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martes, 10 de enero de 2023

HEIL BOLSONARO

 

HEIL BOLSONARO

DAVID TORRES

El líder de Vox, Santiago Abascal, junto al por entonces presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a 13 de diciembre de 2021. -Vox

Una de las pocas ventajas de haber tenido a Donald Trump en la Casa Blanca es que los golpes de Estado que habitualmente los Estados Unidos exporta a otros países con él se limitaban a Estados Unidos. Incluso un tipo con la elegancia, la buena prensa y el saber hacer de Obama no tuvo reparos en apoyar la destitución de Zelaya en Honduras, transformar Siria en una carnicería y devolver Libia a la Edad Media, entre otras muchas barbaries. Cuando lo echaron por la vía democrática, Trump se lo tomó muy mal y alentó a sus seguidores para que se lanzaran a asaltar el Capitolio, una película de terror que demostró al mundo entero que la costumbre estadounidense de plantar repúblicas bananeras por Sudamérica se había extendido hasta Washington.

 

Fue Vargas Llosa, el pulpo Paul de la política iberoamericana, quien advirtió de los peligros de las instituciones democráticas cuando la gente vota mal, o sea, cuando no da una a derechas. Ayer domingo miles de partidarios de Bolsonaro asaltaron las sedes del Congreso, la Presidencia y el Tribunal Supremo de Brasil en una réplica bastante convincente del terremoto trumpista de hace un año. En la agenda de Steve Bannon -sacrosanto catecismo de Trump, de Bolsonaro, de Abascal y de toda la ultraderecha mundial- hay un apartado dedicado a las tácticas para hacerse con el poder cuando falla todo lo demás: las trolas, las manipulaciones y el echar mierda por la boca. Consiste básicamente en emular la toma de la Bastilla, intentando derrocar un gobierno legítimo tras unas elecciones que no salen tal como se había planeado.

 

Lo más grave de la revuelta de Brasil es que el ejército protege a las hordas golpistas, acampadas a la sombra de las fuerzas armadas brasileñas como polluelos bajo las alas de la gallina. Al igual que sucedió en Washington, hemos visto a buena parte de la Policía cruzarse de brazos, cuando no apoyando descaradamente a los golpistas. Cabe preguntarse con qué contundencia no habría actuado la Policía estadounidense en su día si en lugar de un montón de vikingos del Ahorramás el ultraje a los pasillos del Capitolio hubiese sido protagonizado por unos cuantos negros. A estas horas -las diez de la mañana del lunes 9 de enero en que escribo estas líneas-, los tanques y los militares impiden mediante una barricada que la Policía pueda proceder a la detención de los cientos de vándalos bolsonaristas que colapsaron los centros neurálgicos del Gobierno brasileño. Probablemente los habrán confundido con una manifestación multitudinaria por la muerte de Pelé celebrada con una semana de retraso.

 

Lo segundo más grave, al menos en España, han sido las reacciones de varios líderes de partidos supuestamente democráticos al mensaje de apoyo a Lula da Silva por parte del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Cuca Gamarra, portavoz del PP en el Congreso, escribió en su cuenta de Twitter: "Contigo, en España esto ahora es un simple desorden público". No hay mucho que pueda decirse sobre esta porquería: es lo mismo que el PP de Feijóo lleva diciendo desde hace meses, insultando sin parar a un Gobierno legítimo mediante ridículas acusaciones de golpismo. Con una ironía bastante paupérrima, Begoña Villacís también se ha retratado ante unos hechos que han conmocionado al planeta: "¿Lo del apaciguamiento en Brasil no toca, presidente?" Menos mal que ambas, Gamarra y Villacís, representan a la derecha moderada, porque de momento los líderes de Vox siguen callados como tumbas, intentando pasar página ante esas fotos de la visita que hizo Abascal a Bolsonaro. ¿Para qué van a meter la pata si ya tienen quienes les hacen el trabajo sucio gratis?

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