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viernes, 20 de octubre de 2023

EUROPEXIT (AGAIN)

 

EUROPEXIT (AGAIN)

IRENE ZUGASTI

Como millennial pasada por las facultades de Políticas de este país, es mi deber cantar los Tratados como la nueva lista de los Reyes Godos, así como coleccionar un buen fondo de armario de citas rancias de Churchill a Schuman, de Monet a Spinelli

No voy a glosar aquí las bondades de ser parte de la Unión Europea que he tenido que cacarear en infinitud de ocasiones por exigencias del guion. Como joven y sobradamente preparada millennial pasada por las facultades de Políticas de este país, es mi deber cantar los Tratados como la nueva lista de los Reyes Godos, así como coleccionar un buen fondo de armario de citas rancias de Churchill a Schuman, de Monet a Spinelli, para sacar a pasear cuando hay que ponerse el traje azul marino bordado de estrellas, así, como de wannabe de europarlamentaria del PSOE, o de futura joven promesa de PRISA.

 

Si me quedara algún atisbo de europeísmo en el corazón, sería por no ser ingrata con aquel maná de los fondos estructurales que, como siempre nos repiten, nos hicieron converger con Europa en esos locos años noventa… aunque posteriormente nos dimos cuenta de que nadie daba Euros a pesetas. También estaría, claro, el Erasmus —quizá el más perfeccionado producto de la integración europea— y las noches de Interrail, que estuvieron fenomenal, al menos de las que me acuerdo. Siendo justa, también he de agradecerle alguna otra cosa más, al fin y al cabo, el 57% de nuestra legislación viene de la UE, que no es poco. Aunque es preocupante que incluso la propia web de RTVE haya glosado “las cinco ventajas de ser de ciudadano de la UE» y presente como las más destacadas el poder viajar sin pasaporte, la libertad de mercado, lo de votar en las municipales y la fortuna de “vivir en cualquier país de la unión” cosa, por cierto, bastante cuestionable para cualquier gestarbaiter mediterránea, no diremos para quien naufraga en nuestras fronteras.

 

Luego está lo de los valores europeos y los derechos humanos, claro, que sobre el papel son maravillosos, pero puedo asegurar, por experiencia propia, que con un par de tardes de observación participante tomando vinos en la bruselense Place Jourdan rodeadita de eurócratas también se te pasa, y acabas tus noches sola, borracha y decepcionada en busca de unas patatas en la friterie.

 

 

Quedan cada vez menos mimbres para defender la posibilidad de una Unión Europea con autonomía estratégica, capaz de ser un motor de políticas progresistas y de defensa de los derechos humanos, y el mundo es demasiado amplio y complejo como para no fantasear —again— con otras alianzas y resistencias

 

Pero igual estoy errando el enfoque y no debería preguntarme qué puede hacer Europa por mi, sino qué podemos hacer nosotras, euroescépticas, por Europa. Lo primero ya ha quedado claro para mi generación: condenarnos a una década de austeridad y recortes sociales que nos dinamitó el futuro, construir una fortaleza que permite la muerte y el sufrimiento de millones de personas migrantes, legitimar un régimen de guerra salvaje en nuestro nombre e imponer una tecnocracia despótica para blindar a las clases privilegiadas y a su euroburbuja.

 

De lo segundo, sinceramente, ni siquiera estoy segura. Quedan cada vez menos mimbres para defender la posibilidad de una Unión Europea con autonomía estratégica, capaz de ser un motor de políticas progresistas y de defensa de los derechos humanos, y el mundo es demasiado amplio y complejo como para no fantasear —again— con otras alianzas y resistencias. Celebro que haya quienes todavía pueden ver el vaso europeo medio lleno —o el jardín de Borrell medio regado—, aunque me temo que ya es tarde para el europtimismo. No sé, ya sabéis, como dijo la Declaración Schuman en 1950, “Europa no se construyó y fue la guerra”. JÁ.

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