásticos del
régimen, el PP y el PSOE —y, por supuesto, también VOX— mantuviesen
públicamente que la Tierra es plana y el lawfare no existe, apelando de una
forma abstracta y ridícula al animal mitológico de la «independencia judicial».
Que el PSOE, necesitado de los siete escaños de Junts para seguir en el poder,
se haya visto obligado a reconocer que el rey está desnudo supone un cambio
objetivo respecto de la (des)legitimación del Poder Judicial como un agente
mediador, imparcial y arbitral en el sistema político y, por ello, no es si no
natural que sus miembros se hayan visto impelidos a poner un —estridente y
corporativo— grito en el cielo.
Aunque es
absolutamente evidente para cualquier observador mínimamente imparcial que el
lawfare existe y se practica habitualmente en todos los países del mundo,
incluida España, el hecho de que se dé validez al término en un documento
firmado por el PSOE, que siempre había mantenido la posición pública de negar
la mayor, ha causado un importante revuelo en el mundo judicial
«Indignación,
desolación, asombro, tristeza y preocupación, extrema preocupación, entre los
miembros del Poder Judicial», recogía ayer —generosa en sustantivos— una
extensa pieza de Ángela Martialay en el periódico El Mundo que también incluía
fuentes individuales del mundo judicial todavía más explícitas: «Es una
puñalada a la Constitución y al Estado de Derecho donde se sostiene que aplicar
la Ley y defender la legalidad vigente es lawfare. No comprendo cómo un partido
como el PSOE, que era constitucionalista, ha podido suscribir ese acuerdo que
nos sitúa a la altura de Venezuela o Polonia», se lamentaba una de ellas, incapaz
de decidir —en su profundo desasosiego— si debemos mirar a la América Latina
bolivariana o a la Europa del Este ultraderechista para encontrar un anclaje
comparativo de la situación. Pero las condenas corporativas a la admisión por
parte del PSOE de la existencia del lawfare también han sido públicas. De este
modo, la así llamada Unión Progresista de Fiscales (UPF) ha manifestado su
«confianza absoluta en nuestro Poder Judicial que es neutral» y ha hecho saber
su «absoluto rechazo» a las referencias al lawfare, considerando inaceptable la
creación de comisiones porque eso «pervertiría completamente el sistema
constitucional de separación de poderes». También se han quejado amargamente
los jueces decanos de España, el Ilustre Colegio de la Abogacía de Madrid
(ICAM), por supuesto el caducado Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y,
muy singularmente, las diferentes asociaciones de jueces —incluida la
asociación «progresista» Juezas y Jueces para la Democracia—, que, en un
comunicado conjunto, mostraban su rechazo por las referencias al «lawfare o
judicialización de la política» y afirmaban que esas expresiones no son
aceptables ya que «el Poder Judicial en España es independiente, no actúa
sometido a presiones políticas y dispone de un sistema de garantías
jurisdiccionales que aparta el riesgo que se apunta».
A las pocas horas
de todas estas declaraciones y comunicados, la Fiscalía de la Audiencia
Nacional recurría el auto de fin de la investigación del caso de Tsunami
Democràtic que había dictado el lunes el juez Manuel García Castellón y en el
que pedía la imputación por delitos de terrorismo de Carles Puigdemont y la
secretaria general de ERC, Marta Rovira. En su escrito, el fiscal Miguel Ángel
Carballo es demoledor. Como recoge en detalle esta pieza de Pedro Ágeda en
eldiario.es, Carballo afirma que García Castellón habría llevado a cabo
tergiversaciones, suposiciones y omisión de datos para poder justificar las
imputaciones —solicitadas, recordemos, en un momento crucial de la negociación
de la Ley de Amnistía entre el PSOE y los partidos independentistas catalanes—,
y llega a decir de Tsunami Democràtic que «aquí no hay grupo ni organización
sino un perfil en las redes y postreramente una app o aplicación informática
para teléfonos móviles».
Es decir, que,
pocas horas después de que las principales asociaciones de jueces rechazaran la
utilización del término lawfare por resultar imposible —en su opinión— que
dicha práctica pueda tener lugar en España, la Fiscalía de la Audiencia
Nacional acusaba al juez García Castellón de hacer justo eso, de hacer lawfare.
No hace falta añadir ninguna valoración final a esta sucesión temporal de
acontecimientos porque se valora sola.
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