'LAWFARE': ¿POR QUÉ AHORA?
JUAN
CARLOS MONEDERO
Carlos Lesmes, expresidente del CGPJ, en
una imagen
de archivo.- J.J Guillén / EFE
La
ley de hierro de las élites
Hay una ley en la ciencia política de la que poco o nada se habla. Podríamos llamarla, con ayuda de Robert Michels, "la ley de hierro de las élites" (o, si actualizamos los materiales, la "ley de sílice de las oligarquías", por eso de los chips). Esta ley rezaría así: "Los poderosos siempre utilizan cualquier recurso a su mano para mantener sus privilegios, escogiendo el que creen que le procura el máximo resultado con el mínimo costo".
La violencia siempre ha sido un
recurso inmediato y eficaz en el corto plazo. Pero a largo plazo, como
recordaba Maquiavelo en El príncipe, ganas más convenciendo que amedrentando.
Por eso la iglesia siempre ha estado cerca del poder: se ayudaban mútuamente
para garantizar ambos su estatus.
En sociedades capitalistas, el poder
judicial tiene como última misión defender la propiedad privada, que siempre ha
estado ligada al estatus. Lo hace encarcelando al que roba una gallina y
dejando en libertad al que hunde un fondo de inversiones con el dinero de los
pensionistas. Y lo hace, también, persiguiendo a los que buscan un nuevo
acuerdo que cambie el equilibrio social. En el siglo XIX perseguían a los
anarquistas que alfabetizaban al pueblo y, en el siglo XXI, defienden a los que
matan a aquellos que enseñan derechos a los pueblos.
Lawfare o guerra judicial ha
existido siempre. Como el poder no puede basarse en la arbitrariedad, tiene que
mantener evidentemente algún equilibrio con los que entiende que son su sostén
social y político, pero nunca al punto de perder sus privilegios. Es verdad que
cuando el pueblo se ha soliviantado ante una canallada muy grande, ha podido
castigarse a algún poderoso (como en la Fuenteovejuna de Lope de Vega o en el
caso de Antonio Pérez y Felipe II), pero eran casos puntuales para que todo lo
demás permaneciera invariable. El
lawfare sólo ha cambiado en virtud de los tiempos y las circunstancias de cada
país.
Una guerra con menor
derramamiento de sangre
Esta guerra judicial siempre es
menos sangrienta que otro tipo de represiones y logra mayor consenso social.
Pensemos cómo la imaginería del Cristo ha ido cambiando con el tiempo. En las
casas burguesas, confiadas en el orden permanente de sus sociedades, un Cristo
sangrante y en el borde de la muerte no era muy aleccionador en los comedores o
los dormitorios. De manera que fue suavizándose el dolor, al tiempo que se
colgaban cuadros de bodegones que repetían la idea de abundancia o de paisajes
desde donde miraba el atardecer algún rey ocuparon el lugar del recuerdo
cristiano del infierno.
La correlación de fuerzas en
España permitía sentar en el banquillo a la infanta Cristina, pero no meterla
en la cárcel. Igual que con su padre, el rey emérito (en este caso, en el
banquillo mediático), si bien eran piezas a sacrificar para que Felipe VI
pudiera seguir reinando.
Algo parecido ocurrió con las
ejecuciones públicas o la pena de muerte: dejaron de representarse cuando ya no
hacían falta. La violencia física siempre ha estado del lado del poder (por eso
son poder). Y, conforme la violencia iba resignificándose, era más útil
garantizar el orden con métodos más civilizados. Al final, la ley -y, sobre
todo, su interpretación y aplicación- expresa la correlación de fuerzas entre
las clases sociales en cada sociedad.
La correlación de fuerzas en
España permitía sentar en el banquillo a la infanta Cristina, pero no meterla
en la cárcel. Igual que con su padre, el rey emérito (en este caso, en el
banquillo mediático), si bien eran piezas a sacrificar para que Felipe VI
pudiera seguir reinando. La ley es el más claro ejemplo de aquello de lo que se
rió Antonio Machado en su Juan de Mairena: "La verdad es la verdad, dígala
Agamenón o su porquero. Agamenón: -Conforme. El porquero: -No me
convence".
La evolución del derecho marcha
con la evolución del sistema capitalista y de la necesidad de certidumbre y
previsión que reclama este modelo basado en la obtención de beneficios en el
mercado. Por eso, el capitalismo no puede funcionar sin derecho y el derecho no
puede ser arbitrario como la voluntad de un faraón o un rey absoluto.
El comercio ha ido suavizando la
violencia en el mundo occidental, también porque la trasladó hacia el ámbito
colonial. Pero, con el tiempo, el derecho se ha hecho tan arbitrario como la
voluntad de los grandes capitales (que son una suerte de nuevos reyes
feudales). ¿O no recordamos en España la reunión inédita de la sala de lo
contencioso-administrativo del Supremo donde se revirtió -por 15 votos frente a
13, lo que señala que hay grietas- que el pago de los impuestos de las
hipotecas lo iban a tener que pagar los bancos por culpa de una sentencia de un
juez que se creyó lo de la universalidad de la ley?
El
cuento del molinero reparado, la insolencia del porquero y el "método
Yakarta"
Suele mencionarse el caso de
Arnold, el molinero alemán de Sanssouci, que pleiteó con éxito contra el
Emperador Federico el Grande. En la fábula, al monarca le molestaba el molino
cercano a su palacio y decidió demolerlo cuando el molinero se negó a
vendérselo. Ante su queja por la injusticia del acto, el emperador le habría
contestado: "Hay jueces en Berlín". Y el molinero acudió a los
tribunales y, en el cuento, le ganó el pleito. Puro mito (como cuenta José
Esteve Pardo en Hay jueces en Berlín. Un cuento sobre el control judicial del
poder, Madrid, Marcial Pons, 2020).
En España conviene más el caso de
Pedro Beneitez, El Gordo, molinero de oficio y vecino de Aribayos, condenado
por la Audiencia Episcopal de Zamora a pagar a la Iglesia, pese a sus quejas,
una multa por moler grano en domingo en el molino arrendado al Cabildo Catedral
de Zamora. Habiendo penitencia que engrose el cepillo, aquí paz y después
gloria. O el señalado de las tasas de las hipotecas. O la incapacidad de la
democracia española de anular con todos los efectos las sentencias del
franquismo.
El siglo XX ha sido el siglo de
la guerra entre los trabajadores y el capital. Unos, los más, tenían el número
de las mayorías; otros, los acaudalados, detentaban el poder real (dinero,
ejércitos, policías, medios de comunicación, diplomacia, universidades,
Iglesia). Esa confrontación se zanjó en la Segunda Guerra Mundial con la
derrota de unas derechas que habían visto en el nazismo y el fascismo una
opción desesperada frente al avance de la izquierda.
Los Estados sociales fueron una
revolución cultural y material que funcionó sobre todo en Europa como manera de
frenar la influencia de la Unión Soviética. En esa estela, el derecho y la
justicia -las garantías y la igualdad ante la ley- empezaron a acompasarse en
los países más desarrollados.
Pero el auge de los Estados
sociales coincidió con la hegemonía norteamericana en el mundo. Por eso,
mientras Europa era un oasis, EEUU ponía en marcha lo que Vincent Bevins ha
llamado "el método Yakarta" (Madrid, Capitán Swing, 2022), que implicaba
la colaboración del Gobierno norteamericano en la ejecución en 1965 de un
millón de indonesios vinculados al partido comunista (el más numeroso del mundo
en ese momento después de la URSS y China) o el apoyo a dictaduras sangrientas
en Argentina (con 30.000 desaparecidos), Brasil o Chile.
Estados Unidos se dio cuenta de
que era mejor formar jueces y periodistas que educar a militares en la
represión de subversivos en la Escuela de las Américas. Y el resultado era el
mismo.
La puesta en marcha del neoliberalismo
como respuesta a la crisis de 1973 generó muchas protestas, que fueron
reprimidas con fuerza e, incluso, como en los casos del Cono Sur
latinoamericano señalados, con golpes de Estado. La idea de
"gobernabilidad" lograda con violencia dejó paso a la
"gobernabilidad pactada", llamada "gobernanza".
Cuando la fuerza ya no era
necesaria y carecía de legitimidad, se garantizó el orden con fórmulas más
sofisticadas. El aporte judicial al orden social cobró mayor relevancia.
Estados Unidos se dio cuenta de que era mejor formar jueces y periodistas que
educar a militares en la represión de subversivos en la Escuela de las
Américas. Y el resultado era el mismo.
Las inercias del Estado
las gestionan los jueces
El Estado siempre tiene inercias,
selectividades, que son legados como herencia a los que gobiernen. Los jueces,
como funcionarios con toga, igual que los militares -funcionarios con armas-,
forman parte de esa herencia.
La única manera de frenar esas
selectividades del Estado heredado es cambiando la correlación de fuerzas. Con
votaciones que lleven a mayorías absolutas abrumadoras o con la calle. Puedes
ganar el Gobierno, pero el Estado, con sus inercias, va a pesar como una losa
en la gestión de las instituciones.
Por eso, los jueces pudieron sacar
a Lula de la contienda electoral hace cuatro años. Y, por eso, ahora Lula ha
ganado las elecciones pero aún está por ver si le dejarán gobernar o las
inercias volverán a derrotarle. Dependerá de lo que haga ese 50% que le ha
votado. Y es evidente que el Deep State, el Estado profundo -esa gente que
"vota todos los días", porque todos los días toma decisiones
vinculantes-, hará lo posible para que lo que no han conseguido en las urnas lo
intenten conseguir por fuera. Y lo hará con sus jueces, servicios de
inteligencia, sector financiero, patronal, inversores dueños de medios de
comunicación y jerarquía de las iglesias.
Como plantea Pablo Gentili, el
presupuesto de 2023 que deja a Lula Bolsonaro "no tiene partidas para
merienda escolar ni para educación infantil (indispensable en las regiones más
pobres); tampoco para las farmacias populares ni para el auxilio de emergencia
que utilizó con fines solo electoralistas".
Y, como el bolsonarismo ha ganado
en las cámaras, fácil será que hagan filibusterismo parlamentario para
entorpecer la tarea de gobierno. Con apariencia de legalidad democrática. Como
le ha pasado a Alberto Fernández en Argentina, endeudada con el FMI por culpa
de Macri -que usó el dinero para intentar ganar las elecciones-, o le está
pasando a Gabriel Boric en Chile.
El juez corrupto Sergio Moro, que
encarceló ilegalmente a Lula y lo sacó de la contienda electoral hace cuatro
años, ha sacado en estas elecciones de octubre de 2022 el escaño de senador. Un
juez que pervirtió la decisión popular, que quebró la soberanía del pueblo
propia de una democracia, no recibe ningún castigo por su golpe blando.
Contra el independentismo catalán
funcionó la coartada de que iban a secesionarse de España; con el terrorismo de
ETA, su condicion violenta. Pero contra Podemos no pueden achacar nada contra
la Constitución y, por eso, necesitan con urgencia que la maquinaria judicial
golpee a sus líderes.
Guerra judicial contra
Podemos, ¿por qué?
En España conocemos casos de
guerra judicial reciente -algunas aún en marcha-, especialmente contra el
independentismo catalán y contra una fuerza emergente, Podemos, que llegó a
tener cinco millones de votos, a los que se sumaría el millón que sacó Izquierda
Unida (el PSOE de Pedro Sánchez gobernó con 5,3 millones de votos).
En la lucha contra el
independentismo vasco, tanto en su vertiente terrorista como en lo que el juez
Garzón llamó "el entorno" (y que llevó a barbaridades, como la
autorización de torturas, el encarcelamiento sin delito o el cierre de
periódicos), se dio un paso más allá y la herencia franquista en la Policía y
la Guardia Civil llevó incluso al terrorismo de Estado.
Es llamativo cómo para el PSOE,
igual que para el PP, Vox y Ciudadanos, los GAL siguen siendo un tabú, porque
era algo a lo que apoyaban en silencio - una ley del Talión que quería
responder desde las instituciones a las barbaridades de los terroristas- en una
época donde era complicado forzar la ley para justificar los asesinatos
extrajudiciales como se había hecho durante la dictadura.
Contra el independentismo catalán
funcionó la coartada de que iban a secesionarse de España; con el terrorismo de
ETA, su condicion violenta (aunque, en realidad, antes de lo que hicieron con
el independentismo catalán lo hicieron con el presidente del Parlamento vasco,
José María Atutxa, en 2008). Pero contra Podemos no pueden achacar nada contra
la Constitución y, por eso, necesitan con urgencia que la maquinaria judicial
golpee a sus líderes.
No olvidemos tampoco que el
lawfare, esto es, la guerra judicial contra adversarios políticos, ha recibido
apoyo desde el poder legislativo. Es el papel de las "leyes mordaza",
que castigan con enormes penas de cárcel a los activistas. Esto, a su vez,
alimenta las interpretaciones forzadas que han llevado a que las presiones
judiciales se entrometan en el poder legislativo -sede de la soberanía
popular-,por ejemplo, para quitarle el escaño en España a Isa Serra o a Alberto
Rodríguez o para enjuiciar a una parte no menor de sus líderes.
No deja de ser llamativo que los
mismos jueces que no ven delito en las conversaciones para alterar pruebas
entre el comisario Villarejo y la entonces secretaria general del PP, Dolores
de Cospedal; los mismos tribunales que no han podido dilucidar quién es
M.Rajoy; los que tienen fuera de la cárcel a Eduardo Zaplana o que no imputan
al actual portavoz del PP, Esteban González Pons, tras ser señalado con pruebas
por uno de los "conseguidores" de la Gürtel, tienen enjuiciados a
numerosos miembros de Podemos por los "rumores" sin prueba alguna de
abogados enfadados con la formación morada por su despido o de delincuentes
venezolanos que buscan favores judiciales y están vinculados a tramas
corruptas.
La doble vara de medir es otro
ángulo del lawfare. El PSOE va a ver entrar en la cárcel a José Antonio Griñán,
quien fue presidente de la Junta de Andalucía entre
2009 y 2013 y presidente del Partido Socialista Obrero Español entre 2012 y
2014. Al tiempo, Esperanza Aguirre, por un comportamiento similar, no ha
recibido la imputación por ese mismo delito. Es verdad que Griñán cuenta con el
indulto gubernamental, pero tampoco se van a librar del lawfare si no ayudan a
detenerlo.
Las victorias apretadas de la
izquierda en Chile, Argentina, Brasil, Colombia, con frentes amplios sin gran
cohesión ideológica ni organizativa nos pueden hacer prever que el lawfare se
va a recrudecer.
No olvidamos tampoco que hay un
lawfare judicial y un mediafare comunicacional que van de la mano. Por eso,
proliferan las acusaciones falsas y sin pruebas, porque los medios,
prácticamente el 100% en manos de la derecha en todos los países, le dan un
recorrido mediático que tiene como objetivo "matar civilmente" a los
adversarios. Y, si las acusaciones caen en juzgados igualmente conservadores,
las acusaciones se convierten en imputaciones que, sea cual sea el resultado,
terminan alterando la voluntad popular.
Por eso, se reabren antes de las
elecciones municipales casos varias veces archivados (como el de una
multinacional del agua contra Ada Colau). Y, por eso, la presión para que en
las próximas elecciones Podemos se disuelva en algún tipo de proyecto que las
élites dejen de ver como una amenaza.
Cuando la Troika puso de
rodillas, a Grecia no lo hicieron solo porque Tsipras y Syriza estaban
desobedeciendo sus mandatos -que carecían de cualquier base democrática- sino
como un aviso a "navegantes", en especial a Podemos.
La economía griega es equivalente
a la economía de la Comunidad de Madrid. Una fuerza política crítica con el
neoliberalismo y las políticas de ajuste en la cuarta economía del euro era un
problema. Por eso, lleva en España el Consejo General del Poder Judicial fuera
de la Constitución cuatro años por la negativa del PP. Por eso, todos los
juicios contra Podemos (algunos no hemos tenido un solo mes sin querellas o
imputaciones desde 2015). Y, por eso, la presión mediática tan fuerte que sufre
la formación morada y, también, Pedro Sánchez por el Gobierno de coalición,
incluso desde dentro de sectores del propio PSOE que querrían una gran
coalición con el PP. Por eso se reabren, antes de las elecciones municipales,
casos varias veces archivados (como el de una multinacional del agua contra Ada
Colau). Y, por eso, la presión para que en las próximas elecciones, Podemos se
disuelva en algún tipo de proyecto que las élites dejen de ver como una
amenaza.
Conclusión:
la lucha contra la democracia va a venir de los jueces
Entender el mecanismo del lawfare
y del mediafare explica por qué Podemos -la fuerza que más ha logrado en la
política española reciente desde la izquierda no socialdemócrata- ha recibido y
recibe tantos ataques y por qué los intentos de acabar con ella siguen siendo
tan presentes. Incluidos los esfuerzos divisionistas que tanto daño le han
hecho.
Si Podemos se disolviera,
significará que lo que no han podido hacer las élites con el lawfare y el
mediafare lo podrían hacer movimientos que nazcan de su propio seno, como ya se
intentó con la división que encabezó Errejón con todo el apoyo mediático.
El lawfare es el incendio del
Reichstag de los nuevos enemigos de la democracia. Su justificación y lo que va
a ahogar a la democracia liberal. Con la enorme paradoja que va a ser la
izquierda que quiere superar la democracia liberal la que va a defenderla.
Por eso es tan relevante tener
claridad ideológica como requisito para poder tener claridad organizativa. Lo
que a su vez permite entender las nuevas herramientas del poder para apuntalar
su dominio. Esto es, la guerra judicial. No hay que descartar el uso de la
fuerza -ahí están los seguidores de Bolsonaro en la calle pidiendo un golpe;
ahí está el golpe de Estado en Bolivia; ahí están los seguidores de Trump
entrando en el Capitolio-, pero los nuevos golpes van a ser judiciales.
El lawfare es el incendio del
Reichstag de los nuevos enemigos de la democracia. Su justificación y lo que va
a ahogar a la democracia liberal. Con la enorme paradoja que va a ser la
izquierda que quiere superar la democracia liberal la que va a defenderla,
frente a los ataques de una derecha que es la beneficiaria de esa democracia
vaciada.
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