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domingo, 8 de octubre de 2023

OTELO Y LA GUERRA


OTELO Y LA GUERRA

El alto el fuego y el éxito de las negociaciones deben ser el objetivo inmediato para Ucrania, pero el mundo debe afrontar un imperativo mayor: no sólo frenar a los intrigantes superpoderosos, sino lograr su total destierro de la escena mundial

VICTOR GROSSMAN BERLÍN

Otelo y Desdémona (1881). / Muñoz Degrain

La guerra en Ucrania, una tragedia horrible para el pueblo de ese desdichado país, funesta también para muchos jóvenes rusos y una potencial amenaza para el mundo entero, con bruñidas armas de todo tamaño y poder destructivo esperando en silos o submarinos un desliz, un error garrafal, una provocación. Las trágicas consecuencias adicionales son las nuevas escisiones en los débiles y divididos movimientos pacifistas y de izquierdas de todo el mundo. ¿Quién debe cargar con la culpa? Para muchos la respuesta es evidente. Para otros, la disputa interna continúa.

 

Como uno de los martirizados por semejante tormento, mis antecedentes librescos me traen a la mente una tragedia escénica, una de las más memorables. ¿Es posible un paralelismo? El apuesto general africano Otelo, aunque profundamente enamorado de su bella y joven esposa veneciana Desdémona, utiliza sus robustas manos para estrangularla, un crimen espantoso. Sin embargo, escena a escena, Shakespeare nos muestra cómo su astuto enemigo Yago conspiró para provocar esta tragedia, engañando a todos a su alrededor para hacer creer a Otelo que su Desdémona traicionaba su amor. ¿Las intrigas de Yago absuelven a Otelo? No. Sin embargo, revelan dónde se concentra realmente la culpa: el odio, la codicia, los celos y la simple maldad de Yago, unidos a una astuta habilidad para disimular y engañar. “Pero colgará de la manga de mi ropa mi corazón”, resuelve Yago. “No soy lo que soy”.

 

 

¿Puede una pura coincidencia –un cambio de dos letras en el nombre de Yago– llevarnos al espíritu confabulador que tejió la red que Vladímir Putin rasgó en febrero de 2022? Ciertamente no es Otelo, y Zelenski tiene cero similitudes con Desdémona. Pero, ¿y la OTAN? ¿No ha sido su papel una larga serie de intrigas, engaños y violencia como la de Yago? ¿No se centró desde el principio en derrotar a la URSS, que para el presidente Reagan era “el centro del mal en el mundo moderno”?

 

Un artículo del periódico The Hill, de Washington, describía los métodos clave utilizados para derrotar a este “imperio del mal”: “...el apoyo encubierto al movimiento Solidaridad en Polonia, un aumento de la diplomacia pública en favor de la libertad a través de instrumentos como la Fundación Nacional para la Democracia, una campaña mundial para reducir el acceso soviético a la tecnología punta occidental y una operación para perjudicar a la economía soviética al provocar la bajada del precio del petróleo y limitar las exportaciones de gas natural a Occidente”. Esta “declaración secreta de guerra económica” obligó a la URSS, que aún no se había recuperado totalmente del inmenso daño causado por los invasores fascistas durante la Segunda Guerra Mundial, a gastar unos 8.000 millones de dólares anuales para esquivar el golpe.

 

Sin embargo, la ofensiva tuvo éxito. George H. W. Bush anunció: “Durante más de 40 años, Estados Unidos lideró Occidente en la lucha contra el comunismo y la amenaza que suponía para nuestros valores más preciados. (...) La propia Unión Soviética ya no existe. Es una victoria para la democracia y la libertad…”.

 

No obstante, poco después de agradecer cortésmente a Mijaíl Gorbachov “su intelecto, visión y coraje” por su contribución a hacer posible esta victoria, el favor de Estados Unidos cambió y apoyó al hombre que utilizó tanques contra la Duma elegida para echar a Gorbachov y hacerse con el poder. Bush dejó claros sus principios futuros: “Nos ha alentado y animado el compromiso del presidente Yeltsin con los valores democráticos y los principios del libre mercado, y esperamos trabajar con él”.

 

Yeltsin fue un jefe de Estado débil y condescendiente que abrió las puertas de Rusia a capitalistas de todas partes

 

El capítulo histórico de la Guerra Fría parecía cerrado. En enero de 1990, Genscher, ministro de Asuntos Exteriores de Alemania Occidental, declaró que “los cambios en Europa Oriental y el proceso de unificación alemana no deben conducir a un ‘menoscabo de los intereses de seguridad soviéticos’. Por lo tanto, la OTAN debería descartar una ‘expansión de su territorio hacia el Este... más cerca de las fronteras soviéticas’”. El 10 de febrero, el canciller Kohl prometió que, si los soviéticos aprobaban la unificación alemana, la OTAN no se expandiría hacia el Este. El secretario de Estado James Baker aseguró tres veces al ministro de Asuntos Exteriores Shevardnadze que “no se expandirían ni un milímetro” y le dijo a Gorbachov que “... para otros países europeos también es importante tener garantías... ni un milímetro de la actual jurisdicción militar de la OTAN se extenderá hacia el este”.

 

Sin embargo –sombras de Yago–, esta promesa no se puso por escrito, no hubo firmas. Al cabo de un año, el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia visitó la sede de la OTAN y el presidente Lech Walesa declaró que Polonia quería “una Europa segura, garantizada por la OTAN”. En marzo de 1992, el secretario general de la OTAN Manfred Wörner aseguró a Polonia que “la puerta de la OTAN está abierta”. En 1999, Chequia, Hungría y Polonia ingresaron en la OTAN, y posteriormente, en 2004, lo hicieron Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia.

 

Yeltsin fue un jefe de Estado débil y condescendiente que abrió las puertas de Rusia a capitalistas de todas partes (a los rusos se les llamaba oligarcas). En 2000, a la población le habían robado miles de millones y la economía estaba al borde del colapso total, hasta que un nuevo y duro gobernante asumió el poder. Vladímir Putin rescató la economía en el momento justo y se propuso elevar a Rusia del tercer nivel al que había sido degradada y recuperarla como gran potencia.

 

En febrero de 2007, en Múnich, Putin recordó las promesas de “un milímetro” y cuestionó “las llamadas bases estadounidenses flexibles y de primera línea con hasta cinco mil hombres en cada una de ellas. Resulta que la OTAN ha puesto sus tropas de vanguardia en nuestras fronteras. Creo que es obvio que la expansión de la OTAN no tiene nada que ver con garantizar la seguridad en Europa. Por el contrario, representa una grave provocación que reduce el nivel de confianza mutua. Y tenemos derecho a preguntar: ¿Contra quién va dirigida esta expansión? ¿Y qué ha sido de las garantías que nuestros socios occidentales otorgaron tras la disolución del Pacto de Varsovia? ¿Dónde están hoy esas declaraciones? Nadie se acuerda de ellas”.

 

El plan de expansión para rodear, económica y militarmente, a la Rusia europea se centró en Ucrania. Ya en 2008, en un telegrama secreto dado a conocer por Julian Assange, el embajador estadounidense en Moscú, William Burns, enviaba una clarividente advertencia a Washington:

 

“Tras una primera reacción silenciosa a la intención de Ucrania de buscar un Plan de Acción para la Adhesión a la OTAN en la cumbre de Bucarest, el ministro de Asuntos Exteriores Lavrov y otros funcionarios han reiterado su firme oposición, subrayando que Rusia vería una mayor expansión hacia el Este como una potencial amenaza militar”.

 

“La ampliación de la OTAN, en particular a Ucrania, sigue siendo una cuestión ‘emocional y neurálgica’ para Rusia, pero las consideraciones de política estratégica también subyacen a la fuerte oposición al ingreso en la OTAN de Ucrania y Georgia. En Ucrania, estas consideraciones incluyen el temor a que la cuestión pueda dividir el país en dos, provocando violencia o incluso, según algunos, una guerra civil, lo que obligaría a Rusia a decidir si interviene”, decía el telegrama.

 

Burns fue ascendido; ahora dirige la CIA. Pero su sabia advertencia fue deliberadamente desoída.

 

Esto quedó meridianamente claro cuando Victoria Nuland, la asesora derechista de Hillary Clinton, empleó al menos 5.000 millones de dólares para organizar una oposición al gobierno electo de Ucrania y después derrocarlo en un sangriento golpe de Estado que tuvo lugar en febrero de 2014. Una llamada de teléfono pirateada reveló que incluso había elegido al próximo jefe de gobierno –en colaboración con bandas de hombres armados, muchos de los cuales llevaban símbolos nazis, algunos saludaban a Hitler y todos honraban a su héroe muerto Stepan Bandera, que había instado y dirigido el asesinato de miles de rusos, judíos, polacos y húngaros en 1941–.

 

En marzo de 2016, el experto periodista australiano John Pilger advirtió de que el gasto en ojivas nucleares “aumentó más bajo el gobierno de Obama que bajo el de cualquier otro presidente estadounidense... En los últimos dieciocho meses está teniendo lugar la mayor acumulación de efectivos militares a lo largo de la frontera occidental de Rusia desde la Segunda Guerra Mundial y liderada por Estados Unidos. Desde que Hitler invadió la Unión Soviética, las tropas extranjeras no habían representado una amenaza tan evidente para Rusia”.

 

¿Existe un solo ejemplo en el que el “nuevo orden” de Washington haya aportado mejoras y no nuevos sufrimientos?

 

“Ucrania se ha convertido en un parque temático de la CIA. Tras haber orquestado un golpe de Estado en Kiev, Washington controla eficazmente un régimen vecino y hostil a Rusia: un régimen literalmente podrido de nazis. Destacadas figuras parlamentarias... alaban abiertamente a Hitler y piden la persecución y expulsión de la minoría rusoparlante... En Letonia, Lituania y Estonia –vecinas de Rusia– el ejército estadounidense está desplegando fuerzas de combate, tanques y armamento pesado”.

 

De hecho, las primeras medidas adoptadas por el nuevo gobierno de Kiev, respaldado por Estados Unidos, fueron suprimir las zonas rusoparlantes del país –lo que provocó la escisión de Crimea y la región de Donbás, y la guerra civil–. Y aunque no fue posible una rápida adhesión a la OTAN, en las fronteras meridionales de Rusia se llevaron a cabo una serie de maniobras navales y militares a las que se sumaron la mayoría de los miembros de la OTAN.

 

En febrero de 2022, tal y como había advertido el embajador Burns, Rusia se sintió obligada a intervenir. Una decisión aterradora, con resultados terribles y sangrientos. Debo condenar a Putin, al igual que el público culpa a Otelo. ¿Pero debe alabarse a Yago?

 

¿Cuál es el objetivo de quienes financian, apoyan y controlan en gran medida a los dirigentes de Kiev e instan a luchar hasta la victoria? El presidente Biden, en una reunión de la Business Roundtable (rueda de negocios) de la élite estadounidense más rica, declaró: “Va a haber un nuevo orden mundial y tenemos que liderarlo. Tenemos que unir al resto del mundo libre para hacerlo”.

 

Nobles sentimientos, invocados en infinidad de variaciones por casi todos los presidentes, especialmente cuando Estados Unidos estaba implicado en una rebelión, un conflicto, un cambio de régimen, un bloqueo o una intervención militar directa. No, al hojear mis libros de historia, no encuentro un solo caso en el que tales acciones por parte de EEUU y su protectora OTAN hayan fomentado en modo alguno un mejor “nuevo orden mundial” –u otra cosa que no fuera muerte y destrucción, caos, miseria, nuevos gobernantes corruptos: Irán, Guatemala, Haití, República Dominicana, Brasil, Bolivia, Argentina, Honduras, Irak, Congo, Ghana, Libia, de forma más dramática en Chile, de forma más prolongada contra Cuba, de forma más catastrófica en Vietnam, y quizá de forma más amarga en décadas de apoyo al apartheid en Sudáfrica y al “asentamiento” forzado de Palestina–. ¿Existe un solo ejemplo en el que el “nuevo orden” de Washington haya aportado mejoras y no nuevos sufrimientos? ¡No se me ocurre ninguno!

 

Más allá de Otelo, en el escenario mundial, veo tres descomunales amenazas que ponen en peligro no sólo al pueblo de Ucrania y muy probablemente a Rusia, sino a todos nosotros, en todas partes. En primer lugar, la catástrofe climática, el aumento de las temperaturas que se extiende desde el Ecuador hasta los polos y, con ellas, la desaparición de islas, el retroceso de las costas, la extinción de la fauna y la flora, la desesperación de poblaciones enteras enfrentadas a sequías, inundaciones, incendios y huracanes.

 

Las empresas perforadoras y comerciantes de combustibles fósiles son los que más han envenenado el mundo, desde el Ártico hasta el Golfo de México

 

En segundo lugar, en respuesta al empeoramiento del nivel de vida de millones de personas provocado por la debacle medioambiental, por guerras como la de Ucrania, por las tergiversaciones derivadas del comercio mundial y por unos movimientos obreros débiles cuya resistencia se ve limitada por la falta de una izquierda activa, incorrupta y multipolar, existe el peligro creciente del fascismo salvaje. Esto se hizo demasiado evidente en Washington en enero de 2021, es visible en la creciente fuerza de la Alternativa para Alemania (AfD), se refleja en las elecciones en Francia, Italia, Escandinavia, Austria y otros lugares.

 

En tercer lugar, la amenaza más desafiante, aunque demasiado a menudo se pasa por alto o se ignora: el peligro de un conflicto atómico y una conflagración mundial. Con la creciente confrontación militar y el miedo de ambas partes a la derrota, un simple error de juicio, un misil errado, quizá una provocación local, podría poner en marcha una cadena que condujera a la catástrofe total.

 

Estoy convencido de que detrás de las tres amenazas se esconde un número cada vez más decreciente de grupos obscenamente ricos de multimillonarios en el mundo. Sea cual sea el campo que examinemos, encontramos un puñado de empresas que lo dominan. Cinco o seis fabricantes de automóviles, cinco o seis desarrolladores farmacéuticos, un número aún menor de monopolios de semillas y herbicidas, algunos cineastas poderosos, zares de la prensa y barones de la televisión, incluso entre los editores de libros. Quizá existan unas cuantas docenas de estos poderosos grupos.

 

Tres son especialmente alarmantes. Las gigantescas empresas perforadoras, comerciantes y transportistas de combustibles fósiles, que llevan más de un siglo horadando y extrayendo sin piedad, son los que más han envenenado el mundo, desde el Ártico hasta el Golfo de México, desde las selvas amazónicas hasta el delta del Níger –al tiempo que sobornaban a los hambrientos jefes de los medios de comunicación para que les ayudaran a embaucar a millones de personas en la creencia de que los daños climáticos que causan no tienen lugar–.

 

Potencialmente aún más peligrosa es la especie de brujería de Silicon Valley, dominado por Apple, Microsoft, Amazon, Twitter/X, Facebook, Google, que influye cada vez más en nuestras compras, nuestro entretenimiento, nuestra vida social (o la falta de ella), nuestros patrones mentales, con un control creciente de nuestras compras, preferencias, movimientos, que ejercen incluso en nuestras salas de estar y dormitorios con cosas como Alexa. También de nuestras decisiones políticas. ¡Y la IA amenaza con algo mucho peor!

 

Sin embargo, aún más temibles son los fabricantes de armamento. Dominados por seis o siete empresas en Estados Unidos, a las que se suman los fabricantes de máquinas asesinas en otros países, siendo los alemanes, como Krupp o Rheinmetall, los que tienen los historiales más largos y feos. Estas empresas, para mantenerse en la cima y complacer a sus especuladores, deben producir cada vez más. Cuando los almacenes y hangares de armas están llenos, su contenido debe utilizarse para hacer sitio para más; ¡las fechas de caducidad y las advertencias de obsolescencia también exigen actuar! Dichos fabricantes nunca pueden favorecer soluciones pacíficas; ¡serían su perdición!

 

No puedo aceptar la falta de claridad sobre quién causó y precipitó realmente la tragedia. Putin no es un ángel, ni un héroe, ni un Otelo

 

Estos grupos dirigentes de aquellos que son inmensamente ricos –entre los cuales hay algunos oligarcas rusos y chinos– están influyendo, dominando o controlando las mentes y las acciones de los gobiernos de todo el mundo. Son ellos quienes engañan y desafían en cuestiones climáticas, son ellos quienes, aunque rara vez recurren al fascismo genuino –todavía–, a menudo mantienen en reserva sus feos cometidos y métodos, no demasiado manifiestamente. Sin embargo, cuando el empeoramiento de las condiciones de vida o una mejora de los organizadores provocan una resistencia creciente o incluso una rebelión desde abajo, poniendo en peligro un flujo fluido de beneficios o incluso su fin, esas reservas, puliendo impacientemente sus armas y sus conexiones, permanecen a la expectativa entre bastidores.

 

Lo que me lleva de nuevo al escenario, a Otelo y a Yago. Vuelvo a insistir: nunca aprobaré el asesinato, por muy motivado que esté, ni la matanza y la destrucción en un país vecino, salvo en defensa propia. Y Shakespeare deja morir a Otelo, matándose a sí mismo en una forma de retribución.

 

Sin embargo, tampoco puedo aceptar la falta de claridad sobre quién causó y precipitó realmente la tragedia. Putin no es un ángel, ni un héroe, ni un Otelo. No obstante, creo que está motivado principalmente por el deseo de defender a Rusia contra el cerco, la asfixia seguida del servilismo o el desmembramiento, el destino de una Yugoslavia insubordinada no hace tanto tiempo. Quizá tenga en mente el destino de los hombres que desafiaron el afán de hegemonía mundial de Washington: el infarto de Milošević en la celda de una prisión, la muerte de Allende, la tortura y disolución en ácido de Patrice Lumumba, la castración y ahorcamiento público del afgano Najibullah, el ahorcamiento de Saddam Hussein, el asesinato y arrojamiento al mar del cadáver de Osama bin Laden, el asesinato por sodomía de Muammar Gaddafi.

 

El mundo necesita echar el telón en esta confrontación, cada vez más peligrosa en Asia Oriental

 

Hasta que comenzó la guerra contra Ucrania la mayor parte de la violencia en el mundo era producto de las intrigas, las agresiones, las armas manejadas y controladas por esas poderosas corporaciones que mantienen un control tan férreo de congresistas y senadores –la mitad de ellos millonarios–, de las mayorías del Tribunal Supremo, casi siempre de la Casa Blanca, también del Pentágono, la CIA, la NED, el FBI y decenas de instituciones. Son ellos, un número minúsculo, menos del 0,1%, cuya riqueza supera la de la mitad de la población mundial, pero que nunca quedarán saciados. Quieren gobernar el mundo entero.

 

Quedan dos grandes barreras, dos grandes países que les bloquean el paso. No son los modelos utópicos e impecables con los que algunos soñamos alguna vez; también requieren una serie de cambios y mejoras básicas. Pero no dejan de ser barreras, barreras duras, provistas de armas satánicas.

 

El mundo necesita echar el telón en esta confrontación, cada vez más amenazadora en Ucrania, cada vez más peligrosa en Asia Oriental. Independientemente de las diferencias, debe detenerse –no de forma sangrienta como en la tragedia de Shakespeare, sino con alguna forma de distensión, por muy reticentes que se muestren ambas partes–.

 

Este alto el fuego y el éxito de las negociaciones deben ser el objetivo inmediato y urgente del mundo. En última instancia, debe afrontar un imperativo de mayor consideración: no sólo frenar a los intrigantes superricos y superpoderosos –puesto que son una fuente anticuada pero constante de peligro y consternación–, sino lograr su total destierro de la escena mundial.

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