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miércoles, 25 de octubre de 2023

EL GOBIERNO QUE PEDRO SÁNCHEZ QUERÍA


EL GOBIERNO QUE PEDRO SÁNCHEZ QUERÍA

LAURA ARROYO

El lema de campaña del PSOE en el atril donde tanto Díaz, primero, y Sánchez, después, darían sus respectivos discursos, no es un detalle menor. Ese es en realidad el verdadero acuerdo. Ese lema en el atril es la firma del pacto. De un pacto que no es un acuerdo de gobierno, es un entendimiento de otro tipo

Al acuerdo firmado entre el PSOE y Sumar le han seguido críticas y aplausos. Las primeras, basadas generalmente en la desconfianza. Algo que no resulta extraño en estos tiempos de des-legitimidad de las instituciones, pero también tras una legislatura que, si alguna lección debería habernos dejado es que sin personas dispuestas a defender las medidas con toda la garra y los dientes necesarios, el PSOE no sólo no se moverá de sus posiciones, sino que pasará olímpicamente de cualquier acuerdo firmado. A esa desconfianza lógica ante un gobierno presidido por un PSOE reforzado, hay que añadirle la aritmética parlamentaria.

 Si en la legislatura pasada no se logró, por ejemplo, derogar la Ley Mordaza por decisión del PSOE, ¿Cómo garantizar que ahora sí se logrará si los números en el Congreso ya no son tampoco mayoritariamente progresistas? La complejidad de esta legislatura demanda mayor audacia y ferocidad política en ese Consejo de Ministros y en ese acuerdo. Me temo que no vemos lo segundo y tampoco veremos lo primero. Si a ello añadimos que el protagonismo de verbos ambiguos como “fomentaremos”, “impulsaremos”, “trabajaremos en”, etc., es notorio en el acuerdo de gobierno, la desconfianza hace bien en existir aunque el ecosistema mediático del régimen siga insistiendo en las bondades de este documento.

 

También ha habido aplausos al acuerdo. Estos vienen generalmente de quienes llevan aplaudiendo hace mucho tiempo el surgimiento de una opción como Sumar para conformar con el PSOE un Gobierno de Coalición. Fórmula de gobierno que hoy, por cierto, nadie pone en duda aunque en 2019 era visto como un fetiche y un antojo de los locos de Podemos que había que neutralizar porque “cómo se les ocurre pedir ministerios”. Hoy, el ministerio de Yolanda Díaz, sea cual fuere, está más que asumido, al igual que alguna que otra cartera más para Sumar. Lo que no queda claro es si tendrá competencias de verdad. Porque los verbos ambiguos preceden facultades ambiguas, carteras diluidas, competencias compartidas. Las trampas de la letra pequeña. El lenguaje, siempre el lenguaje.

 

Un acuerdo es siempre una buena noticia, me digo. Pero luego leo las filtraciones —distintas entre una tienda y otra, para comenzar—, veo la puesta en escena, oigo los discursos, leo las medidas —y esos benditos verbos ambiguos escogidos con precisión de cirujano— y me temo que se acaba la bondad de la noticia. De hecho, no puedo sino preguntarme: ¿hubo alguna vez desacuerdo? Casi da la impresión de que no. No sólo por el tipo de campaña que vimos, una campaña donde el papel de Sumar fue de subalterno al PSOE quien pudo, por lo mismo, cosechar en ese terreno vacío que quedaba a su izquierda con su principal agricultor en ese contexto, Zapatero. Sino que pienso también en las declaraciones de Díaz estas semanas, muy al pie de la letra de Sánchez y Albares respecto, por ejemplo, al genocidio que ocurre en Palestina. Crímenes de guerra que no son llamados crímenes de guerra, criminales de guerra que tampoco son llamados así y un posicionamiento claro para que las voces discrepantes en el gobierno ni existan. Lo dijo la misma Díaz “la postura del gobierno ha quedado clara”, al ser preguntada por el conflicto diplomático que un comunicado de la embajada de Israel generó. ¿Pudo Díaz hacer otra cosa? Absolutamente. Pudo decir que el conflicto generado por ese comunicado había sido superado y que ella estaba orgullosa de que desde el Gobierno se mandara un mensaje inequívoco al mundo al tener ministras que se posicionan en contra del genocidio y denuncian los crímenes de guerra de Netanyahu. Pero para eso hay que querer ser algo distinto al PSOE. Hay que querer marcar un perfil propio, pero sobre todo, hay que creerse la lucha del pueblo palestino por sobrevivir primero que nada.

 

Entonces, ¿ha habido un acuerdo ayer? Me da la impresión de que lo que tenemos es antes un programa a cumplir —veremos en qué medida— que debería llamarse así: programa de gobierno. Y eso en ningún sentido es restarle mérito a las medidas que pueden resultar positivas, sino colocarlas en su real dimensión.

 

Como bien apuntaba María Teresa Pérez en un reciente artículo, da la impresión de que tampoco habrá un gobierno de coalición, sino un gobierno del PSOE

 

Precisamente porque las palabras son importantes hay dos que me resultan problemáticas. Si no hay desacuerdo, no hay acuerdo. Hay presentación colectiva de lo que hará un gobierno. Bien. Pero hay otra, a cada momento que pasa, y como bien apuntaba María Teresa Pérez en un reciente artículo, da la impresión de que tampoco habrá un gobierno de coalición, sino un gobierno del PSOE. Un gobierno socialista. La escenificación de ayer no deja lugar a dudas. El lema de campaña del PSOE en el atril donde tanto Díaz, primero, y Sánchez, después, darían sus respectivos discursos, no es un detalle menor. Ese es en realidad el verdadero acuerdo. Ese lema en el atril es la firma del pacto. De un pacto que no es un acuerdo de gobierno, es un entendimiento de otro tipo. Es la evidencia del gobierno que nos proponen Sánchez y Díaz. O que, todo indica, propone Sánchez ante una Díaz que acepta ya sea porque renunció a disputar políticamente desde hace mucho, ya sea porque comparte la tesis de Sánchez sobre lo positivo de pasar de un gobierno de coalición a un gobierno de consolidación de los socialistas.

 

Y es en ese contexto que saludo, porque confío, a los movimientos sociales que han sido en la tarde de ayer los principales críticos de este programa de gobierno presentado como acuerdo. Entiendo y comparto la preocupación y la desconfianza que generan medidas “estrella” —según Sumar—, como la reducción de jornada laboral si es que está sujeta, como afirma el mismo documento, a la firma de Garamendi. Ese poder de veto disfrazado de “diálogo social” que se otorga a los centros de poder, obvia que en política son los y las políticas las que han de hacer cumplir aquello por lo que fueron votados, mal que le pese a la CEOE que no se presenta a elecciones.

 

Entiendo y comparto la preocupación de la comunidad migrante que lleva siendo relegada también en la anterior legislatura de manera vergonzosa y que hoy ve todavía más lejos la posibilidad de erradicar el racismo institucional. Sobre todo si los socios alemanes de la que se supone que iba a llevar a posiciones de izquierda a Pedro Sánchez, comulga con los verdes alemanes que además de pedir más armas para Ucrania y posicionarse con Netanyahu, también piden más deportaciones. Ese programa de gobierno no es que no nos hable a los migrantes, es que nos dice muy clarito que estamos amenazadas.

 

Entiendo y comparto la reacción desconfiada frente a medidas como “reducción de listas de espera” cuando las competencias en sanidad corresponden a las Comunidades Autónomas. ¿O nos están diciendo que van a forzar Ayuso? Permítanme que me ría. ¿Será que lo que proponen es “dialogar” con ella para hacerla entrar en razón? Permítanme que me siga riendo. ¿Dialogar como ha hecho el presidente Sánchez con Netanyahu en esa llamada telefónica que orgulloso tuiteó como si fuera una operación de estado cuando evidentemente se trató de un “por favorcito deja de matar” que el primer ministro israelí claramente ha ignorado? Mientras la derecha cambia el chip y se extrema, los llamados “progresistas” preparan más café para seguir sentándose a conversar con ellos y a pedirles que “por favorcito” paren ya. Y luego que por qué les votan…

 

Es insoportable ir de doña pesimista por la vida, pero a veces toca. Sobre todo en un contexto de internacionalización de un conflicto que muestra la agonía de un modelo que o se transforma o se transforma. No hay más. No habrá estabilidad posible sin esa transformación porque es un modelo incompatible con la vida. Lamentablemente, esa apuesta es entendida como ruido por un gobierno que ha renunciado desde ya a siquiera dar esa batalla. Un gobierno que no es de coalición. Un gobierno que es el que Pedro Sánchez quería para volver a dormir tranquilo. Y todo indica que podrá hacerlo.

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