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miércoles, 12 de julio de 2023

LOS INDIANOS CATALANES EN EL IMPERIO NEGRERO ESPAÑOL

 

LOS INDIANOS CATALANES EN EL 

IMPERIO NEGRERO ESPAÑOL

POR ALBERT PORTILLO

La emisión del documental de TV3 Negrers. La Catalunya esclavista desató la tormenta perfecta para que todos los tabúes sobre la acumulación primitiva de capital en Catalunya salten por los aires. La apertura de este debate, que ha llegado para quedarse, ha generado una conmovedora actitud defensiva en el espectro conservador; basta con oír al periodista Jordi Basté despavorido ante los ataques a los intocables de la Barcelona modernista (RAC1, 23/02/2023).

No por esperada fue menos virulenta una reacción que pretendió sofocar el debate con ridiculizaciones ad hoc. Más sorprendente ha sido la estupefacción de una parte de la izquierda que ha llegado a tildar de “importación de los campus norteamericanos” la participación de la burguesía catalana en el tráfico de esclavos o minimizando su centralidad en la acumulación primitiva de capital.

Lo cierto es que las investigaciones históricas más recientes permiten afirmar que el alcance del tráfico de esclavos no sólo fue absolutamente determinante para la formación de la burguesía catalana y española, sino que también lo fue para la industrialización. Del tráfico de esclavos y de la mano de obra esclava en las plantaciones cubanas brotaron fortunas fabulosas que a finales del XIX migraron a Barcelona para invertirse en grandes fábricas y empresas inmobiliarias especulativas que cambiaron el aspecto de la ciudad.

«La esclavitud directa es el eje central de nuestra industrialización en la misma medida que la maquinaria, crédito, etc. Sin la esclavitud no se obtiene algodón, sin algodón no existe industria moderna. La esclavitud es lo que ha dado valor a las colonias; las colonias son las que han creado el comercio mundial; el comercio mundial es la condición necesaria para la maquinaria industrial a gran escala» (Marx, 1972: 21).

De tal modo que el hilo conductor que Marx vio con total claridad en la economía política del Imperio Británico aparece también aquí, desde las calles señoriales del Passeig de Gràcia hasta las fábricas tenebrosas del Vapor Vell de Sants o de l’España Industrial.

Y con la migración de capitales ensangrentados aparecía, de rebote, una burguesía feroz acostumbrada a dirigir la mano de obra con el látigo esclavista y con un despotismo absoluto que los convertía en virreyes de las fábricas metropolitanas, tal y como habían aprendido en las plantaciones coloniales. Como había visto agudamente el crítico de la economía política burguesa en un famoso capítulo sobre la acumulación originaria: “En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sans phrase [desembozada] en el Nuevo Mundo” (Marx, 1975: 949)

No podía ser de otra forma, dada “una cadena de producción en la que la disciplina por medio de la violencia era la norma que hacía funcionar el sistema” (Piqueras, 2021: 21). Una mentalidad burguesa formada por la experiencia de haberse enriquecido por medio de un auténtico “Imperio Negrero Español”, como lo ha llamado José Antonio Piqueras (Piqueras 2021: 43).

Por eso, cuando nos adentramos en la acumulación de capital catalana y española rompemos uno de los principales mitos de la burguesía según el cual la industrialización habría sido fruto del propio ahorro, del acierto inversor y la predisposición para negocios bienaventurados en las Américas. Puesto que un cálculo a la baja sobre los beneficios del tráfico de esclavos español entre 1821 y 1867 lanza una estimación de 58 millones de dólares por 443.000 africanos deportados que podría ser de 130 millones de dólares según aquellos que computan 700.000 personas esclavizadas (Piqueras, 2011: 111).

Es decir, se mire como se mire, “España fue un actor histórico relevante tanto en relación con el tráfico de esclavos como en relación a la esclavitud colonial, en sus dominios americanos” (Rodrigo y Alharilla, 2022: 8), como ha concluido Martín Rodrigo. Un actor, España, del que Oriol Junqueras ya dijo que “los comerciales catalanes eran los máximos beneficiarios del sistema colonial español (…) desde principios del siglo XIX, la vieja clase dirigente cubana tuvo que recurrir a comerciantes hispánicos –muchos de ellos catalanes– para mantener el suministro de esclavos” (Junqueras, 2018: 62)

Detrás, pues, del simpático término de indiano radica el secreto vergonzante innombrable, como ha señalado uno de los máximos especialistas en la materia, el ya citado Piqueras: “El negrero es la representación más acabada del indiano al personificar como nadie el triunfo económico y el reconocimiento social, ya que la magnitud de los capitales reunidos raramente admite comparación” (Piqueras, 2021: 27).

Esta burguesía, premiada con títulos nobiliarios por la monarquía, encontrará sistemáticamente el apoyo de ésta para sus affaires desde el principio, con la cédula real del 28 de febrero de 1789 por la que Carlos IV liberalizaba el tráfico de esclavos. Las consecuencias de este apoyo estatal al negocio resultarán en que el 50% de los esclavos introducidos en la América española lo serán entre 1790 y 1867. Y del fruto de esta “deportación continuada y masiva” (Piqueras, 2021: 19) resulta un juicio inequívoco: “el trabajo forzado constituía una de las bases sobre las que se edificaba el capital industrial y financiero de la misma forma que había sido un apoyo fundamental en la primera acumulación a gran escala, comercial y dineraria” (Piqueras, 2021: 43).

¿Cuál fue la participación catalana? Pues las estimaciones más bajas indican que para el período de 1815-1820 un 21,7% de los barcos negreros responsables del tráfico de esclavos con Cuba eran catalanes. Si miramos los años 1821-1845 resulta que del total de barcos negreros capturados y juzgados por el tribunal de Sierra Leona, el 23% eran catalanes (Piqueras, 2021: 71).

Esta participación no quedaba enmarcada sólo en el tráfico, sino que también se incorporaba ávidamente a la propiedad de las plantaciones. Tal y como hará patente Pedro de Sotolongo, delegado de los grandes plantadores en Cuba, al recibir los refuerzos paramilitares, los pelayos, como los calificaba la prensa negrera, enviados desde Barcelona en 1869: “¿sabéis qué guarismo representan en Cuba las fortunas de los catalanes residentes aquí y ausentes hoy en Cataluña? Si posible fuera presentarlos serían asombrosos. Pues si una parte muy considerable de las riquezas de Cuba es propiedad de Cataluña, he ahí vuestro derecho a ser bien recibidos” (Maluquer, 1976: 46 y ss.).

No por casualidad el reformista José Manuel Mestre había descrito algunos años antes al ex secretario del Gobierno Superior de Cuba la existencia de un “omnipotente partido catalán” capaz de poner y sacar a capitanes generales. En el caso de la metrópoli, el omnipotente partido era capaz de asesinar a presidentes, Joan Prim, de derribar a monarquías, Amadeo de Saboya, y de tumbar al primer régimen democrático y popular, la Primera República. Ciertamente, la llamada revolución gloriosa de 1868 logró iluminar de forma fehaciente este secreto atronador, de tal modo que “el orden colonial quedaba revelado a ojos de propios y extraños con total claridad” (Piqueras, 2011: 237).

Por estos motivos, el movimiento obrero catalán combatía frontalmente “la esclavocracia”, como denunciaba la prensa satírica republicana a la burguesía monárquica. Un término que inspiró al gran historiador cubano Manuel Moreno Fraginals cuando lo llamaba, en relación con uno de los grandes negocios esclavistas, “sacarocracia”.

El árbol de la libertad de los negros: jacobinismo contra esclavismo

Junio de 1802, el genial militar que ha conducido a la proclamación de la Primera República negra de América es arrestado a traición por Napoleón, pero en una sola frase Toussaint L’Ouverture hace retumbar los miedos de la contrarrevolución:

“En me renversant, on n’a abattu à Saint-Domingue que le tronc de l’arbre de la liberté des Noirs; il repoussera par les racines, parce qu’elles sont profondes et nombreuses” [Derrocándome, sólo han talado el tronco del árbol de la libertad de los negros; volverá a brotar de las raíces, porque son profundas y numerosas] (Marius, 2002: 69).

Llevaba así hasta sus últimas consecuencias la premonición de Danton cuando la Convención Jacobina inicia la fase más espectacular de la Revolución Francesa. Una fase que se estrena con el decreto de abolición sin indemnización de la esclavitud en las colonias. Danton escribe el 4 de febrero –pluvioso en el calendario republicano– de 1794: “En jetant la liberté dans le nouveau monde, elle y portera des fruits abondants, elle y poussera des racines profondes” [Llevando la libertad al nuevo mundo, traerá frutos abudantes y hará brotar raíces profundas] (Marius, 2002: 68).

Unas raíces y unos frutos que comparten una misma savia jacobina regada con la alianza de los sans-culottes parisinos con los esclavos de Haití y Santo Domingo o, como dejara dicho el gran historiador C. L. R. James, “lo que las masas de Haití comienzan, las masas de París terminan” (James, 2022).

La concepción republicana de la fraternidad, que los jacobinos negros defenderán a ultranza, tendrá un eco abolicionista en las colonias y, al mismo tiempo, marcará uno de los combates más intensos de los jacobinos blancos en Francia. Ya que tanto en la Primera República Francesa (1792) como en la Segunda de 1848 el esclavismo y el antiesclavismo serán las consignas de batalla de la reacción y la revolución, en el agudo análisis de un observador alemán bastante barbudo:

«Bonaparte, que había subido al poder, halagando los más bajos instintos de los hombres, no puede mantenerse en él más que comprando día tras día a nuevos cómplices. Así, con la renovación de la trata de esclavos no ha restaurado sólo la esclavitud, sino que ha ganado a su causa a los plantadores. Cuanto hace degradar la conciencia de la nación es para él una nueva garantía de poder. Hacer de los franceses una nación que se entregue a la trata de esclavos será el medio más seguro de esclavizar a Francia, la cual, cuando fue ella misma, tuvo la valentía de proclamar ante la faz del del mundo entero: ¡Que perezcan las colonias, pero que vivan los principios! Una cosa al menos ha cumplido Bonaparte. La trata de esclavos se ha convertido en el grito de batalla entre los campos imperial y republicano. Si hoy la República Francesa se restaura, mañana España se verá obligada a abandonar el infame tráfico» (Marx, 1971: 100).

“El grito de batalla entre los campos imperial y republicano”… Y si esta dinámica de feroz lucha de clases espolea a las Repúblicas de Francia no es menos cierto que la reencontramos con la misma intensidad en la Primera República española. La diferencia estriba en que la historiografía marxista y republicana francesa nos lleva décadas de ventaja en el estudio del republicanismo antiesclavista. Pero esto no significa que en Catalunya no haya existido un movimiento popular equiparable contra los traficantes de carne humana. Si los esclavistas se organizaban en lobbies, como el de Barcelona presidido por el inefable Joan Güell y Ferrer y Antonio López y López, los republicanos sacan a 14.000 manifestantes contra estos (Janué, 2022: 136). Pero es que las conspiraciones de los primeros serán las que harán caer la monarquía democrática mientras que el empuje de los segundos llevará a que la República se estrene con la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Desde las páginas de El Estado Catalán un joven Valentí Almirall marcará el tono intransigente que siempre ha caracterizado al jacobinismo autóctono:

«Si para conservar las Antillas debemos conservar la esclavitud; si de la integridad del territorio es condición precisa que se haga de los hombres cosas, que el látigo se levante por el hombre contra el hombre, que se pierdan las Antillas y que se resquebraje esa integridad» (Almirall, 1873: 1).

Así pues, pensar que el antiesclavismo es una moda importada de los campus norteamericanos, aparte de ser falso, es más bien propio de una forma de pensar en todo caso ajena a la republicana.

También, insistir en la matraca de que el tráfico de esclavos y las plantaciones coloniales no tuvieron ningún peso en la acumulación de capitales no sólo es una hipocresía, ya refutada, sino que ignora que la prepotencia de la burguesía esclavista llegaba al punto de edificar palacetes de estilo hacienda colonial con plantas de algodón esculpidas en la entrada, tal y como hizo Gaudí para los Güell en la mansión de Pedralbes.

Y más aún, como señaló Oriol Junqueras en Els catalans i Cuba (1998), los apellidos de esta burguesía resuenan en todos y cada uno de los golpes de Estado que desde 1874 hasta 1936, pasando por 1923, se han hecho contra toda revolución democrática y popular.

«Al llegar a cierto punto uno deja de defender cierta concepción de la historia para defender la historia misma”, y esto que dijo Edward Palmer Thompson para el movimiento obrero inglés nos vale para no confundir la historia de los carniceros de humanos con la nuestra. Dicho con las palabras que citaba un espantado Jordi Basté en la emisora de radio RAC1: “Debemos cargarnos Gaudí, los Güell, el cancionero colonial, todos los pilares simbólicos de la marca Catalunya y también de la marca Barcelona”. Una declaración que tiene la virtud de delimitar campos y comenzar a abordar la tarea de la reparación de los mayores agravios imperialistas con el mismo empeño reclamado por Francia Márquez, la vicepresidenta colombiana, en el Forum Permanente de Afrodescendientes de la ONU, donde reclamó “acciones reales y concretas de reparación histórica”» (1).

Albert Portillo es politólogo y miembro de la redacción de Debats pel demà.

Referencias

Almirall, Valentí (1873) “La cuestión de Cuba”, El Estado Catalán. Diario Republicano, Democrático, Federalista.

James, Cyril Lionel Robert (2022) Los jacobinos negros. Toussaint L’Ouverture y la Revolución de Haití. Iruñea: Katakrak.

Janué, Marició (2002) Els polítics en temps de revolució. La vida política a Barcelona durant el Sexenni revolucionari. Vic: Eumo Editorial.

Junqueras, Oriol (1998) Els catalans i Cuba. Barcelona: Pòrtic.

Maluquer de Motes, Jordi (1976) “La burguesía catalana y la esclavitud en Cuba: política y producción”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí (3a época).

Marius-Hatchi, Fabien (2002) “La Révolution caribéenne comme ultime rempart du droit naturel”, en Florence Gauthier (ed.), Périssent les colonies plutôt qu’un principe! Contributions à l’histoire de l’abolition de l’esclavage, 1789-1804. Paris: Société des études robespierristes.

Marx, Karl (1971 [1858]) “El gobierno británico y la trata de esclavos”. Londres: New York Daily Tribune, 18/06, en Marx y Engels, Acerca del colonialismo, Progreso, Moscú, pp. 96-101. Accesible en https://proletarios.org/books/Marx-Engels-Acerca_del_colonialismo.pdf.

(1972) “The Life-Destroying Toil of Slaves”, en Padover, S. (ed.). The Karl Marx Library, Vol. II: On America and the Civil War. Nueva York: McGraw-Hill.

(1975 [1867]) El Capital, Capítulo XXIV: La llamada acumulación originaria, I, 3. Madrid: Siglo XXI.

Piqueras, José Antonio (2021) Negreros: Españoles en el tráfico y en los capitales esclavistas. Madrid: Libros de la Catarata.

(2011) La esclavitud en las Españas. Madrid: Libros de la Catarata.

Rodrigo y Alharilla, Martín (ed.) (2022) Del olvido a la memoria. La esclavitud en la España contemporánea. Barcelona: Icaria.

 

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