ALBERTO PRIMERO EL DEROGADOR
JUAN TORTOSA
El presidente de la Xunta y
del PPdeG, Alberto Núñez Feijóo.
(EFE/Lavandeira)
No propone nada, no explica nada, no ofrece ninguna alternativa, cada vez que abre la boca o se le dilatan las pupilas es para confundir algo, Extremadura con Andalucía, La Palma con Las Palmas, Valencia con Barcelona pero da igual. Subido en la ola del trumpismo patrio, aupado por la esperpéntica atmósfera ambiente en que andamos sumidos y que tanto recuerda las mejores páginas literarias de Valle Inclán, Alberto Núñez Feijoó puede soltar sin problema la mayor burrada que le venga a la cabeza, algo para lo que tiene demostrada sobrada habilidad, sin que eso parezca que le vaya a pasar factura haciéndole perder votos.
No sabemos qué
quiere construir, pero a sus hooligans eso les interesa más bien poco: lo
importante es destruir, demoler, destrozar el trabajo del Gobierno de
coalición, ese ejecutivo al que no se han cansado de denostar e insultar a
pesar del trabajo realizado para que no nos pillara el toro en estos tiempos
convulsos, a pesar de los avances sociales y laborales, de los reconocimientos
internacionales... Nada, cuando ganemos las elecciones lo tumbaremos todo,
acabaremos con todo, repiten él y sus mariachis en bolos preelectorales llenos
del odio con el que a diario riegan hasta los más recónditos rincones del país.
Derogaré, derogaré,
derogaré... primera persona del singular del futuro imperfecto de indicativo en
un verbo que el ínclito líder igual no sabe ni conjugar pero anda todo el día
en la boca con él: derogaré la ley del sí es sí, derogaré la ley de Memoria,
derogaré la ley de Vivienda, derogaré la ley Trans; la de eutanasia y la de
Educación ya veremos, o también, qué demonios. Derogaré el sanchismo, pregona
encantado cada vez que usa esta ocurrente frase-eslogan fabricada por su
belicista equipo de propaganda.
Derogar, derogar,
derogar, hacer no sé bien qué haré pero me voy a pasar todo el día derogando,
borrando cualquier vestigio de la existencia de este Gobierno de coalición del
que por fin vamos a conseguir librarnos. Nunca nadie proponiendo tan poco y
dejando tan a la vista sus escasas entendederas consiguió tanto. Le basta con
estarse quieto porque todo se lo dan hecho, se lo proporcionan en bandeja
quienes lo eligieron para estar donde está, para interpretar el patético papel
que le han adjudicado.
Casado se quiso
mover y lo borraron de la foto, Ayuso se ha pasado de frenada y de momento la
tienen callada recordándole que mucha chulería, pero que ha perdido más de 33.000 votos en Madrid. Feijoó y sus
mentores en cambio creen tener el santo de cara, o al menos así lo piensan
cuando elaboran encuestas y abren informativos con unos datos que nos obligan a
preguntarnos dónde están los millones de personas beneficiadas durante estos
tres años y medio por las políticas del Gobierno de coalición.
No sé qué pensarán
los pensionistas y los currantes de a pie que votan al PP sobre lo que
significa el verbo derogar en boca de Núñez Feijoó ¿Se habrán planteado que se
acabaron las subidas de pensiones, el aumento del salario mínimo, han pensado
que disminuirá en un plis plas su poder adquisitivo, que se acabó la
posibilidad de soñar con una vivienda decente, un alquiler asequible, una vida
laboral que permita tener hijos y hacer planes de futuro? ¿Qué demonios pensará
el elector medio que quiere decir Feijoó cuando habla de derogar el sanchismo?
El término
"sanchismo" no me acaba de gustar, pero entiendo que con él se
pretende definir la política que nos ha permitido sobrevivir más o menos a los
años terribles que hemos sufrido, deduzco que con "sanchismo" se
refieren a todas esas leyes pensadas para mejorar la vida de los más
desfavorecidos que el gobierno de Sánchez ha ido aprobando gracias entre otras
cosas a la tenacidad de unos socios de coalición, Unidas Podemos, cuyos méritos
nadie les quitará nunca por mucho que ahora no se hayan reflejado en las urnas
lo suficiente.
No me cabe duda de
que el tiempo terminará poniendo las cosas en sus sitio, pero para que acabemos
entendiendo la magnitud de lo conseguido por el Gobierno de coalición da la
impresión de que el requisito indispensable es que durante un tiempo nos
gobierne una caterva de fachas que, hacha en mano, se disponga a destruir el
trabajo realizado durante los últimos años por quienes se han visto obligados a
lidiar con los contratiempos probablemente más complicados sufridos en España
durante las últimas décadas.
Y al preclaro líder
de la derecha que se nos viene encima no se le ocurre otra cosa que esgrimir el
verbo derogar como santo y seña de lo que va a ser su política: derogaré,
derogaré, derogaré. Sin más explicaciones, sin más datos. Me cuesta mucho
entender el momento que estamos viviendo; siempre me escandalizó que personajes
tan peligrosos como Donald Trump, cuyo estilo cada vez parece estar más
presente en la manera de hacer política y periodismo en España, puedan jactarse
de no perder votos aunque apuñalaran a alguien en pleno centro de Nueva York
¿De verdad que aquí también estamos en esas mismas?
"Derogaré,
derogaré, derogaré..." Suena a cantinela torpe de un candidato limitadito,
pero no: se trata de algo muy peligroso porque solo quien se sabe respaldado
para soltar ese tipo de simplezas se atreve a repetirlas una y otra vez con
tanta soltura, con tamaño desahogo. Un desparpajo tal, solo se concibe cuando
quien lo practica se sabe impune. E inmune.
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