EL MUNDO COMO COMUNIDAD DE VECINOS
DAVID TORRES
Imagen
combinada de Volodymyr Zelensky y
Vladimir
Putin. -EFE / REUTERS
Antes empezábamos cada Año Nuevo con ilusión, ahora con inquietud, y más que inquietos, acojonados. Desde que el decenio se estrenó con una pandemia de alcance mundial a la que siguió una guerra en un extremo de Europa, no levantamos cabeza. Los felices años veinte del recién estrenado milenio no tienen nada que ver con los del pasado siglo, bañados de champán y charlestón, sino que más bien parecen una prefiguración de los cuatro jinetes del Apocalipsis, con la Peste y la Guerra de emisarios antes de la llegada del Hambre y de la Muerte. Nos asomamos a cada nuevo año con el mismo temor del pobre tipo que va a robar peras en un huerto y espera que no le partan los dientes de un garrotazo.
Decían que íbamos a
salir mejores de la pandemia del coronavirus y lo que ha salido, mayormente, es
un montón de expertos antivacunas que ni siquiera tienen el graduado escolar,
mientras que la invasión de Ucrania ha dado pie a una avalancha de catedráticos
en política internacional. Por un lado están los alabarderos de Putin, un
déspota sanguinario que, entre otras muchas barbaridades, eliminó la
competencia a base de polonio y redujo Chechenia a escombros; por el otro lado,
los mamporreros de Zelenski, un payaso elevado al rango de héroe que se ha
cargado a la oposición a base de decretos y que no es más que un títere de la
OTAN.
Es muy complicado,
por no decir ingenuo, intentar abrirse paso en la maraña de los conflictos
internacionales a través de los tebeos de los telediarios y los ridículos
análisis de unos tertulianos que un día te explican la dinámica de los volcanes
y al día siguiente la psicología de un asesino en serie. Mucho más productivo
sería utilizar un microscopio y comprender que las relaciones humanas funcionan
también a pequeña escala, que el laberinto entero del mundo puede contemplarse
en un fragmento del mundo del mismo modo que toda la complejidad de un océano
está presente en el diminuto salvajismo que agita un vaso de agua.
Una vez escribí una
novela -titulada precisamente Punto de fisión- donde, entre otras cosas, un
aprendiz de novelista intentaba resumir la historia de Occidente a través de
los enfrentamientos domésticos habituales en una pequeña comunidad de vecinos.
Las peleas de unos y otros, las alianzas establecidas en los rellanos, iban
repitiendo en miniatura los vaivenes de las Cruzadas y las campañas
napoleónicas. Una señora se apellidaba Roma y otro señor, con el que se llevaba
a matar, Cartago. No sé quién dijo eso de que se podía demostrar la
inexistencia del alma humana simplemente asistiendo a una reunión de una
comunidad de vecinos, pero olvidaba que el alma humana también incluye la
avaricia, el rencor, el egoísmo y la estupidez.
Hace unos días el
portero del edificio donde vivo se jubiló y entonces tuve que acudir a la
reunión de propietarios convocada con el fin de reemplazarlo. No iba a una
desde hacía por lo menos una década y en seguida recordé por qué. Siete pisos
con ocho puertas cada uno, más unos cuantos locales a la calle, dan para
acumular una buena pila de miserias, aunque tampoco estaba preparado para
escuchar la catarata de insultos y exabruptos dedicados a la desgana, la
vaguería, la poca higiene y el mal carácter de un humilde trabajador.
Dos jóvenes recién
llegados al edificio tres años atrás lo pusieron a parir y acto seguido un par
de señoras, enemigas declaradas suyas, se sumaron al festín con regocijo. Ni
uno solo de los amigos de José Luis, ésos que se pasan horas charlando con él
en el portal, abrieron la boca para defenderlo, de manera que fui el único que
se atrevió a romper una lanza a su favor. Dije que en los quince años largos
que llevaba viviendo allí jamás había tenido el menor problema con él, al
contrario, que siempre lo había visto cumpliendo sus tareas, limpiando las
escaleras por las mañanas, ayudando a los ancianos a subir la compra y
guardándome paquetes que me entregaban religiosamente. Al día siguiente le di
la enhorabuena a José Luis por su jubilación, más que nada por alejarse de
aquel pandemónium, y me dijo que ya me llamaría un día de estos para tomar un
café. Una reunión anual de una comunidad de vecinos sirve para comprender mucho
mejor los mecanismos de la ONU, la invasión de Ucrania, las matanzas periódicas
de palestinos, el abandono del pueblo saharaui y el funcionamiento de la
democracia en general.
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