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domingo, 19 de noviembre de 2023

¿A QUIÉN NO LE GUSTA LA FRUTA?


¿A QUIÉN NO LE GUSTA LA FRUTA?

POR MARTA NEBOT

La presidenta madrileña, el viernes pasado, en la Asamblea de Madrid, declaró:  “a mí, desde luego, me gusta la fruta”. Lo hizo para justificar que llamara “hijo de puta” la tarde anterior al Presidente del Gobierno desde la tribuna del Congreso de los Diputados, durante el debate de investidura. Y es que su equipo, pocos minutos después de que el momento fuera inmortalizado por las cámaras, afirmó que se estaban malinterpretando sus palabras, que habíamos leído mal sus labios,  que lo que en realidad había dicho es que le “gusta la fruta”.  

Y, claro, la pregunta que surge es: ¿A quién no le gusta la fruta? ¿O dicho con todas las palabras:  a quién no le sienta bien llamar entre dientes hijo de puta a quién le ha hecho una putada? A muchos de los mortales españoles nos sienta de puta madre y lo hacemos a menudo en serio o de guasa, en voz alta o callada, en público o en la intimidad. Apuesto a que somos más los que utilizamos esta expresión soez que los que se desahogan en momentos críticos con palabras más elevadas. Lo que pasa es que hay momentos para todo y putadas y putadas. 

¿Es una putada que el Presidente del Gobierno le recuerde al Partido Popular, en momento de máxima audiencia, su historia reciente con presidente del partido expulsado por ir contra presuntas corruptelas con presidenta madrileña como protagonista? Yo diría que sí, sobre todo para su protagonista más protagónica. Ergo, afirmo que la Presidenta Ayuso en la tribuna del Congreso estaba en su derecho como española de comerse un melón, una sandía o el sapo con piña que le debió parecer que se tragaba con todos los focos encima. Sin embargo, esto no quita que también crea que lo suyo habría sido inmediatamente pedir disculpas porque el cargo que ostenta obliga. 

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Porque si no, ¿que pasaría con el consumo de fruta del resto? Por ejemplo: ¿Era una putada para socialistas, podemistas y sumadores que, cada dos por tres, fuera el debate que fuera, se les tirara a la cara los efectos perversos de la maltrecha Ley del sólo sí es sí sin venir a cuento? Sí. Ergo, ¿estaban en su derecho todos esos puteados de cagarse delante de las cámaras en las putas madres de todos los cabrones que pervertían cualquier intento de debatir sobre lo que fuera? ¿Tenían el mismo derecho que ella a la fruta? ¿Cuántas veces se hubieran mentado a sus pobres progenitoras si todos aplicaran el mismo rasero que pretende generalizar la Presidenta? 

Porque una cosa es que se te escape –que le puede pasar a cualquiera– y otra, que después pretendas justificarlo con chistes malos del peor club de la comedia, y otra más, que lo hagas en un momento particularmente tenso en el que se están atacando diariamente las sedes socialistas y a diputados de esas siglas concretas con insultos como ese a gritos, a huevazos, a lanzamiento de mobiliario urbano y lo que pillan.  

He aquí otro ejemplo de su ley del embudo, solo que esta vez afecta a algo muy sensible y megavalioso:  la convivencia.  Porque ¿si nuestros políticos se dicen esas cosas en las más altas instituciones del Estado, qué están incitando que la gente se diga en las calles, en los bares, en los ascensores, en cualquier lado?  

La ira y la rabia no son patrimonio de ninguna ideología, son parte de todos y cada uno de nosotros y su gestión no va por barrios, va por personas y por educación, porque las emociones también se educan. Y allá cada cual con eso en su esfera íntima, siempre y cuando no delinca.  

La cuestión es que fuera de esa esfera todos y cada uno somos responsables de parar a los exaltados que pueda y todos podemos más con los propios que con los ajenos. Que se mantenga este oasis social, la valiosa paz  que gozamos, que podamos seguir tranquilos disfrutando de esta democracia, depende de todos y cada uno de nosotros, pero más –por su valor ejemplarizante– de los que están en las instituciones y de los que tienen foco.  

Isabel Díaz Ayuso debería disculparse por sus proclamas frutícolas. Pero, además: ¿no debería Esperanza Aguirre disculparse también por haber asistido a manifestaciones en la puerta de Ferraz que están convirtiéndose en batallas campales, ya que no le representan?  

¿No debería Antonio Garamendi, como presidente de la  CEOE, distanciarse de los altos directivos de empresas españolas que atacaron el jueves a diputados socialistas en una cafetería cerca del Congreso al grito de “asquerosos, traidores, os tenían que matar”? ¿Y no deberían hacer lo propio las empresas para las que trabajan y la orden nobiliaria de la que uno es caballero? ¿No deberían declararse en contra de declaraciones tan guerracivilistas por el bien común?   

Así que les pido que reflexionen porque estoy segura de que si lo hacen estarán de acuerdo conmigo: lo mejor para tod@s es que cada uno se coma la fruta que quiera en su puta casa.

 

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