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jueves, 23 de febrero de 2023

FUTESA

 

FUTESA

 

VACUIDAD

Cuento de

LA DESERCIÓN

Fragmento

 

José Rivero Vivas

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José Rivero Vivas

LA DESERCIÓN – Obra: C.03 (a.03) – Cuento –

Ilustración de la cubierta: Cinco bañistas en el mar

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

Berlin, Brücke-Museum.

(ISBN: 978-84-18902- 36-9) – D. L.:TF 219-2022 –

Ediciones IDEA, Islas Canarias. (Año 2022)

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José Rivero Vivas

FUTESA

VACUIDAD

Cuento de

LA DESERCIÓN

(Fragmento: Págs. 73 -77)

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La habitación está a obscuras. Es habitual en mí desde aquella vez que mis ojos fueron heridos por el ramalazo de fuego que casi me ciega. Ha transcurrido mucho tiempo desde entonces. O poco, no sé. Ocurrió no sé cuándo. Lo recuerdo con frecuencia, pero pierdo detalles de lo sucedido. Ignoro si fue aparición o si se trataba de horrísona tormenta. No sé. Una especie de rayo luminoso atravesó la ventana y se introdujo en el cuarto, que estaba sin luz, porque dormía, o quizá no durmiera. De cualquier modo, no puedo precisar qué pasó; sólo sé que percibí cierta sensación que, por la clara luminosidad que desprendía, me dejó trastornado.

Soy un extraño en mí mismo. Las cosas me acaecen, las vivo, las olvido, y acabo por no saber si pertenecen a la realidad o al sueño. Más tarde las recuerdo, pero las confundo: quedan tan borrosas en mi mente, que no soy capaz de distinguir entre ellas ni definir su propia naturaleza; de aquí la razón de que no recuerde lo acontecido aquella vez que casi me ciega el extraño fogonazo que entró por mi ventana.

Estaba acostado en la cama, haciendo por dormir, que no dormía, no sé por qué; miles de presagios rondaban mi cabeza, como si barruntaran los sucesos de más tarde. Me hallaba intranquilo, nervioso, desazonado y fláccido. De pronto, un haz luminoso se internó en la habitación, a obscuras, cual ahora mismo, y aparecía negra como la noche en torno. No soy miedoso, ni tampoco entonces me imponía el silencio, por más que estuviera impresionado por la fulgente aureola que acababa de entrar. Era un resplandor precioso, mágico fanal que iluminaba la parte tenebrosa de mi vivienda. Sabía que los espíritus, duendes o trasgos, merodeaban en mi derredor a la busca de mi salud, aunque no podía imaginar el móvil de su deseo. Acaso fuera que, al retirárseme la creencia, o la fe, o mi sentido religioso, ellos se entrometían en mi vida con pretensión de ganarme para su causa. ¡Qué memos!... ¡Je!... Si no fuera porque hay cosas que uno soporta porque sí, diría... Bueno, no iba a decir nada. ¿Para qué?

En ese instante me encontraba adormilado, y aquel brillo cegador puso desconcierto en mi armoniosa tranquilidad. De momento no me preocupó el íntimo desarreglo. Luego, observando que la iluminación aumentaba e inundaba la estancia, decidí investigar su origen y averiguar el motivo de haber sido destinada a mi casa.

*

La habitación estaba a obscuras, como siempre, desde aquella fecha memorable para mí. Si el fuego no hubiese irrumpido en mis dominios, tal vez ahora me encontrara adormecido en mi abulia y mi indolencia. Pero, llegó la lengua ardiente, de llama impresionante, del mismo infierno, que no de otro lugar podía proceder. Era una masa informe, gigantesca, descomunal. ¡Qué bola, madre mía! Era como la del mundo, y más grande todavía. Tremenda. Ardía por todas partes, y sin echar humo además. Brillaba de puro roja. Una brasa enorme. Un sol, se diría, que entraba por mi ventana para derretirme y convertirme en nada.

Estaba tumbado en la cama, en este reducido apartamento del piso catorce de la torre alta, junto a Kilburn High Road. Por pereza continué acostado, desdeñando investigar la causa que originaba aquella aureola extraordinaria de fascinante luminosidad. Supuse que Teresa venía a visitarme envuelta en llamas para sentirse inmune al contacto brutal de mis manos asesinas. La nostalgia de su ausencia me aportaba el amargo recuerdo de su truncada existencia; por eso vino a mí su memoria, o quién sabe lo que vendría dentro de aquella bola sin igual.

No tuve miedo ninguno de aquel fuego, que no fue más que señal de lo que un día habrá de acontecer. Aquella tarde, desde la cual no ha transcurrido tanto tiempo... Aunque, no sé, tal vez haya sido esta noche pasada. Quién sabe. No logro asociar mis ideas y los recuerdos bailan delante de mí; mas, no consigo atraparlos, como quisiera, y se burlan de mi malicia y mi simpleza. Trato de evitarlo, y no hallo el remedio; de aquí que... Bueno. Al diablo con todo. Tampoco ahora tengo miedo del fuego. Puede venir, si quiere, que no le temo. Por eso río de lo acontecido... Tal vez no río, por motivo de dubitación; pero, no tengo miedo de real o fantasmal suceso.

*

Hasta ahora es Teresa la única mujer que me ha llenado hasta el punto de hacerme feliz. Estuvo en mí, presente y ausente, varios meses, largo tiempo quizá, colmando mis ansias de satisfacción contenida. Nos conocimos en el West London Hospital, orillas de Hammersmith Broadway. Vino de Portugal a trabajar en Inglaterra, como yo mismo lo hice desde España; el hecho de coincidir en el pequeño hospital nos dio la oportunidad de encontrarnos, entablar nuestra relación y amarnos hasta el final. Pero, Teresa no fue mujer lo suficientemente ardorosa como para complacer el hambre de amor que yo sentía, y que no sólo con su cuerpo rozagante podía ser saciada en toda su intensidad. Un día se lo manifesté, y se enfadó. Quedé extrañado, porque no la supuse con tanto deseo de ser reconocida en amplia polivalencia. Me encogí de hombros, le di un cachete y le dije:

-Teresa, tú y yo somos distintos. La fiebre que me posee no vas a ser capaz de mitigarla. Anda, ve a tu amparo y escoge otro de tu libre albedrío. No soy yo hombre para uniones prolongadas. Comprende que, las almas, los espíritus..., lo que fuere; pero comprende, Teresa...

Ella se encontraba ya en la cumbre de su histerismo, mordiendo trapos, rompiendo objetos y conteniéndose para no lanzármelos a la cara.

-¡Quieta, condenada!

Mas, Teresa no era ya Teresa, sino una furia, un huracán, una locura desatada que pretendía desbancarme a mí de mis convicciones y mis principios. No agredí yo; no hice más que defenderme, que a poco me mata, y la maté. Sí, sí; la maté: la estrangulé con mis propias manos, con estas manos que ahora mismo me miro y me causan repulsa, espanto y horror, a pesar de que son mías.

La maté por una futesa, que ambos hicimos cuestión de honor. Qué tontos. Hoy me río. Qué estupidez la nuestra. No era tanta la gravedad del problema como para quitarle la vida sin más. Sobre todo, que la maté como se mata un bicho cualquiera, sin tener compasión de ella, de sus lamentos, de su llanto y sus quejas, pidiendo clemencia. Yo, nada, cruel en mi juicio, la había sentenciado; luego, insensible al dolor, como verdugo en su empleo, la ajusticié, cara a ella, sin cubrirme ni nada, mostrándole el odio y aborrecimiento de aquel instante. Le cogí el cuello, con ambas manos, y apreté con saña, hasta que cayó tronchada sobre la áspera alfombra. Pobre muchacha.

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 José Rivero Vivas

FUTESA

VACUIDAD

Cuento de

LA DESERCIÓN

(Fragmento: Págs. 73 -77)

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José Rivero Vivas

LA DESERCIÓN – Obra: C.03 (a.03) – Cuento –

Ilustración de la cubierta: Cinco bañistas en el mar

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

Berlin, Brücke-Museum.

(ISBN: 978-84-18902- 36-9) – D. L.:TF 219-2022 –

Ediciones IDEA, Islas Canarias. (Año 2022)

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