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miércoles, 28 de junio de 2023

SÁNCHEZ EN EL AVISPERO

 

SÁNCHEZ EN EL AVISPERO

GERARDO TECÉ

Ambiente de partido del siglo en Antena 3. El presidente del primer gobierno de coalición de izquierdas desde la República acude a El Hormiguero de Pablo Motos, número 2 de las listas por Madrid de la derecha mediática liderada por Ana Rosa en estas elecciones. El programa del Grupo Atresmedia lleva 17 años en antena. Esto es, once más de lo que duraron la Primera y la Segunda República en España juntas, así que Pablo Motos partía como claro favorito en las casas de apuestas. Hablando de derrocamientos por la fuerza, desde que un señor con coleta tomase posesión de la vicepresidencia del Gobierno de España en enero de 2020, El Hormiguero y el resto de programas de entretenimiento de los dos grandes operadores mediáticos, Atresmedia y Mediaset han compatibilizado su

 función de divertir al espectador con concienciarlo sobre la destrucción que el socialcomunismo está provocando en España. En los últimos meses, el disimulo ha disminuido al tiempo que la intensidad en las manos a la obra aumentaba. Donde hace años había pullitas y diferencia de tono dependiendo de si el invitado iba a El Hormiguero a divertirse –Albert Rivera– o a ser sometido a un tercer grado policial –Pablo Iglesias–, ahora lo que se lleva son directamente los editoriales derechistas a lo Jiménez Losantos. O, como dirían Tamará Falcó o Frank de la Jungla, editoriales que ni de derechas ni de izquierdas. Editoriales en los que se califica de fraude a un presidente del Gobierno elegido democráticamente o de fascistas a sus socios de Gobierno de Unidas Podemos –¡que pase Santi Abascal!–, todo esto antes de dar paso a la cámara superlenta que mostrará con calidad microscópica cómo saltan por los aires miles de trozos de un vaso de cristal golpeado por una bola metálica. Que cada cual entienda las metáforas como le dé la gana, pero yo ahí veo que se rompe España.

 

Es lógico que la visita de Sánchez a este programa haya generado interés y que a quienes analizamos la política nos ponga tanto como a los casi tres millones de espectadores que ayer se plantaron ante la pantalla. No pasa habitualmente que la derecha mediática y su principal adversario político coincidan en el espacio-tiempo. El poder de programas como el de Pablo Motos se sustenta sobre las bases del Mago de Oz: una voz se hace enorme condicionando a millones de espectadores, siempre y cuando se respete una condición: que no exista interacción con esa voz, que no haya debate ni enfrentamiento argumental, meno aún con quien es objeto de la crítica de la voz. Cuando esto desaparece, cuando coinciden en el mismo plano derecha mediática y su objetivo a abatir, el efecto Mago de Oz se esfuma. A ese plató, avispero más que hormiguero sobre el papel, llegaba el Pedro Sánchez de la segunda venida mediática después de aquella primera de 2016, en la que, tras ser expulsado del PSOE, descubrió que los medios de comunicación eran los principales actores políticos de este país. Hay un patrón en las tomas de conciencia de Pedro Sánchez. Siempre ocurren cuando las cosas le van mal. Por eso anoche no iba a divertirse a El Hormiguero, sino a trabajar. A intentar desinflar la burbuja de rechazo generada en espacios como ese que pisaba.

 

El primer cara a cara electoral del 23J tenía un funcionamiento diferente a los cara a cara tradicionales político vs político a los que estamos acostumbrados. En el de anoche, la derecha mediática ponía las cámaras, los tiempos, el rival y presentador, el público, las hormigas y los temas de conversación. Como en cualquier cara a cara, cada uno de los participantes acudía a la cita con un objetivo marcado. El de Sánchez era salir de aquel plató habiendo desinflado en parte la burbuja antisanchista –palabras del propio presidente– generada en programas como El Hormiguero durante años. Un objetivo relativamente sencillo, ya que uno de los efectos secundarios de la deshumanización y demonización de rivales es que cuando escuchas hablar al supuesto demonio ya no te parece tan demonio. El objetivo de Motos era otro: negar la mayor. Negar que su programa juegue un papel político favorable a la derecha. Objetivo ambicioso teniendo en cuenta dos factores. El primero, que tenía que convencer de ello no a un señor de Bélgica que estos días pasa por Madrid de visita para ver El Prado, sino a su propia audiencia, esa que desde hace años, lleva cada día viendo encantada cómo El Hormiguero es un pozo de diversión sin fondo a la vez que azote del socialcomunismo que destroza el país. El segundo factor que dificultaba que Motos cumpliera su objetivo es que delante no tenía a Tamara Falcó dándole la razón, sino a un presidente del Gobierno de España. Es decir, a un tipo acostumbrado a ganar elecciones y dispuesto a clavar su bandera argumental por un día en territorio hostil.

 

Hostil fue el arranque preguntándole Motos a Sánchez, camisa azul y pulsera LGTBI en la muñeca derecha, por qué les había jodido las vacaciones a los españoles haciéndolos votar en julio o pidiéndole que le dijera a la cara que El Hormiguero trabaja para la derecha. Era solo el inicio. Cuando Sánchez respondía, no hubo reflexión o contrarréplica de Motos que no le hubiéramos escuchado antes a Feijóo. Probablemente porque Feijóo, anteriormente, se la había escuchado al propio Pablo Motos. O a alguna de las hormigas. Entre preguntas de argumentario pepero, contrarréplicas y protesto señoría, Motos intentó poner en pie su teoría de que Sánchez, como la protagonista de Réquiem por un sueño, estaba alucinando al asegurar que la tele hablaba de él y lo hacía para mal. Pero cómo va a ser eso, señor Sánchez, si esto es solo un programa de entretenimiento. Motos se estrelló en el intento. No habían pasado más de cinco minutos cuando el espectador pudo comenzar a ver con nitidez, independientemente del número de píxeles de su pantalla, cuál es la diferencia entre un presidente del gobierno de España y un presentador de programa de entretenimiento, metido a camello televisivo y dedicado al menudeo ideológico. Es abismal. A medida que la entrevista, como llamaba Pablo Motos al cara a cara, avanzaba, el presentador se hacía más pequeñito y el presidente iba tomando posesión de aquel plató como Pedro por su casa, en lo que probablemente hoy mismo Ana Rosa denuncie como okupación.

 

Motos, estrellado sin saberlo, que es la peor forma de estrellarse, convirtió lo que debía de haber sido un mal rato para el presidente en autojustificación permanente. Desde el yo no voy a votar a nadie en estas elecciones, así que soy más neutral que el PH7, hasta mis tertulianos son más de izquierdas que de derechas, pasando por un letal “también hay medios de izquierdas como la SER y El País”, dándole la razón a Sánchez en lo relativo al 90% del espacio mediático restante de España, incluido aquel mismo plató. Motos, que a esas horas de la noche hubiera dado la mitad de su sueldo para ser hormiga y no presentador, llegó a tartamudear que tanto PSOE como PP eran “partidos estupendos” con tal de defender una tesis imposible de sostener. Cómo sería la cosa que Antonio Caño, director de El País entre 2014 y 2018, que hace poco reconocía haber hecho todo lo posible por evitar la formación del actual Gobierno, anoche se desesperaba en twitter pidiendo que Pablo Motos se apartase por incapaz para dejar paso al Tribunal de Estrasburgo. Que Pablo Motos saliese trasquilado del desproporcionado combate no quiere decir que Sánchez saliese ganador. Ganó el cara a cara, se puso cómodo como si estuviera en el sofá de La Moncloa, le hizo guiños al votante de derechas como en cada una de sus paradas por esta gira –incluyendo por supuesto el ya tradicional e irresponsable abandono a su ministra de Igualdad, Irene Montero– y se sintió cómodo explicando en idioma hormiguero cuál es la diferencia entre su gobierno y un potencial gobierno del PP con Vox. Pero años de batalla mediática de la derecha, en la que Sánchez no se ha atrevido a entrar hasta el descalabro de las pasadas municipales y autonómicas, han construído un edificio difícil de demoler en una sola noche.

 

Quienes analizamos la política, la de los políticos y la de los platós, salimos de este cara a cara con una certeza y una duda. La certeza es que, cuando se da la extraña circunstancia de que coinciden en el mismo plano la derecha mediática, encargada de generar escenarios artificiales, y sus rivales en la política, el mero hecho del intercambio de ideas desmonta el circo de los primeros ante sus propios espectadores. Un drama. La duda, inmensa, es cuál es el perfil del público que acude al plató de El Hormiguero, ese que un día recibe con cerrada ovación a Isabel Díaz Ayuso y, al otro, muestra entusiasmo con el presidente Sánchez. Especialmente, cuando al realizador ya no le queda más remedio que sacar la cartela de aplauso para intentar mantener con un hilo de vida la tesis de la neutralidad del programa del malherido Pablo Motos. Igual, en esas decenas de personas dispuestas a todo y a su contrario por 30 euros, bocadillo y foto con las hormigas, encontramos el eslabón perdido que nos permita descifrar de una puñetera vez cómo funciona este país.

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