EL MIEDO
GUILLEM MARTÍNEZ
1- En el momento en el que escribo estas líneas en Francia cada noche equivale a varios años. Tras tres noches de violencia en las calles de, cada vez, más ciudades, se han detenido en torno al millar de personas, se han quemado 2000 vehículos, se han atacado 77 comisarías y más de 100 edificios públicos, y se han asaltado cerca del millar de comercios. Es una revuelta, una invalidación. Pero, y esto es muy importante, en forma de motín, esa invalidación de la invalidación.
2- El motín es la
protesta en los USA, esa democracia en la que no todo el mundo está inscrito en
el censo. Lo que indica que en Europa nos aproximamos a democracias que, de una
forma u otra, no inscriben, no atienden, a toda su ciudadanía. En París, Lyon,
Toulouse… se manifiestan personas que no caben, personas que no tienen su lugar
en la República, que no lo tuvieron en la escuela –en principio, el punto de
incorporación republicano–, que no lo tienen en el trabajo. Que no lo tienen,
siquiera, en el interior de un coche. Personas reconocibles, familiares,
próximas, pues ya existen en toda Europa. Y se manifiestan, lo dicho, a través
del motín. El motín es la gran forma de manifestación predemocrátrica. Por lo
mismo, es inquietante y sintomático –y muy importante– que el motín sea la
forma de manifestación del siglo XXI.
3- La primera
manifestación con forma de motín por aquí abajo fue en BCN, en 1835. Fueron
varios días de protestas desordenadas, salvajes, se suponía que anti–carlistas,
hasta que de pronto, zas, alguien quemó la fábrica del jefe de la Milicia
Nacional, el señor Bonaplata, el símbolo del anti–carlismo. Los obreros, en
fin, querían decir algo importante sobre su explotación y sus condiciones de
vida, pero no sabían qué, pues no cabían, ni contaban. El último motín por aquí
abajo –es decir, el primero nuevamente protagonizado por personas que no
cuentan, ni caben– fue también en BCN, en 2019, cuando las protestas contra la
sentencia al procés. Fueron varios días de protestas desordenadas, y que acabaron
como el rosario de la aurora, cuando el Govern, que las animaba, se dio cuenta
de que se trataba de un motín, protagonizado, por tanto, por personas sin
líderes, sin sitio, sin voto, que no cabían, y no por los suyos, los liderados,
los que caben, los que cuentan, los que votan.
4- El motín –correr
en todas direcciones– se parece mucho al miedo –correr en todas direcciones–.
Lo que indica que el miedo es el grueso de un motín. Por lo mismo, los
amotinados deben tener miedo al Gobierno, al punto que ese miedo es el que,
tarde o temprano, detiene el motín. Las personas que creen que caben en el
sistema, que creen que son parte del Gobierno, deben, a su vez, carecer de todo
miedo, salvo del miedo a los amotinados.
5- Por lo descrito
en el punto 4, un Gobierno o una oposición postdemocráticos deben dar miedo a
parte de la sociedad, pero no a toda y, mucho menos a sus propios votantes.
Un Gobierno o una oposición postdemocráticos
deben dar miedo a parte de la sociedad, pero no a toda y, mucho menos a sus
propios votantes
6- Y ese es el
problema de la derecha española, un ente poco sensible a las percepciones de la
sociedad, salvo a su miedo. A la derecha española le preocupa, y mucho, dar
miedo. El miedo es, de hecho, una de sus pocas preocupaciones. No se pierdan el
punto 7.
7- Casado –no lo
recordarán, pero fue el anterior líder del PP– tenía un problema. Daba miedo. A
los suyos. Eso es lo que descubrió una empresa que hizo un estudio sobre la
recepción de ese líder. ¿Qué daba miedo de Casado? No eran sus ideas, ni su
forma de verbalizarlas. Era algo previo a ello. Su cara. Y, más concretamente,
su boca. La empresa en cuestión decidió que lo que daba miedo era, incluso,
algo más acotable: su dientes. El estudio de imagen acabó aconsejando a su
cliente que se dejara barba. La barba, por cierto, es una máscara. Un político
con barba, en términos generales, es una ruina para la comunicación, una vía
muerta para la política. Salvo en nuestro biotopo, lleno de políticos, líderes
y personajes públicos con barba. Gracias al estudio aludido sabemos que la
barba, en España, es la opción B. Donde hay una barba, había, previamente, un
terror mayor, que la barba tapó.
8- El miedo es, sin
duda, el gran límite para las derechas en España. Es más, es su único límite y
su único factor de moderación. En eso España es diferente a muchos países
europeos, en los que sus derechas, para existir en su ulterior forma, no
necesitaron convocar tanto miedo. Aquí necesitaron tanto que les sobró, de
manera que les dura. No lo gastarán en la vida.
9- Ese miedo es
importante. Es el gran lastre de una derecha que desconoce cualquier otro
lastre. La sensación es que las izquierdas acceden al poder, por aquí abajo, no
por ellas mismas, sino por el miedo que provocan las derechas, en esos momentos
periódicos en los que esas derechas pierden su formación y avanzan en
desbandada. Y dan, lo dicho, miedo. Un miedo que ninguna barba puede ocultar.
10- Eso mismo
explica, también, los discursos de las derechas y las izquierdas locales. Las
izquierdas poseen un discurso muy pobre, discreto, flojo incluso para el
entorno. Tímidas, parece que tengan miedo a crear miedo no en sus votantes,
sino en los votantes contrarios. Las derechas son, a su vez, más libres. Pueden
decir y hacer casi lo que quieran. Con un solo límite. Provocar miedo. Lo que
no es, a su vez, algo tan obvio como pudiera parecer. Por aquí abajo, por
ejemplo, dan más miedo los dientes de un político que el hecho de que un
político pueda decidir la muerte de cerca de 8.000 ancianos en residencias. Lo
que nos lleva al punto 11.
11- El miedo no es
obvio. El miedo es inconcreto. El miedo, por eso mismo, es un arte. No todo el
miedo crea miedo. Si el neoliberalismo rompe la sociedad, debe romper, por
fuerza, sus percepciones, como el miedo, que pasa a ser también un miedo roto,
fragmentado, incomprensible, informulable. La sociedad puede tener miedo, así,
a los dientes, esas cosas de las que casi todo el mundo dispone, y no miedo a
las políticas, a sus dentelladas.
12- Parece, en todo
caso, que las derechas españolas –PP–Vox– han pulsado recientemente las teclas
indicadas para crear miedo, para enseñar los dientes bajo su barba. En el
último Electopanel de Electomanía –del 30J–, el pack PP–Vox perdía
sorpresivamente, ñaca, la mayoría absoluta. Algo ha pasado que, en una semana,
ha recortado un punto entre derechas e izquierdas. No es, por ahora, un cambio
de tendencia. Puede no llegar a serlo. O sí. Por ahora es, tan solo, la
aparición del único objeto que la derecha española, la gran dominadora del
discurso político local, no puede dominar. El miedo. Su miedo, el miedo que
ella provoca.
13- Ese miedo debe
de haber nacido del contacto y pacto PP–Vox tras las elecciones. Es muy posible
–punto 11– que no sea un miedo argumentado, analizado. Puede ser, simplemente,
un correr hacia todas las direcciones, víctimas del miedo –punto 4–. En todo
caso, los pactos han sido absolutamente duros y concretos, sin grandes matices,
paliativos, ni preciosismo. En defensa de la ultra–derecha española –rayos,
jamás pensé en escribir esa frase en mi vida– se debe decir que los pactos
políticos suelen ser así de pobres, operativos y literales –recuerden los
pactos en la izquierda de hace menos de un mes–. Si bien esa dinámica cutre del
pacto crea desinterés, desgaste en las izquierdas, en las derechas crea también
su kriptonita, más determinante, visto lo visto: el miedo. Los pactos, por otra
parte, han liberado del centro de la tierra un nuevo rostro en el mercado
político e informativo. El de Jorge Buxadé –bú–, de Vox, un político necesitado
–y con esto estoy ahorrando una pasta en estudios a Vox– de una barba, enorme,
hitita, de Santa Claus. Los pactos, a su vez, han creado una dinámica,
inicialmente catalana, peligrosa: la presidencia para el lado más
ultraderechista de la coalición –en este caso, Vox– de varios parlamentos
autonómicos. Ceder a la extrema derecha la presidencia de un parlamento –esto
es, cederle su interrupción, su boicoteo, su prestigio, su ruina y, por encima
de todo, una voz que nunca callará, ni tan siquiera debajo del agua– es algo
que puede ser divertido para sus votantes, pero que crea miedo, mucho, en los
que no lo son. La actuación de esos nuevos presidentes –por lo que veo, grandes
personas sin grandes capacitaciones, pero con grandes personalidades y, por lo
mismo, difíciles de moderar, matizar, o mandar parar– en la campaña que empieza
en 6 días, puede ser otro factor de miedo. Y aún hay otro. Un PP –antes que un
partido político convencional, una comunidad de intereses que limita,
únicamente, con el miedo– victorioso en las elecciones del 23J –parte del miedo
que emite consiste en saberse victorioso–, tendría tiempo aún –lo tiene hasta
el último trimestre del año– para cambiar la orientación y la recepción de los
Fondos Europeos. Sabemos poco del destino de esa pasta. Que gracias al PP y a
sus intenciones con esos fondos supiéramos más, sería de peli de miedo. Si el
PP llegara a mezclar, en ese sentido y orientación, el hambre con las ganas de
comer, el miedo vertebrado sería inaudito.
14- Atención. El
miedo, la gran baza –a falta de otra– de las izquierdas locales, y el gran
marrón –por ausencia de otro– de las derechas locales, ha hecho su aparición.
Hay, por tanto, partido en una cultura política en la que el miedo es ya
determinante, como explica y visualiza Francia. El miedo no se improvisa.
Requiere años. El hecho de que ya sea perceptible solo habla de su robustez.
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