VOX CONTRA LA HISTORIA
STEVEN
FORTI
Que la historia sea un campo de batalla no es ninguna novedad. Siempre ha sido así y siempre lo será. De hecho, es también lo que está pasando en estos últimos años con las nuevas extremas derechas que han pisado el acelerador en sus operaciones de manipulación. A fin de cuentas, George Orwell lo había puesto negro sobre blanco cuando escribió que “todo nacionalismo está obsesionado por la creencia de que se puede alterar el pasado”. En Hungría, Viktor Orbán ha creado incluso un “comisionado gubernamental para la educación patriótica” para que los estudiantes interioricen los valores del honor y la disciplina, y para que estén orgullosos del pasado de su país, también de la dictadura autoritaria del almirante Horthy, de las leyes antisemitas y la colaboración con los nazis. El Gobierno ultra de Varsovia ha aprobado una ley con la que se impide vincular al país con los crímenes del Holocausto. En Italia, Giorgia Meloni y los miembros de su ejecutivo se llenan la boca de burdas reivindicaciones nacionalistas que no solo intentan reescribir la historia desde el presente, sino que la retuercen alterando la verdad factual. Y eso mismo pasa en España.
Cuando hace dos
años Éric Zemmour irrumpió en la política francesa, un colectivo de
historiadores se sintió interpelado y escribió un breve texto, Zemmour contre
l’histoire (Gallimard, 2022), para rebatir la que consideraban con razón “una
historia distorsionada, sesgada, marcada por la obsesión identitaria y la
exaltación de la violencia, a menudo a costa de errores, malentendidos o
directamente mentiras”. Fue una operación útil y necesaria. Algo similar se ha
hecho ahora en España frente al uso falsario de la historia por parte de Vox.
Al ver cómo la historia se ha puesto “al servicio de un proyecto
ultranacionalista acrítico con el pasado”, un grupo de historiadores ha
decidido levantar la voz y ofrecer al público un ágil volumen, Vox frente a la
historia (Akal, 2023), que no solo desmiente las mentiras del partido ultra
acerca del pasado de España, sino que pone de relieve la importancia que la
ultraderecha otorga a la historia. Como afirma el editor de la obra, Jesús
Casquete, “cuando un grupo u organización política se embarca en la reescritura
de la historia hasta convertirla en irreconocible a quienes se han especializado
en su estudio, entonces el rigor histórico se erige en una prioridad política y
el deber cívico en un imperativo moral”. Bienvenidas sean estas publicaciones
que demuestran, además, que los historiadores, al contrario de lo que se repite
a menudo, no solo saben hablar a un público que va más allá de los estrechos
círculos académicos, sino que el conocimiento histórico es algo que no puede
ser menospreciado.
Un grupo de
historiadores ha decidido desmentir las mentiras de Vox acerca del pasado de España
A muchos les
resultará patético y ridículo el uso que Vox hace de la historia. No es para
menos. Todos recordarán el vídeo que, a finales de 2018, mostró a Abascal
galopando a caballo hacia el sur para “reconquistar” Andalucía. Muchos se
habrán fijado en las continuas referencias a Covadonga, donde Vox empezó las
campañas electorales, o las evocaciones a Lepanto, con las “gloriosas hazañas”
de la conquista de América que supuestamente llevó la civilización a unos
pueblos subdesarrollados, las loas a Cortés y Pizarro, la celebración de la
“época dorada” de los Reyes Católicos, el “universalismo humanitario” del
imperio español y un largo etcétera. Algunos se habrán fijado, quizás, en el
non plus ultra de la recreación histórica en cartón piedra de la nueva extrema
derecha española: en el marco de Viva 22, el evento que el 12 de octubre de
2022 organizó en Madrid, Vox puso en escena un esperpéntico espectáculo
titulado “La Historia que hicimos juntos”. Vayan a verlo en YouTube si tienen
valentía.
Ahora bien, todo
esto nos puede hacer reír o sonrojar de vergüenza ajena. Pero serviría de poco.
Porque, en primer lugar, Vox ha demostrado invertir energías y esfuerzo en
apelar a la historia “como instrumento de lucha política y afirmación
ideológica” con el objetivo de revitalizar “un discurso histórico en buena
medida abandonado y académicamente desacreditado”, en palabras de Mateo
Ballester. La historia, en síntesis, está en el epicentro de su proyecto y
representa uno de los principales campos de batalla de esas guerras culturales
que la extrema derecha ha convertido en todo el mundo en su seña de identidad.
Como apunta Marcela García Sebastiani, la historia le sirve a Vox “para
construir identidad y sentimientos de cohesión colectiva”. En segundo lugar, porque
este discurso cala. Así que toca mojarse y contrarrestarlo desde el
conocimiento científico. Porque la historia, aunque algunos todavía no se hayan
enterado, es una ciencia con un proceso riguroso de consulta, análisis e
interpretación de fuentes primarias, y no una opinión para tertulianos que se
han leído como mucho los libros de Pío Moa o algún artículo del Marca.
Como explican los
autores del libro que, vale la pena subrayarlo, son algunos de los mayores
especialistas de la historia española de la edad media, moderna y
contemporánea, Vox intenta llevar a cabo una doble operación. Por un lado,
presenta el pasado, sobre todo el remoto, como “glorioso e inmaculado”. Ahí
encontramos la Reconquista, la Conquista de América y la España Imperial. Según
el mismo Abascal, toda la historia de España fue, de hecho, una “epopeya
extraordinaria”. Este relato épico de grandeza y unidad nacional no solo busca
rememorar una inexistente Edad de Oro de la cual puedan sentirse orgullosos,
sino que se presenta también como una especie de Arcadia feliz a la cual se
debería volver. De ahí el lema con sabor trumpista: “Hacer España grande otra
vez”. Al mismo tiempo, todo esto se vincula con tres de los temas clave del
discurso de Vox. In primis, la islamofobia, ya que la identidad nacional se
habría forjado frente al “enemigo musulmán” a través de la Reconquista. En
segundo lugar, el catolicismo, ya que este habría sido el núcleo de la
identidad nacional. En tercer lugar, la antiEspaña, ya que los enemigos
internos –las izquierdas y los nacionalismos subestatales– ponen en cuestión
este relato épico y llegarían a asumir discursos como la “leyenda negra” acerca
del imperio español.
Por otro lado, Vox
relativiza los “pasados sucios”. El siglo XIX casi no aparece en la reconstrucción
de la historia de España de la extrema derecha: las Cortes de Cádiz acaban
siendo subordinadas a la Guerra de la Independencia, mientras que el
liberalismo es purgado de los elementos revolucionarios y democratizadores.
Poco se dice de la Segunda República, así como de la Guerra Civil y de la
dictadura franquista, excepto repetir las mentiras de la “propaganda
neofranquista” de los Pío Moa y César Vidal, como apunta Julián Casanova. Así,
la Guerra Civil supuestamente comenzó en 1934 por culpa de la izquierda y
Franco no fue un dictador sanguinario, sino un “modernizador”. Décadas y
décadas de investigaciones y trabajos académicos tirados a la basura.
Vox recupera la
tradición histórica conservadora decimonónica que hizo suya el franquismo
En resumidas
cuentas, Vox recupera la tradición histórica conservadora decimonónica que hizo
suya el franquismo. Es decir, la visión menendezpelayana que vincula
indisolublemente la nación con el catolicismo y la monarquía, y que fue
ampliada luego en Defensa de la Hispanidad (1934) por Ramiro De Maeztu, autor
muy querido por Abascal. Algo que, es menester aclararlo por si todavía hay
algún despistado, no se corresponde con ninguna investigación histórica
rigurosa. Así, supuestamente, la nación española tendría un origen más que
milenario cuando cualquier estudiante de primer año de carrera sabe que las
naciones no son solo “comunidades imaginadas”, como explicó hace cuatro décadas
Benedict Anderson, sino que se crearon en la época contemporánea, entre finales
del siglo XVIII y principios del XIX, que es cuando además se inventaron la
mayoría de sus tradiciones, como explicaron Eric J. Hobsbawm y Terence Ranger.
Como apunta otro autor del volumen, Xosé M. Núñez Seixas, la de Vox es una
“narrativa histórica de marchamo nacionalcatólico”. Y tiene rasgos
neofalangistas, como pone de manifiesto Ana Isabel Carrasco Manchado en
relación a ese “pasado imperial blanqueado” escrito con una “retórica racista,
militarizada y androcéntrica”.
Aquí vale la pena
subrayar cómo buena parte de esos relatos los impulsó ya el Partido Popular,
aunque sin pisar tanto el acelerador. ¿Se acuerdan de cuando Aznar afirmó que
los atentados del 11M fueron una venganza de Al-Qaeda por la Reconquista?, ¿o
de cuando Esperanza Aguirre consideró que la conquista de Granada fue “un día
de gloria” porque trajo la libertad a las mujeres españolas? De aquellos
polvos, estos lodos. De hecho, el mismo PP, o al menos parte de él, sigue
compartiéndolos. Basta pensar en lo que vino a afirmar Díaz Ayuso sobre la conquista
de América.
Ahora bien, todo
esto no se queda solo en el nivel discursivo. En diferentes municipios, Vox ha
conseguido que la Reconquista sea parte de un relato oficial de la historia de
España. Algunos ayuntamientos, como Badajoz o Alicante, ya han fijado la
entrada de las tropas castellanas como día de la ciudad. En el caso de la toma
de Granada, esto ha llegado al Parlamento de Andalucía y al Congreso de los
Diputados con explicaciones que, en palabras de Alejandro García Sanjuan,
alcanzan “cotas de esencialismo intensamente delirante”. En el caso del
Ayuntamiento de Madrid recordarán seguramente la decisión de borrar a los
dirigentes socialistas, y ministros de la República, Francisco Largo Caballero
e Indalecio Prieto del callejero municipal. La iniciativa era obviamente de
Vox. El PP y Ciudadanos votaron a favor de la moción en septiembre de 2020. Una
verdadera movilización de historiadores, relatada en un capítulo de Eduardo
González Calleja, consiguió que en tres ocasiones los tribunales parasen la
decisión del Ayuntamiento al asumir literalmente los argumentos del informe
técnico, elaborado por 350 especialistas en historia contemporánea de España,
en que se afirmaba que el iniciativa de Vox se basaba en “viejos y
desacreditados clichés pseudohistóricos de la propaganda franquista”.
Este es solo el
principio. Imagínense a Vox en el gobierno y piensen en una de las medidas de
su programa, que contempla un “plan integral para el conocimiento, difusión y
protección de la identidad nacional y de la aportación de España a la
civilización y a la historia universal, con especial atención a las gestas y
hazañas de nuestros héroes nacionales”. ¿Verdad que no es algo muy distinto a
lo que ha aprobado Orbán en Hungría, un régimen híbrido de autocracia electoral,
es decir, no una democracia plena? Pues eso. Porque la historia, como recuerda
justamente Marcela García Sebastiani, es “un instrumento inagotable para un
combate cultural contra la democracia liberal”. Y los historiadores, que
dedicamos nuestra vida al estudio riguroso del pasado, no podemos ni debemos
quedarnos al margen de esta batalla. Ni dejar que nuestras democracias se
vacíen de contenido.
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