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sábado, 27 de mayo de 2023

LOS UCRANIANOS DE LOS QUE NO SE HABLA

 

LOS UCRANIANOS DE LOS QUE NO SE HABLA

POR OLEG YASINSKY,

La capacidad deshumanizadora de los medios de comunicación es increíble. Con el discurso oficial del ministerio de la Verdad de la OTAN, apareció un país que jamás existió, ampliamente difundido por todo el planeta como un nuevo descubrimiento geográfico en el mapa mental de los televidentes y lectores de noticias.

 

Nos cuentan la desgarradora historia de un pueblo que siempre soñó con su libertad e independencia, a pesar de los rusos y comunistas que lo reprimían. Y ahora, cuando por fin se atrevió a romper las cadenas del autoritarismo, está siendo destruido por quienes eternamente lo han odiado. De mil formas nos exponen, las 24 horas de los 7 días de la semana, este concepto, desde hace más de un año, en todos los espacios públicos y privados invadidos y tomados por esa publicidad que se disfraza de noticias y opiniones. No puedo juzgar al público occidental que se la cree masivamente, porque, dentro de la misma Ucrania, hace más de 9 años que este tipo de discurso tuvo su efecto devastador, formateando por completo la memoria y la percepción de la realidad de decenas de millones de ucranianos de todas las generaciones y haciéndoles creer en aquellas cosas que jamás existieron. Ucrania fue convertida en un gran laboratorio de ensayo de las más modernas metodologías mediáticas para contaminar la memoria histórica de los pueblos con el virus del olvido que, inevitablemente, genera la enfermedad terminal del nazismo. Ucrania no es una excepción: el experimento comenzó por toda la URSS, con la ‘Perestroika’, con la diferencia de que en Ucrania, después del golpe de Estado de febrero del 2014, se convirtió en la base de la política de comunicación estatal.

 

Estoy totalmente convencido de que los ucranianos no son más “amantes de la libertad” ni más “nazis” o “anticomunistas” que cualquier otro pueblo del mundo. Se trata sólo de un experimento mediático muy exitoso realizado por Occidente, en un país que fue elegido por razones geopolíticas para desestabilizar a Rusia y, luego, en una etapa final, enfrentar militarmente a China.

 

Un pueblo profundamente manipulado y envenenado. Creo que, en las mismas circunstancias, algo muy parecido se podría haber hecho con cualquier otro pueblo del mundo. Por eso, la tragedia de Ucrania nos debe obligar, por una parte, a estudiar muy seriamente los mecanismos psicológicos que tiene la manipulación mediática, para ver cómo se pueden contrarrestar, y por otra, a no convertirla en una excusa para cualquier tipo de chauvinismos anti-ucranianos, sino hacernos sentir el dolor de un pueblo entero engañado y sacrificado, un pueblo que al fin y al cabo, no decidió absolutamente nada. Un pueblo que hace unos pocos años votó mayoritariamente por su actual presidente porque éste le prometió paz y amistad con Rusia.

 

Cuando éramos parte de la Unión Soviética, las fronteras entre nuestras quince repúblicas socialistas, con nitidez, sólo se veían en los mapas. A pesar de las mentiras de los gobiernos de Kiev, que hablaban de “la prohibición” o “la persecución” a la cultura ucraniana, en todas las escuelas, institutos y universidades de la república (por ejemplo, la mayoría en Kiev hablábamos ruso como nuestro idioma natal), nos obligaban a estudiar la lengua y la literatura ucranianas dentro de la enseñanza que nos daría un mínimo de cultura general y de respeto por la tierra en que vivíamos. El resultado fue un pueblo culto y bilingüe. Nos daba lo mismo ver películas o leer libros en ruso o en ucraniano, y, aunque en la Unión Soviética las editoriales traducían a Pushkin y a Dostoyevski del ruso al ucraniano, nunca entendimos la necesidad de hacerlo. En los primeros años de este siglo, en uno de los viajes que hice a Kiev, me sorprendió mucho ver por la televisión los clásicos del cine soviético con subtítulos en ucraniano. Me pareció absurdo. Luego, cuando entré a una librería y, de repente, me di cuenta de que la joven vendedora, a pesar de su gran esfuerzo, apenas me entendía, porque no hablaba ruso, comprendí mejor el camino de los cambios que había tomado el país. Hasta el golpe del Maidán faltaban más de 10 años. La actual barbarie que consiste en la total destrucción de los símbolos y monumentos rusos y soviéticos reemplazándolos por los ídolos nazis, no es más que la etapa avanzada de este mismo plan.

 

Dibujando la caricatura de un país “que lucha por su libertad, democracia y soberanía”, secuestrado, pisoteado y enterrado por los gobiernos mucho antes de Zelenski y de la guerra, la prensa occidental muestra sólo una parte de la compleja y dolorosa realidad.

 

Sí, hay muchos, muchísimos ucranianos, que creyeron en la propaganda, que voluntariamente fueron a esta guerra para matar y morir defendiendo un sueño inculcado; y hay otros, civiles, que con toda convicción apoyan al régimen de Kiev, su obsesión por la OTAN, y creen en el viejo cuento del reino democrático occidental. Más allá de sus discursos, enardecidos al son de las alertas aéreas, el miedo, la destrucción de sus mundos y de sus vidas, junto a las trágicas noticias del frente de batalla, donde cada día mueren cientos de sus familiares, amigos y conocidos, en la mayoría de los casos reclutados a la fuerza, para ser carne de cañón y sembrar odio entre los pueblos hermanos, el pueblo ucraniano (como ningún otro del mundo), no es un pueblo nazi. Pueden estar muy confundidos y atrapados en las redes de los maestros de la demagogia, expertos en jugar con nuestras emociones, pero la enorme mayoría de los ucranianos son gente noble, trabajadora y humana.

 

Hay muchas personas en Ucrania que entienden bien lo que pasa, aunque ahora estén sin voz. Nadie las ve ni las oye.

 

Pensar y hablar en Ucrania hoy es exponerse a un peligro mortal. Cualquier acción u opinión crítica pueden ser interpretadas como “apoyo al agresor” o “traición a la patria”, lo que puede conllevar penas de cárcel y la confiscación total de los bienes materiales. Mientras más posesiones tienes, más debes cuidar tu lengua, porque los “patriotas ucranianos” no suelen ser gente desinteresada.

 

Cientos de miles de ucranianos que se encuentran ahora en Rusia o en cualquier otro país, prefieren no opinar públicamente ni dar sus nombres, porque, al haber dejado en Ucrania a sus familiares, éstos corren el riesgo de ser perseguidos. Por la misma razón, muchos de los que se encuentran en Rusia, esconden a las autoridades ucranianas su país de residencia. Las fuentes ucranianas y europeas no suelen mencionar el hecho de que es Rusia, precisamente, el país que más refugiados ucranianos ha recibido (¿cuándo un “invasor” hizo esto?). Aunque varias fuentes mencionan cifras muy diferentes, su número fluctúa entre los 2,8 millones de personas —según ACNUR, la Agencia de la ONU para refugiados— y los 5,4 millones, según las fuentes oficiales rusas. A modo de comparación, los países europeos que más ucranianos recibieron son Alemania (1.034.630 personas), Polonia (993.755 personas) y República Checa (447.830 personas).

 

Pero la situación más dramática es la de quienes se quedan dentro del país. Nadie sabrá hoy su número exacto, pero son varios miles de hombres y de mujeres que son enemigos del régimen nazi de Zelenski: los que no pudieron o no quisieron dejar el país por razones personales, cuidando a familiares ancianos o enfermos, en las graves condiciones de colapso del sistema de salud; los hombres de menos de sesenta años, que tienen prohibido salir por ley (para ser más precisos, los que no tienen 7.000 u 8.000 dólares que, como se sabe, vale el soborno para poder abandonar el país, ya que en todo el mundo, las leyes de paz y de guerra son sólo obligatorias para los pobres). O los que, simplemente, por no querer abandonar su tierra, se esconden, cambian de dirección y número telefónicos, están en las redes sociales con otros nombres. Los que nos ven, nos escuchan, nos leen, y también nos cuentan, opinan, resisten, aman, sueñan y esperan. En cada palabra que pongo aquí, mi pensamiento, como un abrazo, vuela hacia ellos.

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