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jueves, 16 de marzo de 2023

BALAS DE GOMA

 

BALAS DE GOMA

Ya es hora de terminar con un material antidisturbios impropio de un país que se dice democrático

PABLO IGLESIAS

 

Unidad de intervención de las UIP, más

conocidas como antidisturbios.

El otro día estaba hablando en clase y vi a los estudiantes con una cara rara, mezcla de sorna y de condescendencia. Inmediatamente adiviné: esto os lo conté ya el otro día, ¿verdad?, les dije. Su sonrisa me hizo darme de bruces con una realidad cruel; hacerse mayor debe de ser esto de repetir historias sin darte cuenta de que las has contado ya. Así que, en atención a mi crisis de la cuarentena, perdónenme que hoy vaya a comenzar con una batallita sobre las balas de goma y a seguir con otras batallitas más de viejo militante que de joven no corrió delante de uniformes grises pero sí delante de uniformes de otros colores.

 

Fue en un 20N a mediados de los noventa. La tradicional manifestación antifascista, que había nacido como una concentración en la plaza de Tirso de Molina para defender los puestos políticos del Rastro, había transcurrido con tranquilidad desde Atocha hasta la plaza. Y como tantas otras veces, se lió. No era la primera vez que escuchaba el sonido de las bocachas de las UIP disparando balas de goma, pero esta vez las oí muy cerca. Los antifas tampoco eran mancos; cuando vi un contenedor de vidrio ceder a los empujones y escuché el sonido de las botellas desparramándose, tuve claro que era conveniente salir de allí.

 

Corrí, seguramente olvidando el consejo paterno de hacerlo siempre en dirección prohibida para evitar que las lecheras usaran su ventaja de velocidad, y me vi atrapado en una calle. Creo que era la calle que sube a los cines Yelmo o alguna paralela a esta. UIP por arriba y por abajo de la calle; estábamos jodidos.

 

Entramos en un portal y el miedo me llevó escaleras arriba, por lo menos al cuarto piso. Se escucharon varios disparos de las bocachas justo abajo. Los policías nos esperaban frente al portal y nos hicieron salir ordenadamente de allí. Ni nos pegaron ni nos detuvieron, pero al llegar a la calle vi a un muchacho reventado en el suelo. Una bala de goma le había dado en la cara, que había quedado hecha un cuadro. No sé qué fue de él; en aquella época no había internet y el fanzine Molotov que hacían los autónomos no llegaba a todo. Había gente que seguía tirando objetos a la policía y recuerdo que les gritamos que pararan, porque iban a dar al compañero que estaba en el suelo, o a nosotros.

La imagen del compañero sangrando y sin conocimiento me impactó mucho. Supongo que por eso la recuerdo con nitidez.

Tiempo después, como militante del MRG (Movimiento de Resistencia Global), vi actuar contra manifestaciones en las que yo estaba a antidisturbios checos, a los míticos CRS franceses, a los carabinieri y a la celere, a los británicos, a los mexicanos, además de a las unidades antidisturbios de las policías vasca y catalana, y analicé en mi tesis doctoral los diferentes repertorios de control del orden público. He visto el uso de gases lacrimógenos lanzados también con bocachas por los italianos; si apuntan al cuerpo pueden ser muy peligrosos (en España, la estudiante de políticas Mari Luz Nájera cayó muerta en el 77 por un bote de humo que los grises le dispararon a la cara), pero suelen lanzarlos hacia arriba. He visto los gases de los CRS que se deshacen para evitar que se puedan devolver o neutralizar con cubos de agua. He comprobado la utilidad del limón para minimizar el efecto de los gases y siempre me quedé con ganas (pura curiosidad de científico social) de ver en directo los cañones de agua de los pacos chilenos. Pero por muy peligrosos que sean los gases lacrimógenos, no pueden compararse con las balas de goma.

 

De los que he vivido, el modelo de control de multitudes más democrático es el de los británicos. Presión numérica, mucha paciencia y encapsulamiento de los manifestantes.

 

Casi siempre se evitan los disturbios.

 

Por contra, el modelo de nuestras UIP (superado en agresividad por los Beltzas en Euskadi y a mi juicio no muy distinto al de los Mossos), se fundamenta en la carga. La carga es lo contrario al modelo de encapsulamiento de los británicos. Pocos policías y mucha prisa para dispersar a golpe de defensa reglamentaria. Es un sistema de intervención enormemente peligroso para los manifestantes y para los propios agentes. Pero lo que marca la diferencia de verdad es el uso de balas de goma.

 

Las balas de goma no facilitan la dispersión de multitudes, sino que generan pánico en la gente. Hacer entrar en pánico a una multitud de la que se pretende su control y dispersión es una táctica poco prudente. Y sobre todo, las balas de goma producen gravísimas e irreversibles lesiones. Un Estado que se dice democrático no puede cargar a sus espaldas con decenas de personas que han perdido un ojo como consecuencia de decisiones políticas estatales. Porque una carga y el uso de balas de goma es básicamente una decisión política.

 

He hablado con muchos policías que están de acuerdo conmigo en que las balas de goma deberían dejar de usarse

 

He hablado con muchos policías que están de acuerdo conmigo en que las balas de goma deberían dejar de usarse. Añaden un argumento a los míos: contribuyen a una pésima imagen de las unidades antidisturbios. Pero, por desgracia, los policías de izquierdas, que los hay, no se suelen atrever a hablar en público por las consecuencias que tendría para ellos hacerlo. Que se lo digan a Luismi Lorente de la Asociación Reformista de la Policía.

 

Así que ¡qué quieren que les diga! Tienen toda la razón ERC, Bildu y Podemos al exigir que la derogación de la ley mordaza, que el PSOE se niega a hacer, acabe de una vez con las balas de goma en España.

 

Entiendo que Marlaska tiene mucha presión de Jusapol, pero ya es hora de terminar con un material antidisturbios impropio de un país que se dice democrático.

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