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miércoles, 20 de septiembre de 2023

UN PP SIN PINGANILLO

 

UN PP SIN PINGANILLO

En esta legislatura, el idioma más difícil de entender no será ni el galego, ni el catalá, ni el euskara, sino eso que escucharemos hablar al Partido Popular, una lengua desquiciada imposible de traducir

GERARDO TECÉ

El popular Borja Sémper hablando en euskera en el Congreso durante su intervención de ayer. / Congreso de los Diputados

La trama de Lost (J.J. Abrams, 2004) se fue complicando tanto a medida que avanzaban las temporadas que un buen día, dicen las malas lenguas, un operario apareció por el set de rodaje preguntando dónde colocaba la escotilla y el oso polar mientras el director, mirando desesperado a un guionista, preguntó: ¿Qué escotilla?, ¿qué oso? Algo parecido sucedió ayer entre las filas del PP en el Congreso. Después de que Cuca Gamarra, portavoz del Grupo Popular, arrancase la legislatura denunciando el atropello que suponía permitir el uso del plurilingüismo en la cámara, llegó el turno de intervención de su compañero y director de campaña de Feijóo, Borja Sémper, que se subió a la tribuna y se puso

 a hablar en euskera tan ricamente. Provocó un ataque de pasmo entre sus compañeros y un tirón de espalda entre los diputados de Vox, que no habían acabado de posar el culo en sus escaños tras volver de la espantada anterior porque un tipo hablaba galego cuando, de un respingo, tuvieron que volver a marcharse. Alguno, al ver a los de Vox entrar y salir, estuvo tentado de poner en el móvil la sintonía de Benny Hill para acompañar la huida de franquistas perseguidos por extrañas lenguas. J.J. Abram, a pesar del mal rato, al menos tuvo la suerte de poder preguntarle a un guionista sabiendo que él era el director. En el PP actual ni eso. Nadie en Génova 13 sabe bien quién ejerce de director, quién de guionista y quién de productor en estos tiempos convulsos en los que ni han acabado con el sanchismo en España ni han conseguido arrancar el feijoísmo en el PP. Todos, incluyendo a Feijóo, miraron al suelo mientras Sémper hablaba la lengua de Koldo Mitxelena, quizá con la esperanza de descubrir una escotilla en el Congreso por la que escapar de ese mal rato.

 

Para entender esperpentos como el de Sémper haciendo el canelo, según sus propias palabras, el de Feijóo manifestándose dos días antes de su propia investidura contra un Gobierno que no estará aún formado o el de Ayuso pidiéndole a Sánchez que convoque unas elecciones que un presidente en funciones no puede convocar, hay que observar el enrevesado organigrama del PP actual. Un organigrama que responde a la neurótica necesidad de tener contentos a unos simpatizantes que se sienten a gusto con el trumpismo español de Vox y, en el mismo sitio y a la misma hora, como dice la canción, intentar seducir a esos votantes necesarios para ganar elecciones y que sólo optan por el PP cuando ven que el partido está “centrado”. Para implementar ese trumpismo centrado, un invento tan ambicioso como el agua seca o la nieve caliente, el organigrama del PP ha adoptado una curiosa estructura. En ella, Aznar, Ayuso y, valga la redundancia, la prensa madrileña, marcan el camino mientras Feijóo y gente como Sémper recorren una senda que no han decidido pidiendo el voto. El Aznar que en un solo día indultó a más personas que imputados tiene el procés, la Ayuso responsable del abandono de las residencias y la prensa madrileña que ha matado al oficio del periodismo son los referentes morales de un partido que, en una extraña decisión, ha apostado por buenrollistas como Sémper para interpretar la partitura. ¿Qué puede salir mal?

 

Hoy, la prensa madrileña, es decir, la dirección del partido, se queja de la intervención del diputado vasco y mano derecha de Feijóo. Sémper se defiende argumentando que su interpretación respetaba en realidad la partitura marcada desde arriba y que el PP no es una secta uniforme. Tiene razón, no lo es. Lo sería si con el voto trumpista le bastase para alcanzar el poder, pero no le basta. Por eso, el PP se ve secuestrado en medianías. Ni abandona el hemiciclo cuando alguien habla galego, catalá o euskara, como hace el trumpismo sin complejos, ni tampoco acepta que estas lenguas oficiales se usen como haría un partido centrado. Ni les basta con la compañía de Vox ni consiguen que el nacionalismo catalán y vasco les den la mano. Ni funciona Ayuso ni funciona Sémper. Por eso, en esta legislatura que comienza, el idioma más difícil de entender no será ni el galego, ni el catalá, ni el euskara, sino eso que escucharemos hablar al Partido Popular. Una lengua desquiciada para la que, de momento, no hay traductores ni pinganillos.

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