¿TIENE QUE ESCONDERSE EL ESTADO PROFUNDO?
JUAN
CARLOS MONEDERO
Tengo dudas de que sentarse con Villarejo no sea un ejercicio de riesgo. No en vano, se trata de un delincuente cuyo único objetivo, como el de un preso, es intentar escaparse. Para ello va a mentir, prometer, ofertar y hacer lo que esté en su mano para salvar el pellejo. Villarejo no es el General Della Rovere. No hay que esperar de él ninguna grandeza. Villarejo viene de las cloacas y es pura cloaca. Si tuviera alguna dignidad habría presentado las pruebas que podrían demostrar la condición delincuencial de una parte importante de los empresarios, políticos y periodistas más importantes de España con los que ha tenido negocios. Pero no lo hace. De manera que lo único que le ocupa es lanzar mensajes a los poderosos: mirad con quién me siento, cuidado que tengo todavía muchos secretos...
Hablar con él no es
hablar con la garganta profunda que destapó el Watergate. Todo lo que tiene que
ver con el estado profundo está prohibido por cualquier pediatra y por quien no
confunda la política con la noche roja de Juego de tronos. El Estado profundo
es mero poder en una dictadura. Por el contrario, tiene que esconderse en
democracia. Cuando deja de esconderse, o no es Estado profundo o no es
democracia. Momentos de convulsión.
Hay una ley de la
voluntad de poder de las élites, una ley social tan fuerte como la ley de
hierro de la oligarquía, y que explica que del lado del poder esté siempre el
ejército, la administración del Estado, la religión y el conocimiento. Y es lo
que explica que militares, funcionarios, el clero y los intelectuales hayan
vivido, por lo general, mejor que el conjunto de la ciudadanía. Nunca hasta el
punto de enriquecerse -hay excepciones- porque no dejan de ser mayordomos del
poder: cualificados pero mayordomos. Pero siempre se sienten parte también de
una élite.
Sólo en el siglo XX
algunos mayordomos han empezado a codearse con los dueños: periodistas
influyentes -que han sustituido a los intelectuales en su tarea de propagadores
de ideas-, los telepredicadores, los dueños de empresas de mercenarios -Wagner
o Blackwater, con Putin o con Clinton, Bush y Obama- y los funcionarios de alto
nivel ligados a las instituciones financieras internacionales -Banco Mundial,
Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional- o a las Big Four
(Deloitte, Ernst & Young, Price Waterhouse Cooper y KPMG).
A partir del siglo
XVI, los Estados empezaron a ser los lugares donde el poder se articulaba. Y
por eso, tan temprano como la conceptualización de los Estados -con el empuje
inicial de Maquiavelo en 1513, con El príncipe- estuvo la conceptualización de
la razón de Estado, que no es sino el interés de las élites encubierto como
interés de las mayorías. La razón de Estado no es sino la razón que acompaña a
los intereses de las élites que tienen capacidad de decidir el rumbo colectivo,
bien porque tienen en nómina a políticos, periodistas, militares o
funcionarios, bien porque su capacidad de echar pulsos al Estado les otorga un
poder desmesurado.
Si la derecha se
sobrepasa, puede ocurrir cualquier cosa. Como amagó el 15M. Un movimiento que
puede regresar
La derrota de la
izquierda española en 1939 y la muerte del dictador en la cama ha permitido
bochornos como el del Emérito, que 114.000 buenos españoles sigan en fosas y
cunetas, que el líder de la derecha sea una persona que veraneaba con un narco
o explican que el CGPJ siga caducado cinco años después de agotados sus plazos
legales.
Pero, al mismo
tiempo, la izquierda política y, sobre todo social, anda alerta y enfadada por
el fraude de la Transición y subsiguentes fraudes, de manera que si la derecha
se sobrepasa (con el beneplácito del PSOE o, al menos, de un sector
socialista), puede ocurrir cualquier cosa. Como amagó el 15M. Un movimiento que
puede regresar. Quizá por eso no han vuelto a comprar diputados para Feijóo,
como hizo la derecha para llevar a Esperanza Aguirre al gobierno de Madrid.
Damiá del Clot ha
escrito un demoledor libro sobre el estado profundo en España. En el que da
cuenta de los Villarejos, la impunidad del Emérito, las dificultades para saber
quién es eme punto Rajoy, los negocios al calor del poder de Florentino Pérez,
la incapacidad para entender que Catalunya y el País Vasco son naciones -de
manera que España o es federal o mal arreglo tiene-, o la podredumbre mediática
y judicial de esa misma España, que no afecta, por lo que decíamos, a todo el
periodismo ni a toda la judicatura, pero a la que amenaza una sombra sobrevuela
poderosa esas profesiones.
¿Tiene que
esconderse el estado profundo?En el prólogo que hice para Anatomía del deep
state español La defensa de la razón de estado, (Madrid, Catarata, 2023),de
Damnià del Clot, escribía:
Quien declara el
estado de excepción es el soberano. Las élites votan todos los días, deciden
por las mayorías todos los días y, llegado el caso, declaran el estado de
excepción, para quienes ellos decidan, todos los días.
El Deep State es la
expresión actual de la razón de Estado, esa conjunción, no siempre coordinada,
de altos círculos del poder, altas finanzas, servicios de inteligencia, ejército
-y su industria armamentística-, togados, junto a los publicistas de todos
ellos. Es el Estado dentro del Estado, más sus ramificaciones. Esto es, el uso
de recursos públicos y privados al margen de la ley, la ética y la supervisión
popular a los que recurre el poder político y económico para mantener sus
privilegios y su statu quo.
La "razón de
Estado" se mueve. No es igual en la Florencia de Maquiavelo que en la
Italia de Meloni. Ni la que aplicó Lincoln y condujo a la guerra que la que
asesinó a Kennedy o dominó el Despacho Oval en tiempos de Donald Trump. No es
igual la que encarceló a Mario Conde y Jesús Gil o a los independentistas
catalanes, la que formó los GAL o la que ocultó las tropelías del Rey Juan
Carlos I. No es igual la que ha mantenido durante años fuera de la Constitución
al Consejo General del Poder Judicial y la que persiguió con decenas de juicios
finalmente archivados a Podemos. ¿O sí? Un hilo rojo las recorre. Es otro
instrumento de quien tenga poder. Cuando el mercado empezó a dictar la lógica
del Estado, el Deep State empezó a responder más a banqueros y empresarios que
a monarcas.
Acertó El
manifiesto comunista (1848) al afirmar que el Estado es "donde se sienta
el consejo de administración que regula los intereses conjuntos de la
burguesía". En ese momento era cierto. Pero después pasó la Comuna de
París de 1871 y la extensión del sufragio, el neocolonialismo y las guerras
entre potencias, la organización de la clase obrera y la Primera Guerra
Mundial, la Segunda gran guerra y la derrota del fascismo, los estados sociales
y desarrollistas y la edad de oro de la socialdemocracia, el neoliberalismo, el
calentamiento global, la crisis del neoliberalismo...
El Estado moderno
que emerge del feudalismo tuvo los mismos orígenes que una organización
mafiosa: ofrecían seguridad frente a sus propias amenazas. Pero no basta la
mera violencia. Además de la fuerza, el Estado siempre termina reclamando la
gestión de lo colectivo porque defiende alguna suerte de implicación en el
bienestar general (aunque solo fuera porque garantiza la paz). Pero tampoco
caben engaños: la forma Estado, salvo en los lugares donde se impugnó el
capitalismo, siempre tuvo, como última razón, el mantenimiento de los
privilegios de las clases privilegiadas. Especialmente la propiedad privada.
Conforme el Estado
fue "domesticándose", los poderosos fueron buscando soluciones
alternativas al derecho para mantener las posiciones de poder de las clases
privilegiadas. Votar, como decía Luis Napoleón Bonaparte, valía porque los
pobres votarían a los ricos. En paralelo, el Estado puede estar en guerra sin
que nadie lo sepa: en el Holocausto, en el Irangate, con los GAL, contra los
adversarios políticos...
La derrota de la
derecha en la II Guerra Mundial y la extensión del Estado social -alimentada
por la existencia de la URSS- activó una suerte de "plan B" de los
poderosos a la espera de la recuperación de la primacía del mercado sobre el
Estado social.
El Club Bildelberg,
el Foro de Davos, la Organización Mundial del Comercio, la Trilateral, la
articulación neoliberal en diversas universidades europeas y norteamericanas,
el G-7, la CIA... son espacios que construyeron el modelo neoliberal, al tiempo
que desactivaban a los sectores críticos y terminaron incluso ganando a la
socialdemocracia para las tesis neoliberales. El Estado profundo es el jarro de
agua fría sobre la ingenuidad democrática de los sectores que creyeron en la
democracia.
En el caso de España,
el Deep State ha tenido su recorrido como alcantarillas o cloacas: una
expresión esperpéntica de la razón de Estado. Como si las fuerzas especiales
mandadas a Gibraltar por Thatcher para ejecutar a miembros del IRA o los que
asesinaron a Kennedy o a Bin Laden o los que abortaron tantas revoluciones
fueran Deep State, mientras que la formación de los GAL, con policías
corruptos, consumidores de drogas y de prostitución, que terminaron asesinando
o secuestrando a personas equivocadas, o el 23-F, con un guardia civil de
opereta entrando en el Congreso, o la cobertura de las aventuras extramaritales
del Rey Emérito por parte de policías de película de bajo presupuesto como
Villarejo e, incluso, un CNI dedicado en cuerpo y alma a tapar furores
genitales borbónicos fueran simplemente cloacas, más cercanas a un juego sucio
torpe y poco profesional que a lo que uno podría esperar de los que detentan el
poder en España. Pero ese Estado profundo en España, aun en su esperpento, ha
vaciado sustancialmente nuestra democracia.
Sin desmerecer de
Cervantes, Lorca, Gaudí o Picasso, en vez de a James Bond, con licencia para
matar, tenemos a Torrente, el brazo tonto de la ley
En las democracias
consolidadas, el Deep State es la profesionalización del golpe de Estado blando
-aunque puede incluir asesinatos, como el de Falcone y Borsellino en Italia-
que protagonizan las élites. En España, con una Transición tutelada y con
demasiadas tareas democráticas pendientes, la razón de Estado ha tomado forma
de farsa, correspondiendo a jueces conservadores y medios de comunicación la
forma más elaborada de Deep State. Cosas de la intransitiva Transición.
Como recoge Del
Clot siguiendo a Colomer, España es "una nación frustrada y, al mismo
tiempo, un Estado débil". Sin desmerecer de Cervantes, Lorca, Gaudí o
Picasso, en vez de a James Bond, con licencia para matar, tenemos a Torrente,
el brazo tonto de la ley; en vez de Novecento tenemos La Vaquilla; y en vez de
a los Monti Python tenemos a Los morancos. El punto de encuentro de las
élites españolas es la defensa de la
monarquía. Sin rey, las élites hispánicas no sabrían coordinarse.
Bien dice Del Clot
que cuando el Estado no tiene que esconderse de nada, como en el franquismo, no
hay "Estado profundo". ¿Para qué? Por eso hay una relación tan
profunda hoy entre el Estado profundo y los medios de comunicación. Que lejos
de denunciar tejemanejes los ocultan, justificando cualquier tropelía. Aunque
puede haber una vuelta de tuerca: el estado profundo puede usar la amenaza de
que hay un estado profundo, atribuido a la izquierda, para seguir aplicando el
estado profundo. Es Trump hablando de la ciénaga de Washington o VOX y el PP
cuestionando ayer la autoría de los atentados de Atocha o en las elecciones de
julio de 2023 el recuento electoral, a Correos o a Renfe".
Así están nuestras
democracias. Pero no somos capaces de explicarlo y de convencer ni siquiera a
toda la izquierda. Y entonces, nos dedicamos a humillarnos y golpearnos.
Mientras el Estado profundo se frota las manos diciendo: siempre hacen ellos el
trabajo que nosotros nunca terminamos de ejecutar.
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