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lunes, 13 de febrero de 2023

DE TAMAMES Y LA FALSA REPRESENTACIÓN COMUNISTA

 

DE TAMAMES Y LA FALSA 

REPRESENTACIÓN COMUNISTA

ARANTXA TIRADO

El protagonismo que está teniendo en los últimos días el exdirigente comunista, Ramón Tamames, a raíz de su posible candidatura a la moción de censura del partido ultraderechista Vox, pone sobre la mesa una gran paradoja: ¿cómo es posible que personas que alguna vez militaron, aunque fuera hace décadas, bajo las banderas de la emancipación humana se sumen, pasados los años, a posiciones reaccionarias que limitan derechos sociales existentes? ¿Puede alguien que luchó contra la dictadura franquista representar, cuatro décadas después, a sus herederos políticos? ¿Qué mecanismos mentales pueden llevar a alguien a realizar semejante viraje ideológico, comprometiendo la dignidad que le quedaba?

 

Quizás parte de la respuesta la da el propio Tamames en una entrevista: “No éramos comunistas, éramos personas que queríamos luchar por las libertades en época de Franco y estuvimos en el PCE, que era el partido de lucha”. Es decir, Tamames, como muchos otros que han transitado por un camino de renuncia y expiación similar, entraron a militar en un partido no por lo que decían sus estatutos, ni por lo que defendían ideológicamente sus líderes, sino por una elección, digamos, posibilista. A pesar de eso, Tamames pasó más de dos décadas en el PCE y llegó a formar parte de su Comité Ejecutivo. Si el franquismo no hubiera sido una dictadura que murió matando, nos atreveríamos a decir que Tamames entró al PCE porque era ‘la moda de la época’ entre cierta intelectualidad con aspiraciones democráticas. Una intelectualidad que, no obstante, no tuvo ningún inconveniente en ser alta funcionaria de un régimen tal. Pero si algo positivo se puede extraer de estas declaraciones es que no dejan de ser un reconocimiento indirecto al papel central de los comunistas en el combate antifranquista.

 

Tamames no es el único caso de antiguo comunista o socialista cuyas posiciones actuales lo aproximan al conservadurismo o a la derecha más extrema. La generación que hizo la Transición corriendo delante de los grises en los campus universitarios está llena de casos semejantes. En cierta medida es lógico. En la España del analfabetismo, con una Universidad donde sólo podían trabajar los afectos al régimen, ellos eran los hijos díscolos de los vencedores de la guerra. Constituían la élite de un país en el que, en 1968, año de las revueltas estudiantiles mundiales, sólo un 2,75% de estudiantes universitarios eran hijos de campesinos, obreros sin cualificar y personal de servicio. Hijas, ni hablemos…

 

Se trataba de jóvenes que, después del momento simbólico de rebeldía postadolescente, sustituyeron el freudiano matar al padre por el menos problemático heredar del padre, Estado incluido. Algunos lo hicieron de manera rápida; otros se tomaron más tiempo y esperaron a la implosión de la Unión Soviética, pero la mayoría acabó defendiendo los intereses de su clase social de origen asumiendo sus posiciones ideológicas ‘naturales’ al mando del nuevo orden democrático.

 

Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión con el paso de los años, se argüirá. Cierto. Al fin y al cabo, es algo que el sistema celebra con ese mantra conservador, incorporado al sentido común anticomunista que nos legó el franquismo, que ridiculiza a quienes siguen siendo comunistas después de cierta edad. Se permite ser un poco radical, rojo o antisistema mientras se es joven. Son pecados de juventud que se pueden perdonar, sobre todo cuando se trata de los cachorros de la burguesía, a los que se les permite jugar a la revolución mientras se asoman al mundo.

 

Ahora bien, cuando llega la madurez, o la mejora de las condiciones individuales de vida, se espera que se olviden esas ideas utópicas de igualdad y distribución equitativa de la riqueza. Por eso molestan tanto a los defensores del capitalismo los comunistas que lo siguen siendo de manera coherente también en su vejez. Tanto como molestan quienes, viniendo de abajo, han hecho fortuna y a pesar de ello mantienen un discurso de auténtica justicia social.

 

Sin embargo, la problemática representación de las ideas comunistas no se puede achacar solamente a cuestiones relacionadas con el origen de clase de quienes han militado en el comunismo. Esto sería limitar el análisis, aunque la insuficiente presencia de la clase obrera en las dirigencias de la izquierda, y sus implicaciones políticas, es un debate fundamental que se debe abordar, como ya alertaron Álvaro Cunhal o Manuel Sacristán hace años.

 

Hay otro elemento de fondo que permite entender la facilidad con la que algunos pueden pasar de un extremo a otro y que tiene expresiones preocupantes hoy, como es el conservadurismo observable entre las filas de algunos autodenominados comunistas que pululan por las redes sociales. Este es un fenómeno que trasciende clases pero que se percibe entre sectores que se llaman a sí mismos obreristas como reacción ante el reformismo o postmodernismo de la izquierda alternativa hegemónica representada por Unidas Podemos o por otros comunistas no “ortodoxos”.

 

Parapetados tras la imprescindible reivindicación de los intereses de la clase obrera, o en lecturas deformadas del pensamiento de Marx, asumen un discurso que retrotrae al fascismo clásico. De hecho, algunos de ellos flirtean peligrosamente con el falangismo o el neofascismo, tejiendo claras líneas de comunicación entre ideologías que no podrían ser más dispares, tanto en sus orígenes como en sus horizontes sociales. Un ejercicio de funambulismo que sólo es posible por el reflujo ideológico de las últimas décadas, que ha convertido a los referentes del pensamiento comunista en grandes desconocidos para la mayoría de los pocos militantes, ignorando las conexiones de su obra con los debates actuales.

 

 

Hablamos del rojipardismo, una corriente que no sólo existe en el Estado español, aunque aquí tenga bastante prédica entre algunos extraviados comunistas. Autodenominados comunistas que, curiosamente, no tienen inconveniente en utilizar los mismos postulados que la ultraderecha para hablar de la Ley Trans, de la inmigración o de la idea de España. Son quienes creen que si la izquierda no logra mejores resultados en los barrios obreros es porque esta no ha asumido el discurso de la derecha sobre los inmigrantes o la inseguridad. Unos “comunistas” muy peculiares porque, en momentos de crisis y guerra, en lugar de dar elementos a la clase obrera para construir un mundo con valores distintos a los que sustentan la dominación capitalista, apuntalan el sistema con su conservadurismo pseudo obrerista. Obviando, además, que las ideas que quieren imputar a la clase obrera son, en realidad, las ideas de la clase dominante asumidas, muchas veces, a través del bombardeo mediático y los prejuicios. Sin duda, para que se pueda transformar la sociedad la clase obrera se tiene que movilizar, pero no en la dirección en que la clase dominante quiere, sino recuperando el papel de vanguardia antagonista que tuvo históricamente la clase trabajadora.

 

Por tanto, que un señor como Tamames, que dejó de ser comunista hace décadas, si es que alguna vez lo fue, se preste a manchar sus años de militancia comunista haciéndole el caldo gordo a la derecha es poco preocupante. Deberíamos analizar por qué una generación de jóvenes críticos, insatisfechos con el capitalismo y con ansias de conocimiento, formados en los debates de las redes sociales están, en la actualidad, defendiendo ideas reaccionarias bajo la etiqueta del comunismo. Puede que este sea un debate marginal y minoritario, pero muestra una confusión ideológica enorme. Es tarea de aquellos que se consideran comunistas, y todavía sostienen la bandera de la emancipación de todos los seres humanos por igual, no permitir que, de ninguna manera, unas poderosas ideas de transformación social sean mancilladas por quienes en realidad ya están en las filas de la ultraderecha.

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