EL DINERO BAJO LA SOTANA
FABRIZIO CASARI.
La crónica nicaragüense que se puede leer en los periódicos europeos o latinoamericanos habla de sacos llenos de billetes encontrados en varias diócesis. Se trata, sin embargo, de informaciones parciales, que tienden a presentar el detalle para ocultar el fondo, que es mucho más grave e inquietante. Los sacos, que contenían la nada despreciable suma de 500.000 dólares, fueron encontrados por la Policía Nacional de Nicaragua en una operación realizada en el marco de una vasta investigación sobre lavado de dinero. Pero estos son sólo una mínima parte de los hallazgos probatorios, por inquietantes que sean en sí mismos, porque la investigación del Ministerio Público nicaragüense es mucho más amplia y profunda; investiga el tránsito de varios millones de dólares por cuentas diocesanas a nombre de varios sacerdotes y obispos.
Millones de dólares
entraron ilegalmente al país, y aún no está claro si hay y qué responsabilidad
tienen los bancos o funcionarios individuales en la operación, la investigación
lo averiguará. Mientras tanto, sin embargo, el descubrimiento de todo ha dado
lugar, obviamente, a que las autoridades competentes bloqueen el funcionamiento
de las cuentas mencionadas por existir evidencias claras de lavado de dinero
cuyos destinos son financiamiento de Actividades Terroristas y lucros
personales.
También hay otra
línea de investigación relacionada – y no menos importante – sobre tierras y
bienes inmuebles a nombre de obispos, sacerdotes y testaferros que primero
fueron adquiridos y luego transferidos ilegalmente. Se trata de decenas de
miles de hectáreas ubicadas en zonas rurales, urbanas y semiurbanas de todo el
país.
Uno podría,
manteniéndose dentro de la crónica, relatar este asunto con los tonos de
cualquier operación policial destinada a reprimir delitos; pero lo cierto es
que cuando se trata de la Iglesia y cuando el escenario del crimen es
Nicaragua, la crónica se convierte en la punta visible del iceberg político.
Las preguntas que
surgen son varias: ¿cómo es que obispos y sacerdotes nicaragüenses resultan ser
los dueños de semejantes riquezas? Cuesta imaginar que se trate de una versión
moderna del voto de pobreza. Son bienes que nunca han sido reportados y que
sólo pueden tener dos orígenes: o enviados desde el exterior por canales no
oficiales, o propiedades del latifundio nicaragüense que transitan hacia
prelados amigos a la espera de ser exportadas a las cuentas extranjeras de los
apátridas. Un intento de mantener a salvo el botín por parte de quienes,
dejando de tener nacionalidad y ciudadanía, buscan poner su riqueza en manos
amigas para recuperar su posesión.
En cuanto a los
500.000 dólares encontrados en los sacos: ¿para qué sirve una suma de esa
magnitud, teniendo en cuenta la escasa actividad pastoral y los mínimos costes
de su funcionamiento? Es difícil convencerse de que estaban destinados a la
compra de velas para los fieles; inverosímil imaginar tales sumas para la
compra de hostias y vino malo; ridículo, por último, pretender que estaban
destinados a la caridad. Y así no se puede dejar de advertir la
incompatibilidad entre la cuantía de la suma y las necesidades públicamente
reclamables propias del ejercicio de la actividad pastoral.
Habíamos dejado en
2018 diócesis reducidas a centros logísticos del terrorismo golpista, almacenes
donde el horror encontraba cobijo, donde el engaño de la misión humanitaria y
pacificadora ocultaba la dirección política del golpe. Ahora encontramos los
bajos fondos de las diócesis como almacenes de dinero, mostradores de liquidez
financiera listos para ser utilizados. Para uso político ilegal, ciertamente no
para obras de caridad.
El polvo bajo la
alfombra
Los primeros
resultados muestran cómo la investigación de la Fiscalía pone al descubierto
verdades pesadas e inquietantes, que sacan a la luz pública un tráfico de
dinero y de bienes atribuible a actividades ilegales. Teje alianzas e
intersecciones entre golpismo, jerarquías eclesiásticas y actividades
delictivas que no pueden reducirse a los fenómenos de las finanzas creativas y
circunscritas. Recuerda y re-propone un papel subversivo de la iglesia
nicaragüense, distinto al de siervos de Dios.
Es creíble la
hipótesis de que la elección de titular sacerdotes y diócesis se basó en la
presunta mayor agilidad de sacerdotes y obispos, considerada de alguna manera
salvaguardada por la diplomacia y la conveniencia política. El clero era
considerado el único canal navegable para las operaciones ilegales. Es probable
que se pusiera en marcha una operación ilegal para recuperar bienes confiscados
o decomisables, e ídem para el dinero en efectivo, probablemente útil para
cubrir las necesidades organizativas inmediatas, tanto nacionales como
extranjeras, de las familias golpistas.
Como en 2018, es
concebible que los fondos se canalicen en parte hacia la oligarquía y en parte
directamente hacia las organizaciones criminales alistadas. Pero haber montado
estas operaciones y esperar tener éxito en ellas es una demostración más de lo
poco que sabemos de la policía nicaragüense, de sus unidades de investigación y
de sus órganos de inteligencia. La Nicaragua sandinista, poco dispuesta a
retroceder ante el crimen, sabe defenderse y lo hace sin mirar tanto la letra
pequeña.
Nicaragua nos tiene
acostumbrados a lo insólito, a ese tipo de escenarios donde hay que adentrarse
en el sustrato para ver la capa, donde lo que sucede siempre tiene una razón y
a menudo una razón inconfesable. Si no se quiere creer obtusamente la leyenda
de la persecución de la Iglesia y si no se quiere dar crédito a la inocencia de
los prelados como prejuicio ineludible, basta con adentrarse en el sustrato
para descubrir cómo todo tiene un hilo conductor. La actividad criminal es
razón y consecuencia de una acción política encaminada a la desestabilización
permanente de Nicaragua.
Para entenderlo
todo, conviene fijarse en cómo el punto y final post-2018 supuso un punto de
inflexión en la actividad de las jerarquías eclesiásticas, que viven un proceso
de transformación en clave política, resituándose dentro de la sociedad civil
en el papel de agente catalizador de la oposición golpista.
Cambios de
vestimenta
La derrota del
intento golpista trajo consigo la desarticulación total de la estructura
política y mediática sobre la que se sustentó el golpe, mientras que la
religiosa permaneció para sostener su función y la mediático-política, asumida
en el ínterin.
La Iglesia Católica
es hoy el catalizador de la oposición. En parte, se trata de una opción interna
debida a que la Iglesia intenta llenar el espacio dejado vacante por el fin de
los partidos golpistas, cuyos últimos restos volaron de Managua hace meses.
Para ello, algunos sacerdotes desarrollan una intensa actividad política:
abandonando su aparente neutralidad hipócrita, incitan a la rebelión contra el
gobierno desde todos los púlpitos, transformando su misión de recuperar almas
en alistar cuerpos.
Pero su
transformación definitiva en sujeto político fue decidida por la Casa Blanca,
que quiso confirmar y reforzar lo que ya se había establecido durante la
intentona golpista: debe ser la iglesia la que ejerza el liderazgo del anti
sandinismo. Porque sólo la iglesia dispone de una mínima base social y sólo la
iglesia goza de una mirada benévola a nivel internacional, dado el total
descrédito de los golpistas incluso por parte de los gobiernos occidentales que
también detestan el Sandinismo.
Al fin y al cabo,
esta actitud de la Iglesia Católica nicaragüense siempre ha estado ahí, dada la
impronta histórica de la CEN, que siempre ha sido la manta que cubrió al
somocismo tratando de blanquear su horror. Hasta 1979 hubo una comunión de
intenciones entre el clero y la familia Somoza; igualmente evidente fue el
apoyo a la Contra en los 80 y su respaldo a los 16 años de horror liberal, con
los que expresó una genuina conexión sentimental; luego el papel de liderar el
terrorismo en 2018. En resumen, nunca, ni siquiera durante un corto período de
la historia, la CEN ha sido neutral, coherente con el fervor fascista de las
Conferencias Episcopales de toda América Latina.
Hoy, la Iglesia no
oculta su nuevo disfraz. Sin embargo, el uso descarado y desenfrenado del
púlpito eclesial en una función política no puede dejar de encontrar una
respuesta política, del mismo modo que toda acción criminal en violación de la ley
no puede dejar de encontrar una respuesta por parte de las estructuras
encargadas de hacer cumplir la ley. Sotanas y breviarios no bastan para
protegerse de los crímenes: esto es cierto en todas partes del mundo y más aún
en Nicaragua, dado el peaje de sangre y sufrimiento que ha pagado para alcanzar
la paz y la convivencia.
Las preguntas,
todas y cada una de ellas, divagan en el examen de hechos y circunstancias, de
personajes y lugares; pero donde y por cuánto divagan, como afluentes de un río
sólo encuentran una respuesta en la desembocadura: la construcción de las
condiciones para un nuevo intento golpista es el programa político de la
iglesia. El subversivismo golpista es la única forma en que la derecha siente
que debe relacionarse con el país, y el dinero necesario para las operaciones
debe llegar de cualquier manera.
Lo saben bien en el
Carmen, donde han optado por acabar con toda paciencia y responder golpe a
golpe a la supuesta intocabilidad de una secta que ha cambiado la fe por el
odio, las oraciones por el terror, la subversión por la misión pastoral.
La dirección
política del país sabe que la derrota del intento subversivo no significa el
fin del proyecto golpista, por lo que no habrá subestimación. Que goze de un
poderoso apoyo internacional cambia poco, las cuentas se hacen en Nicaragua y
no en otra parte.
Es sabido que la
paz no es un bien duradero, si no la defiendes, la pierdes. Así que por parte
del sandinismo no habrá incertidumbre ni vacilación, ni indulgencia ni timidez
en la actuación. No habrá errores en la defensa de la paz. Porque quien baja la
guardia, tarde o temprano baja la cabeza.
(Radio La
Primerísima)
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