EL FASCISMO NO PUEDE REFUGIARSE EN SÃO PAULO
Para
la izquierda brasileña conquistar el Estado con más peso del país sería el
sueño progresista hecho realidad. Un deseo que se ha aplazado durante 30 años.
ZAINER PIMENTEL
CIUDAD DE SÂO PAOLO. LAURA CORCUERA
No hay más espacio para eufemismos a los que acogerse. En las elecciones del 30 de octubre en Brasil se decidirá entre dos proyectos muy claros: democracia o barbarie. La trascendencia de estas elecciones no significa desgraciadamente solo la posibilidad de un jaque mate definitivo al futuro de Brasil, sino de la consolidación del fascismo en zonas importantes de las regiones Sur y Sudeste del país y hasta su reflejo en el continente.
La cita electoral
en Brasil es un hecho de carácter histórico para el devenir del Sur Global. La
ultra derecha internacional ha jugado ya todas sus cartas en las elecciones
brasileñas. Las llamadas fake news propagadas por el equipo del actual
presidente inundan diariamente las redes sociales, sin que el Tribunal Superior
Electoral (TSE) tenga capacidad de detenerlas. Lula da Silva ha denunciado que
recientemente ha llegado a Brasilia un equipo internacional del magnate Steve
Bannon, gurú de la extrema derecha mundial, para ayudar el equipo del
presidente en su sucia campaña presidencial. El propio Bannon ha declarado que
las elecciones en Brasil son las segundas más importantes en el ámbito
internacional. Mantener a Jair Bolsonaro en el poder es una prioridad máxima
para la extrema derecha del planeta.
A falta de pocos
días para la segunda vuelta las noticias no han sido demasiado buenas para la
campaña del actual mandatario. Los institutos de investigación más importantes
del país (Ipec, Ipespe, Quaest, entre otros) dan la victoria al candidato del
Partido dos Trabalhadores (PT) en la segunda vuelta electoral. En la tentativa
desesperada de azuzar a sus bases, el actual presidente y sus aliados han
cometido errores que les pueden impedir el tan soñado crecimiento entre los
indecisos, imprescindibles para superar la marca electoral de Lula da Silva en
primera vuelta, hasta superar el 50% más un voto que le daría la victoria
total.
Lula ha denunciado
que recientemente ha llegado a Brasilia un equipo internacional del magnate
Steve Bannon, gurú de la extrema derecha mundial, para ayudar el equipo de
Bolsonaro en su sucia campaña presidencial
El caso más
insólito de intento de interferir en el proceso electoral de manera ilegal
ocurrió en estos últimos días, fue el episodio grotesco de la detención del
presidente del PTB, el bolsonarista Roberto Jefferson. Jefferson es un político
radical de extrema derecha amigo del presidente que cumplía prisión
domiciliaria por diversos delitos, incluyendo algunos atentados contra las
instituciones democráticas. El domingo 23 de octubre su residencia en Rio de
Janeiro fue rodeada por la policía federal brasileña, que daba cumplimento a
una orden judicial de prisión expedida por el magistrado del Supremo Alexandre
de Moraes.
El exdiputado, en
vez de acatar la orden, decidió recibir los agentes federales al puro estilo Al
Capone, disparándoles más de 50 tiros y además lanzando al menos dos granadas
contra los policiales. El tiroteo se saldó con dos policías heridos sin
gravedad. La aberrante acción del aliado del actual presidente está acorde con
el mal ejemplo dado por Bolsonaro, que ha alentado el uso de armas de fuego en
todo el país, incluso había dicho que no obedecería la orden de detención su
contra.
Es difícil creer
que un político de fuerte presencia teatral y experimentado como Jefferson, que
en las últimas dos décadas ha sido protagonista en el desenlace de importantes
escándalos políticos del país, hiciera un acto de tal impacto electoral a una
semana de la segunda vuelta, sin consultar a la campaña de su aliado. Más aún
cuando el propio ministro de interior se implicó directamente en las
negociaciones de su entrega a la policía.
Según la propia
policía federal, el preso domiciliario Jefferson poseía un arsenal en su casa
del que solo pueden disponer las fuerzas armadas, y planeó la operación de
resistencia armada con anterioridad. Lo más probable es que la jugada del
político ultra buscara réditos electorales para Bolsonaro con la operación de
desobediencia armada. Los estrategas del presidente con toda seguridad buscaban
a través de la acción de Jefferson provocar a los agentes para una invasión a
la fuerza en la casa del político con el objetivo de crear una especie de
mártir, defensor de la libertad, perseguido por la justicia que cazaría
injustamente a los bolsonaristas. Sin embargo, el lanzamiento de las granadas
que provocó las lesiones a los policías, cambió el relato previsto inicialmente
por el bolsonarismo.
La acción
presumidamente calculada falló gracias a la moderación de la policía que esta
vez, quizás porque se trataba de un personaje público ligado al presidente y no
se trataba de un hombre pobre de un barrio periférico; no ha querido disparar
contra la residencia del político, prefiriendo la vía de la negociación que se
reveló pésima para los objetivos de Jefferson. Ese hecho dejó expuesta a las
claras las vísceras criminales del bolsonarismo. La asociación de los
seguidores de Bolsonaro con el crimen organizado ya conocida en Rio de Janeiro,
quedó evidencia principalmente tratándose de un preso en prisión domiciliaria,
en disposición de un arsenal digno de un capo de la mafia.
Pese a un hecho
como el descrito, la correlación de fuerzas políticas en esta segunda vuelta no
ha sido tan favorable para la izquierda. Solo la figura política excepcional de
Lula da Silva ha podido ganar con el 48,43% de los votos frente al 43,20% de
Jair Bolsonaro, pero la victoria en las legislativas de políticos
ultraconservadores ha sido incontestable. Además, la disputa por la gobernanza
del Estado de São Paulo entre dos candidatos ligados a cada uno de los
postulantes en las nacionales, no deja margen para celebraciones, ya que el
candidato de la extrema derecha, al contrario de lo que ocurrió en la disputa
por la presidencia, salió holgadamente victorioso en la primera vuelta.
Pero en la última
semana de campaña, las encuestas traen una sorpresa alentadora. El reconocido
instituto Ipec por primera vez confiere empate técnico entre el candidato de la
extrema derecha en São Paulo, Tarcísio de Freitas (ex ministro de Bolsonaro y candidato
de Republicanos, partido de la iglesia evangelista Universal del Reino de Dios)
y Fernando Haddad (del PT). Eso quiere decir que hay posibilidades hasta el día
30 de octubre de ganar el centro financiero e industrial del país.
El intento del
fascismo es refugiarse en el Estado de São Paulo. La importancia política de
ese Estado es enorme, es la primera economía del país y, de lejos, el área de
la Federación más industrializada y poblada
El intento del
fascismo es refugiarse en el Estado de São Paulo, en el caso de que se cumplan
las previsiones de derrota en el conjunto del país. La importancia política de
ese Estado de es enorme, primero porque es la primera economía, con un tercio
del PIB de todo el país, y de lejos es el área de la Federación más
industrializada y poblada (con cerca de 40 millones de habitantes). Es también
uno de los territorios más conservadores del país, especialmente en las
ciudades pequeñas y medianas del interior del Estado.
São Paulo fue
durante más de 30 años gobernada por el PSDB, es la cuna del neoliberalismo
brasileño y laboratorio de las políticas ultraconservadoras de Brasil, en donde
el PT siempre juega en desventaja. Es la joya de la corona que la extrema
derecha quiere conquistar a cualquier precio en estas elecciones, gracias al
agotamiento del modelo político dirigido por los socialdemócratas del PSDB.
Jamás el PT pudo retener en sus manos la gobernanza del Estado, han sido
fracasos tras fracasos, salvo dos veces cuando tuvo que conformarse con la
elección de Luisa Erundina y el propio Fernando Haddad en la capital, mayor
ciudad de Sudamérica.
Ahora, más que
nunca, es posible girar la tendencia casi natural del Estado y conquistar el
reducto ultraconservador más importante de Brasil. Para ello Lula da Silva no
ha medido esfuerzos. Aunque no será fácil, ya que el centro financiero del país
conserva todavía su rancio prejuicio hacia las raíces populares y sindicales
del PT e incluso un cierto prejuicio de clase hacia Lula da Silva y su entorno.
El anterior
gobernador electo, João Dória tuvo su mayor triunfo al asociarse al antipetismo
y a la figura deleznable de Jair Bolsonaro para ganar las elecciones de 2018,
aunque se distanció del presidente por diferencia de criterio en la gestión de
la crisis del Covid. El electorado conservador del PSDB no tuvo que hacer mucho
esfuerzo para pasar del rechazo a la izquierda petista hacia las ideas ultras
del bolsonarismo. Fue solo cambiar de nombre: de Dória a Tarcísio (del PSDB a
Republicanos), porque la propaganda de 30 años había hecho el trabajo previo.
El fenómeno
ultraconservador de São Paulo se traduce en que hoy día las personas que
apoyaban la derecha liberal ya no se ven representadas en las filas de la
derecha democrática por el reemplazo de sus viejos líderes liberales, como
Cardoso, Serra y Doria, por lo que adhieren sin complejos a los nuevos
exponentes ultra. Sea por conveniencia o por convicción, los líderes y
electores de la derecha paulista optaron por prestar servicio al presidente de
la República.
Para la extrema
derecha, conquistar São Paulo sería la garantía de continuidad de un proyecto
previsiblemente interrumpido en el ámbito nacional, pero que puede servir de
abrigo para los fascistas que quedarían sin cobijo en Brasilia después de 1 de
enero de 2023. El objetivo es construir una fuerte resistencia al gobierno
progresista en el potente Estado que, junto con la mayoría de los
parlamentarios conservadores electos el 2 de octubre, llevaría una lucha sin
cuartel en contra del posible gobierno de Lula da Silva. Ello les permitiría
intentar desbancar el próximo gobierno o, en el peor de los casos, llegar
fuertes a la próxima cita electoral de 2026.
Para la izquierda
conquistar este estado sería el sueño progresista hecho realidad que se ha
aplazado durante 30 años. Gobernar Brasil y a la vez el Estado de São Paulo
constituye el deseo inconfeso del PT desde la primera elección de Lula da
Silva. Construir todas las políticas públicas de combate a la pobreza y
exclusión que se han podido realizar en el país en alianza con los entes
federativos liderados por el más vibrante Estado de la federación sería la más
importante conquista de la historia de la izquierda brasileña.
Para ello el PT ha
apostado en ganar São Paulo con su mejor cuadro político de la actualidad, el
excandidato a presidencia Fernando Haddad, que fue un exitoso Ministro de la
Educación durante la primera etapa del gobierno del PT. Además, muchos
candidatos competitivos del arco progresista, como Guilherme Boulos (PSOL),
Marcio França (PSB) y el propio candidato a vicepresidente Geraldo Alckmin han
sacrificado sus pretensiones a concurrir por São Paulo para apoyar a Haddad. El
objetivo es frenar el avance del fascismo y construir una alternativa viable
para reabrir un nuevo tiempo en Brasil, esta vez sin dejar atrás una de las
regiones más importantes del país.
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