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miércoles, 29 de marzo de 2023

VOCES SIN FRONTERA

 

VOCES SIN FRONTERA

KARIMA ZIALI

 

Imagen del documental 'Atrapades entre dos móns' de TV3.

Son las seis, las siete, las ocho de la tarde. Llevo tres días encerrada en esta habitación. La puerta está cerrada con llave. Llevo tres días retenida, en contra de mi voluntad, privada de mi libertad. Hace años de todo esto, hace años de estos tres días que marcaron un antes y un después en mi vida. Tuve que escoger: irme. Regresé al único mundo que conocía, a mi ciudad levantina. No importan los motivos por los que me encerraron. Tenía veinticinco años y fue el único momento en el que pensé lo difícil que era seguir viviendo. Fijé la mirada en una ventana que estaba a unos diez metros del suelo. Todo se desvanece cuando el horizonte es una ventana. Mi nombre es Karima, la que firma este artículo. Mi nombre revela todo un mundo y toda esta experiencia está inscrita en él.

 

Esto no es una novela de Najat El Hachmi, es la no ficción de Karima Ziali. En el documental Atrapades entre dos móns del programa Sense Ficció de TV3 hablan Sukaina, Khadija, Yussuf, Safi, Hakima, Amira. Todas estas personas han crecido en el seno de una familia musulmana en Catalunya. Algunas han roto con sus familias, ya no aceptan vivir con esos valores y bajo unos condicionantes que imposibilitan el ejercicio de su individualidad; otras, en el anonimato, tratan de sobrevivir en un camino de inestabilidad mental junto a sus familias. El programa es un grito que rompe los cristales de una ventana cerrada: no para saltar, sino para ver. En los cincuenta y cuatro minutos que dura el documental, se habla de historias invisibilizadas, de racismo, de imposiciones y, sobre todo, de una doble vida que permite algo de oxígeno y alivio, pero que termina por menoscabar la integridad fundamental para construirse como ser humano.

 

La realidad que presenta es abrumadora, cortante. Hay mucha rabia, lágrimas. Caras escondidas, emborronadas, voces distorsionadas que confirman el miedo que corta las entrañas a ser vista con una compañía inaceptable para la familia, a hacer algo imperdonable, a comportarse como un ser culpable. El peligro de estas actitudes, y por consiguiente la vigilancia a la que deben estar sometidos los individuos –especialmente sus cuerpos– es proporcional al miedo a romper un vínculo sostenido sobre lo religioso y que se ha erigido como un creador de diferencia y de identidad. El otro es el occidental y es inaceptable la mezcla, el otro es el ateo y es inapelable el castigo. Creo que el testimonio de Yussuf lo expone sin rodeos: no se trata tanto de esconderse y llevar una doble vida por ser gay, sino por ser ateo. Tal vez esta sea la punta de lanza de toda la problemática. Ser ateo dentro de una familia musulmana tiene sus complejidades: es un cruce de frontera.

 

Ser ateo, ser atea es una pérdida para el grupo, un duelo para el organismo viviente

 

Sin embargo, este paso fronterizo está atravesado por muchas flechas que no podemos obviar, si lo que pretendemos es analizar todo lo que el programa desentraña. Entiendo que ser ateo en una familia musulmana que vive en Catalunya no es un fenómeno plano y está surcado por el género, la edad, la clase social (ser inmigrante no es ninguna clase social), los orígenes de la familia, el vínculo con el país de origen, el peso de la autoridad religiosa, el nivel formativo, la lengua vehicular dentro de la familia, el racismo de la sociedad, los discursos de odio sobre el islam. Empezar por atender a toda esta red debería de ser un punto de partida para entrever que ser ateo en un contexto como este es una realidad desafiante que se escapa al ámbito institucional. Ser ateo, ser atea es como desmembrar un cuerpo, como amputar un cuerpo vivo dejándolo tocado y debilitado; es una pérdida para el grupo, un duelo para el organismo viviente.

 

Cualquier intento por acercarse a la realidad que narran en primera persona todas las protagonistas sobrepasa con creces el desgastado discurso multiculturalista. Obsoleto, totalmente anclado a una realidad para la que ya no opera (tal vez nunca haya funcionado), el multiculturalismo del que se hace gala en algunos discursos públicos agoniza. Y creo que las pruebas son fehacientes o, ¿acaso podemos hablar de modelo multiculturalista cuando en suelo español sigue pesando la ley que impide a una mujer musulmana (solo por provenir de una familia que sí lo es) casarse con un hombre no musulmán? Es importante darse cuenta de que en suelo español operan estas leyes sobre ciudadanos españoles. La extensión de ciertos contextos normativos en un marco legal como el español merece un enfoque más exhaustivo, especialmente cuando vulnera ciertos derechos individuales. 

 

A pesar del bofetón que supone ver el programa para muchas personas o la ambivalencia con la que puede ser recibido, hay algo urgente que sí debe ser tomado en cuenta: la falta de redes capaces de acoger tantos casos como estos y que revierte directamente sobre el rol de víctima. Sigue operando la ley de la culpabilidad, algo que inevitablemente acompaña a un (auto)juicio victimista del que desprenderse es una ardua tarea. Tal vez donde más se significa esta posición es la frase de una de las protagonistas cuando habla de “nuestra comunidad” (en referencia a la comunidad musulmana), en la cual es rechazada por ser infiel y lesbiana. Es importante atender a esto, ya que hablar de “nuestra comunidad” implica reafirmarse en un grupo donde es rechazada y marginada y, a la vez, es un grupo del que ya no quiere formar parte por definirse ella misma como atea. Es posible que esta expresión que subrayo solo sea un pequeño reflejo de la pérdida de posición en el mundo o, en otras palabras, de estar atrapada en un mundo que no para de fragmentarse. Diría que la ausencia de una red capaz de abordar estas problemáticas y de dar una visión más global del asunto contribuye a que, por el momento, esta lectura entre el rechazo y el apego a una comunidad sea un discurso interiorizado pero perjudicial para afianzarse sobre lo que es una misma.

 

Una visión en profundidad no solo puede ayudar a superar el tono victimista con el que se vive de forma contradictoria, sino además a tomar las riendas de una responsabilidad acerca de nuestra realidad. La máxima de la libertad como responsabilidad es la que debiera de imperar en este sentido, si buscamos superar cierta condición de menoscabo a nuestra integridad. Y más cuando esta libertad parece que nunca se aprehende del todo, y más cuando parece que se escapa entre las manos y llega a romper en partículas diminutas la coherencia de un yo. El testimonio de Amira es de una tremenda claridad. Se llega a cuestionar quién es en todo este juego de llevar una doble vida: buena hija dentro de casa, que nunca levanta la voz, y fuera de ese entorno, es “otra persona”. 

 

La libertad total no puede rehuir todas sus consecuencias. Quizás debamos bucear en las categorías mismas que usamos para hablar de todo aquello que nos impide bañarnos en la libertad. Muchas veces aparece con una formación impersonal que imposibilita de lleno desenmascarar lo que coarta nuestra libertad. Se multiplican las frases impersonales del tipo “se nos dice que…”, “se nos impone que…”. He escuchado estos discursos impersonales muchas veces, los he leído en artículos firmados por personas que conocen muy bien estas realidades, pero siempre me pregunto quién nos dice y quién nos impone. Me repito que necesitamos poner cara a esa impersonalidad, ponerle ojos, saber de qué está hecha porque si no siempre estaremos ciegas ante la responsabilidad de ejercer nuestra libertad plena. Esta impersonalidad no es un poder abstracto, de hecho, si permanece escondida en esta categoría desfigurada, solo nos quedará la denuncia y el grito, pero se nos escapará la decisión y la acción.

 

Nuestra voz, una vez lanzada al espacio, debe volver para hablar de las relaciones de poder que se ejercen dentro de las familias

 

Nuestra voz, una vez lanzada al espacio, debe volver para hablar de las relaciones de poder que se ejercen dentro de las familias, para ahondar en las dinámicas primeras entre las madres en relación con los hijos y las hijas, la ausencia del padre en el rol afectivo y del hogar, etc… Es el núcleo primario, el epicentro de todo cuanto se despliega en las relaciones de socialización secundarias y apenas hemos dedicado un ápice a bucear en esas aguas. Todas venimos de esas mujeres sin privilegios para la voz: cuando quisieron hablar, su lengua no pertenecía a nadie más que a ellas.

 

Me digo que esos tres días encerrada hace once años siempre fueron una ilusión, una fantasía: fue tan fácil irse, solo tuve que abrir la puerta. Creo que quien cerró la puerta estaba tan muerta de miedo como yo, que su dolor era tan brutal como el mío y que apenas había diferencia entre ambas: sufríamos el desgaste de la ruptura, el futuro incierto del mundo que habitábamos. Atrapades entre dos móns es una herida abierta, pero algunas de ellas tienen el privilegio de poder hablar, de poder decir, un privilegio abierto con uñas, con dientes, a mordiscos con la vida y que sin querer, o tal vez sin remedio, deja a oscuras a las personas que no han sabido sino cruzar su frontera particular, la del mar, la de los años de plomo, la frontera del hambre, del campo que no da nada, del majzén que les aplasta. Nosotras ya no venimos de ese miedo: podemos cruzar fronteras con nuestra voz.

 

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