ANA ROSA QUINTANA: SABOR A HIEL
DAVID TORRES
Ana Rosa Quintana. TELECINCO
La libertad de prensa ha recibido otro golpe mortal en un video promocional de Podemos que incita a llamar sinvergüenza a Ana Rosa Quintana en las peluquerías y a que los taxistas se nieguen a sintonizar la COPE cuando un cliente se lo pida. La ofensiva ha movilizado al Sindicato de Peluqueros, al Gremio de Taxistas por el Obispado y a la Asociación de la Prensa de Madrid, tres admirables instituciones muy preocupadas por esta deriva totalitaria y que, en breve, en cuanto se hagan la permanente, emitirán un comunicado protestando también por el encarcelamiento de Pablo González en Polonia, por la situación insostenible de Julian Assange y por la derogación inmediata de la Ley Mordaza.
Sin embargo, lo
primero es lo primero, y lo que urge ahora no son las desdichas de dos
periodistas silenciados y maniatados sino aclarar la inocencia de Ana Rosa
Quintana, quien para defenderse sólo cuenta con un programa propio todas las
mañanas, varias televisiones amigas, el noventa y nueve por ciento de las ondas
radiofónicas, todos los periódicos de derechas, los de centro y buena parte de
los de izquierdas. El periodismo de Ana Rosa Quintana consiste principalmente
en difundir patrañas sin el menor pudor, por ejemplo, que había dos UVIS
móviles estacionadas frente a la casa de Pablo Iglesias, que Salvador Illa se
había saltado la lista de vacunación, que Irene Montero tosía sobre grupos de
ancianos para extender la pandemia, que dos escoltas de Pablo Iglesias habían
sido detenidos por agredir a la policía en un acto de Vox en Vallecas o que la
reforma laboral de Yolanda Díaz iba a acabar con la Feria de Abril en Sevilla.
En cualquier país
civilizado, esto que hace Ana Rosa Quintana todos los días se llamaría
cotilleo, intoxicación o paparrucha, pero aquí en España se considera
reporterismo de peluquería o periodismo de ficción y por eso un juez no vio
ningún problema en que Ana Rosa dijera que las residencias de ancianos estaban
bajo el mando de Pablo Iglesias en los primeros compases de la pandemia. Lo
mismo podía haber dicho que Pablo Iglesias mataba niños y después se los comía.
Aquí la libertad de prensa va más bien de prensar uvas, de inventar mierdas
sobre el adversario político aunque luego haya que desmentirlas al día
siguiente. En cierto modo, es lógico que Ana Rosa se revuelque en el lodazal de
trolas de Inda y de Alvise, porque de otro modo tendría que revolcarse en los
turbios enredos de su marido con Villarejo o en la subvención de doscientos mil
euros que sus empresas recibieron de manos de Ayuso para paliar los efectos del
Covid. Así todo queda en casa. También Almeida ha decidido premiarla con una
Medalla al Honor, aunque en realidad debería darle dos: una por correveidile y
otra por si la pierde.
El prestigio de Ana
Rosa Quintana en el terreno de la ficción le viene de antiguo, de veintitantos
años atrás, cuando publicó una novela titulada Sabor a hiel, un verdadero éxito
de ventas que se duplicó al descubrirse que en el libro había párrafos enteros
calcados de Danielle Steel: no iba ella a copiar a Carson McCullers o a Isak
Dinesen. Ana Rosa explicó que todo era culpa de un error informático, pero
luego nos enteramos de que fue la venganza del negro que le había escrito el
libro (igual que Inda o Alvise las noticias), quien incluyó los plagios para
que saltara la liebre y poder descojonarse a gusto. La verdad es que el video
de Podemos es demasiado largo, al contrario que el programa de Ana Rosa, que
nunca será lo bastante corto. Digan lo que digan, es mucho mejor novelista que
periodista, a qué dudarlo.
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