¿ARDE FERRAZ?
A veces sucede
que un lugar concreto se torna en símbolo. Mal asunto. Ese punto geográfico se
convierte al instante en lugar de amores bobalicones y odios desenfrenados
La calle de Ferraz a la
altura de la sede del PSOE. / R.A.
Los símbolos son cosa seria: nos hacen humanos. El pensamiento simbólico es un refinamiento que tenemos en exclusiva. Otra cosa es que lo sepamos emplear adecuadamente. Por ejemplo, si uno es lo suficientemente bestia, confunde el símbolo con lo simbolizado, igual que el memo mira el dedo que apunta a la Luna en vez del astro nocturno. Un ejemplo: las banderas simbolizan los países. Los países enteros, con sus montañas, estercoleros, playas, lodazales y gentes de todo tipo: buenas, malas y peores. Los tontos creen que el símbolo es lo que hay que adorar, no lo que simboliza, y así andan por ahí dando guantazos por la bandera a los mismos que están representados en ella, a saber, sus vecinos. Un desastre conceptual. A veces sucede que un lugar concreto se torna en símbolo. Mal asunto. Ese punto geográfico se convierte al instante en lugar de amores bobalicones y odios desenfrenados. Madrid anda sobrada de sitios de este tipo. Uno de ellos está que arde: la calle Ferraz.
A finales del XIX
se empezó a perfilar la calle como eje oeste del barrio de Argüelles. Debe su
nombre al general Valentín Ferraz, héroe de las guerras americanas, donde
barbarizó a placer a los independentistas peruanos y argentinos. Como volvió a
España con las botas de caballería pringadas de sangre hasta las rodillas, le
hicieron homenajes de todo tipo y le buscaron un retiro amable: la alcaldía de
Madrid. Y como Madrid es también muy de ponerles calles, plazas y avenidas a
sus alcaldes, a éste le cayó la calle San Marcial, a la que robó el nombre.
Veremos qué honores le promete el callejero madrileño al microbio prosionista.
Hagamos una porra: yo propongo un cantón de basuras en el barrio de Salamanca.
¿Ah, que no hay de eso allí? Pues donde sea.
Ferraz arranca en
la esquina noroeste de plaza de España, donde la Casa Gallardo se regodea con
su modernismo rococó, pleno de perifollos pasteleros. Desde allí sube una
cuesta donde deja a su izquierda los jardines del Templo de Debod, antes
Cuartel de la Montaña. Como es sabido, el 19 de julio de 1936, se hizo fuerte
allí el general Fanjul, que adelantándose a los acontecimientos, creía que ya
estaba todo el pescado vendido y se lió a tiros con el personal. En Ferraz
dejaron la vida un buen puñado de viandantes a mayor gloria de los golpistas.
Hubo que esperar a que llegase la Guardia Civil, la Guardia de Asalto y las
gentes de Madrid en armas para poner fin a aquel siniestro tiro al blanco.
Fanjul fue detenido y fusilado. Antes se hacían estas cosas con los militares
sublevados. Luego le pusieron una avenida allá por Aluche. Ya se la han
quitado. Hoy es la Avenida de las Águilas.
La localización de
este centro neurálgico del socialismo en medio de uno de los barrios más ultras
de la capital ha sido siempre tomada como una afrenta
Volvamos a Ferraz.
A la altura de su confluencia con Rosales, dominó el esquinazo durante décadas
el bar Muñoz, más conocido como Los Lagartos. No es que la barra estuviera
tomada por reptiles, sino que ese era el nombre que le daban a los “medios”,
aquellos cubatas cortos que se popularizaron entre la estudiantina española,
sedienta pero escasa de liquidez. Ya no existe: ahora hay una agencia de
viajes. Un poco más adelante, aún encontramos Cuenllas, vinoteca de lujo y
parné. Comenzó como ultramarinos, pero el abundante pijerío del barrio le cogió
gusto a las delicatesen y acabó poniendo barra y mesas. Siguiendo camino, luce
una placa que advierte que Giacomo Puccini habitó fugazmente por allí en 1892
con motivo del estreno de su ópera Edgar en el Teatro Real. Al lado, una
entrada recoleta dirige al Centro de Danza Rafael de Córdova, bailaor de
elegante estampa que rivalizó con el famoso Antonio en los años sesenta.
Haciendo esquina con Rey Francisco, uno de los acomodados edificios de la zona
acogió durante años al “sindicato” Manos Limpias, que afeaba la fachada de la
finca con un despliegue de banderas insultantes. Otra vez los símbolos. Esta
curiosa organización fue un incesante surtidor de denuncias a favor de todas
las ultraderechas nacionales, que no son pocas. Estaba dirigido por el abogado
Miguel Bernad, hoy condenado por extorsión, organización criminal y fraude. Y
eso que lo hizo todo por la patria.
Llegados a la
esquina con Quintana, hay un edificio que siempre me ha interesado. Hoy es una
de las sedes de la Universidad Rey Juan Carlos. Antaño fue uno de los únicos
edificios destinados a garaje que hubo en Madrid, con los coches subiendo a las
plantas mediante rampas ad hoc. Lucía un estilazo moderno a la americana
usanza. Hoy lo han destrozado las sucesivas remodelaciones. Una pena. Cruzando
de acera y unos pasos más adelante, encontramos el motivo por el que Ferraz es
hoy un símbolo: la sede del PSOE. Estamos en el número 70. Por fuera, la
fachada de ladrillo anuncia un edificio modesto, de hecho allí murió Pablo
Iglesias, que no era un potentado precisamente. Por dentro y por encima, todo
tipo de artilugios de comunicación y seguridad avisan de que allí se cuece
algo: el poder. La localización de este centro neurálgico del socialismo en
medio de uno de los barrios más ultras de la capital ha sido siempre tomada
como una afrenta. Las algaradas son de rigor. Ahora mismo la cosa está bien
caliente a pie de calle. Tal parece que las gentes de bien de Madrid han
logrado colegir que el PSOE es un partido de izquierdas. Un desatino grande,
pero que da una idea del lugar del espectro político en que se puede concebir
semejante dislate. El caso es que el Ferraz símbolo está permanentemente
asediado por los símbolos nacionales, las banderas de los abanderados, que echan
en cara a la policía que luzca la misma enseña en su uniforme y no les den la
razón en vez de darles palos. Una vez más, el pensamiento simbólico por los
suelos, vencido por el pensamiento irracional, que es mucho más llevadero y no
requiere esfuerzo alguno.
Si continuamos
Ferraz adelante, llegamos a Marqués de Urquijo, calle señorial plagada de
edificios con pisos de 400 metros en adelante. En la esquina se levanta una
iglesia fea a rabiar: la del Inmaculado Corazón de María. Allí se refugian los
señoritos de la bandera cuando la poli arrecia. También es lugar que ofrece los
servicios de inmigrantes sin papeles para las labores domésticas del pudiente
vecindario. A dios rogando y con el mazo dando. El resto del camino por Ferraz
transcurre plácidamente. Ya no hay apenas sobresaltos simbólicos: todo está
escorado hacia el mismo lado. Encontramos el Colegio del Sagrado Corazón de
Jesús, una mole ominosa de ladrillo ennegrecido, justo frente a un gastrobar
llamado Mi Bandera. No es de extrañar. Allí arrancan calles como Romero Robledo
o Francisco Lozano, remansos de paz cuartelera llenas de viviendas militares.
La única nota discordante está a la altura del número 79: una placa que
recuerda que en ese edificio vivió Tierno Galván, alcalde versado en latín y socialismo
de postín. Haciendo esquina con la calle Lisboa, un coqueto palacete alberga la
Procura de las Misiones Salesianas. Amén. Ferraz va a morir en el paseo de
Moret, todo él fachada abierta al Parque del Oeste, donde todavía se encuentran
proyectiles de mortero cuando la lluvia lava sus laderas. Por allí entraron los
bárbaros.
***
A propósito de
Txapote
La anécdota
Comida de
compromiso. Familia política. Lugar: restaurante en un polígono industrial de
Alcobendas. Especialidad en arroces. Tienen carpa para grupos grandes. Dentro
arden leños artificiales disimulando los calefactores de gas. Las mesas forman
hileras. Detrás de mi grupo toma asiento a voces una veintena de jóvenes. Solo
hay cuatro chicas. Vestidos ajustados, uñas kilométricas y maquillaje
innecesario para su corta edad. Ellos lucen cuerpos atléticos, festival de
tatuajes y el pelo rapado por los lados. Parecen un equipo de fútbol. Tal vez
lo sean. Llegados los postres empiezan los cánticos de rigor: cumpleaaaños
feliz… Hasta ahí, lo previsible. Cuando acaba la nana onomástica, arremeten con
fuerza la siguiente copla: “¡Que te vote Txapote!” La entonan con las notas de
“Seven Nations Army”, de The White Stripes. Estupor.
El origen
La primera vez que
escuché la infamia de Txapote salía de la boquita de piñón de Isabel Díaz, más
conocida como la Ayuso. Soltó esa fresca en el ambiente mitinero de una de
nuestras cuantiosas citas electorales. Lo dijo sin especial implicación
emocional, con contundencia tontuna, ajena a su significado profundo, sólo
atenta al beneficio inmediato, a colocar la frase que le han preparado. La
osadía de la ignorancia, la barra libre de la falta de escrúpulos. La frase
venía precocinada. En los fogones se hallaba Miguel Ángel Rodríguez, asesor
para todo de Ayuso, hombre hecho a sí mismo a fuerza de puñaladas y
estadísticas. Su trabajo consiste en dinamitar la convivencia, en avivar las
pulsiones primarias, en construir discursos secos, cortos, palabras que solo
apelen al cerebro reptiliano, conceptos que pueda berrear incluso un joven en
cuya mente no haya más que fútbol, tatuajes y tías. Objetivo conseguido. Un
gran profesional.
La reflexión
No creo que estemos
midiendo bien lo peligrosa que es la buena gente que nos rodea. España es un
país mayoritariamente ágrafo, plagado de personas acostumbradas a dejarse
pastorear a fuerza de silbidos, eructos e imprecaciones. La derecha española no
es tal, no tiene un armazón ideológico ni una propuesta económica. Solo tiene
odio. Está dispuesta a todo. Es lo que enseña la historia. Preparan un golpe,
no hay duda. Solo falta la primera gota de sangre. Después vendrán los ríos.
Conviene no perderlo de vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario