FALSOS, MALOS Y BUENOS: COPLA
POR ALBERTO CASERO
ANA PARDO DE VERA
La actualidad política y laboral en España no sería la misma sin él y es justo reconocerlo, además, sin poder evitar empatizar con Alberto Casero, quien por un error humano en el momento más inoportuno para su partido y más oportuno para los del Gobierno, ha visto caérsele el mundo de las redes y los memes encima. Otra cosa son sus presuntas malversación y prevaricación como alcalde de Trujillo (Cáceres), que no tienen gracia ni provocan lástima alguna.
Todos los
periodistas hemos fantaseado alguna vez en todas partes con qué habría sido de
Pedro Sánchez, Yolanda Díaz, Pablo Casado y Alberto Núñez Feijóo si el tocayo
extremeño del hoy líder del PP hubiera acertado con el botón de voto (NO) y la
reforma laboral pactada entre el Ejecutivo de coalición, los sindicatos UGT y
CC.OO., y la patronal CEOE se hubiese ido al garete, llevándose consigo una de
las reformas estrella del Gobierno de coalición y el aval principal de Díaz
como primera mujer candidatable a la Presidencia del país. Casero seguiría
siendo un desconocido, solo noticiable en su faceta de presunto corrupto, y
Feijóo continuaría como presidente de la Xunta de Galicia, a la espera de ver
caer a Casado en las generales de finales de año para batirse con Isabel Díaz
Ayuso por su sucesión, en ese caso. Y sería así porque la operación de Teodoro
García Egea con el voto negativo de los dos tránsfugas de UPN habría sido tan
redonda para el PP que lideraban Casado y él que ni la espada de Ayuso podría
rebanarles el trono.
Este martes hemos
conocido las cifras de empleo, indiscutiblemente positivas viniendo de donde
venimos (en 2012, España alcanzó su récord absoluto de desempleo desde 1990 con
un 25,8%, según el Instituto Nacional de Estadística, INE, y tras el estallido
de la crisis financiera de 2008) y estando donde estamos tras dos años de
crisis pandémica y un año de guerra en Ucrania. En 2022, se crearon 471.000
puestos de trabajo y la cifra de paro desciende hasta los 2,84 millones
inscritos en las oficinas de empleo, la cifra más baja desde 2007, antes del
crack de 2008; la temporalidad del empleo se ha reducido a la mitad tras la
aplicación de la reforma laboral del Gobierno y se sitúa en el mínimo histórico
del 16%.
Todos estos son
datos inapelables, cuya interpretación puede ir de la autocomplacencia
electoral, comprensible pero excesiva, al catastrofismo ídem, muy torpe porque
no se sostiene por ningún lado con los datos en la mano. Otra cosa es un
optimismo razonable, como el del secretario general de Comisiones Obreras, Unai
Sordo, en RNE este martes, porque la reforma laboral funciona, y un
escepticismo igualmente válido ante una cifras que se dan de bruces con la
inflación (sobre todo, con el precio de los alimentos); los costes de la
vivienda, a los que se suman unas hipotecas disparatadas, y una desigualdad
rampante que no resuelven unos salarios muy bajos, la roca en el zapato de los
buenos datos de empleo, pese a que la subida del salario mínimo ha evitado el
desplome del consumo y en absoluto ha traído destrucción de empleo, como
vaticinaban PP, Vox y CEOE.
Todo este cóctel de
líneas generales, sumado a la letra pequeña de los datos del INE (como el mayor
descenso del desempleo femenino en 14 años y el juvenil, el más bajo desde que
hay registros), y siempre sin poder abstraernos del clima electoral asfixiante,
ha llevado a situaciones tan absurdas como que el Gobierno se emborrache de
felicidad con las cifras abrazado al Ejecutivo madrileño, cuya presidenta echó pestes
contra la reforma laboral socialcomunista-bolivariana-etarra-satánica y la CEOE
se lamente de la "tibieza" de las cifras conocidas este 3 de enero
porque "evidencian la intensificación de la desaceleración", mientras
que la portavoz parlamentaria del PP, Cuca Gamarra, entre en colisión a la vez
con Ayuso y Antonio Garamendi, líder de la patronal, al asegurar que todo es
"maquillaje" y obedece a una maniobra del traganiños Pedro Sánchez
para hacer desaparecer su fracaso gracias a los fijos discontinuos -una
catalogación que viene de 1985, hace 37 años, y ningún Gobierno del PP ha
creído oportuno cambiar en 14 años-. ¿Con qué opinión nos quedamos, entonces?
¿Con la de Ayuso, la de Gamarra o con la de la CEOE? ¿Quizás con la de Vox, que
cogobierna en Castilla y León, y como Madrid, se felicita por los datos de
empleo?
Bienvenidos/as, en
definitiva, a 2023, el año electoral por excelencia: II. « (...) No se engañe
nadie, no, / pensando que ha de durar / lo que espera / más que duró lo que
vio, / pues que todo ha de pasar / por tal manera». De las coplas de JORGE
MANRIQUE.
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