¿LULA LÁ? VICTORIA PROGRESISTA Y DERECHA SUBTERRÁNEA
Luiz
Inácio Lula Da Silva ganó en primera vuelta con más de 48% pero Jair Bolsonaro
mostró más resistencia de lo esperado. El 30 de octubre ambos candidatos
volverán a medirse en el balotaje
PABLO STEFANONI
Lula da Silva, momentos antes
de introducir su voto en la urna
electoral, el pasado 2 de octubre.
Jair Messias Bolsonaro no logró ser eyectado del sillón presidencial y del Palácio do Planalto en la primera vuelta por la rebelión electoral contra su gobierno que anticipaban las encuestas. El resultado de Luiz Inácio Lula da Silva estuvo dentro de lo esperado, con más de 48,4% de los votos, pero el actual mandatario superó todos los pronósticos y obtuvo 43,2% y mostró que el bolsonarismo es un hueso duro de roer.
El “frente democrático” que armó el ex-presidente, y abarcó desde el Movimiento sin Tierra y el Partido Comunista hasta sectores de la elite económica y judicial, visto en el exterior como una suerte de “candidatura del bien”, chocó contra una corriente persistente de voto al actual presidente, que incluyó en la campaña los tópicos de la extrema derecha global y volvió a encarnar el antipetismo, pero también mostró flexibilidad ideológica para alejarse del ultraliberalismo de su ministro de Economía y para mantener ciertas políticas sociales, desplegó sus discursos de mano dura, mantuvo sus conexiones con redes locales de poder, legales e ilegales, y batalló sin tregua en las redes sociales.
Más que un régimen
autoritario Bolsonaro produjo una brutal degradación de la vida cívica
Además, como
destacó el diario Folha de S. Paulo, fue importante el desempeño de varios
candidatos bolsonaristas: la exministra de la Mujer Damares Alves, una de las
espadas evangélicas ultraconservadoras que compitió con el apoyo de la primera
dama Michelle Bolsonaro, fue elegida senadora por el Distrito Federal, y el
exministro Tarcísio Gomes de Freitas quedó primero para disputar la gobernación
de San Pablo contra el excandidato presidencial petista Fernando Haddad con
amplias chances de triunfo. El exjuez Sergio Moro, que encarceló a Lula y hoy
está distanciado de Bolsonaro, fue electo senador por Paraná y el
vicepresidente Hamilton Mourão ganó una banca por Rio Grande do Sul. Incluso
figuras controvertidas, como el exministro de Salud Eduardo Pazuello o el de
Medioambiente, Ricardo Salles, ampliamente cuestionados por sus políticas,
fueron elegidos (Pazuello fue el más votado en Río). El Partido Liberal de
Bolsonaro sumaba la bancada partidaria individual más numerosa en el Senado y
en Diputados con una división geográfica muy marcada, con el cetro-oeste como
bastión de la derecha.
A diferencia de
hace cuatro años, cuando podía haber alguna duda sobre Bolsonaro, sus votantes
apoyaron ahora, de manera abierta o “vergonzante”, su gestión y su estilo, que
conecta con diversas “rebeldías de derecha” alrededor de Occidente. Y, si bien
Lula queda mejor ubicado para la segunda vuelta, no hubo algo parecido a una
contra ola de izquierda. Algunos oasis, como las tres diputadas trans o las
parlamentarias indígenas electas, muestran algunas acumulaciones
político-culturales bajo el bolsonarato.
La elección estuvo
lejos de ser una batalla pueblo versus elite. El New York Times señaló que el
Supremo Tribunal de Brasil ha ampliado de manera drástica su poder para
contrarrestar las posturas antidemocráticas de Bolsonaro y sus seguidores. Por
ejemplo, en agosto, por orden del juez del máximo tribunal Alexandre de Moraes
fuerzas policiales allanaron las casas de empresarios bolsonaristas que
comentaron en un grupo de WhatsApp que un golpe de Estado era preferible a la
vuelta del Partido de los Trabajadores al poder.
El caso brasileño
replica en parte el de Estados Unidos, en el que Donald Trump, pese a ser
supuestamente un gobierno conservador de “ley y orden” terminó encarnando una
derecha inorgánica que se enfrentó a gran parte de las instituciones desde
dentro. Por eso Joe Biden como Lula da Silva se presentaron como candidatos de
la “normalización” contra dos populistas de derecha que parecen cómodos en su
papel de “deplorables” (como llamó Hillary Clinton a los votantes del
empresario inmobiliario).
La burda estética
de las armas y los exabruptos de Bolsonaro proyectaron una imagen de sordidez
política e intelectual
Lula da Silva fue
condenado a 12 años de prisión por causas de corrupción, pero fue el mismo
tribunal que inicialmente avaló la condena –que ayudó a la victoria de
Bolsonaro– el que finalmente, tras 580 días de cárcel, la anuló por razones de
forma, y el antiguo obrero metalúrgico quedó así habilitado para volver al
poder. Pero lo que desarmó la conspiración judicial que volvió a poner en
carrera a Lula no fue tanto movilización social como el juego de poder interno
en un poder judicial que, antes y ahora, juega al límite (entre ser un defensor
y una amenaza para la democracia). Esta vez es Bolsonaro quien ataca a la Corte
por “lulista”.
Más que un régimen
autoritario (como el que, por ejemplo, pudo terminar de edificar Nicolás Maduro
en Venezuela) Bolsonaro produjo una brutal degradación de la vida cívica,
alimentó diversos grupos lumpen-mafiosos, desplegó discursos negacionistas
sobre la pandemia y el cambio climático, y debilitó el lugar de Brasil en el
concierto de las naciones. La burda estética de las armas y los exabruptos de
Bolsonaro proyectaron una imagen de sordidez política e intelectual. Pero
también su carácter pendenciero lo conectó con gran parte del país, que
encontró en él una identidad (lo llaman ‘Mito’) y la posibilidad de un voto
protesta que puede ser tan potente como impreciso en sus destinatarios. Mantuvo
además su alianza con el poderoso mundo del agronegocio y la exministra Tereza
Cristina Corrêa –la «musa do veneno» ganó una banca en el senado por Mato
Grosso do Sul tras derrotar a otro exministro de Bolsonaro. Y con empresarios
que aún ven al PT como el mal absoluto, además de las milicias de Río de
Janeiro.
La bizarra toma del
Capitolio fue precisamente una constatación de incompetencia estratégica, pero
al mismo tiempo, es la dimensión antisistémica la que atrae a parte de los
adherentes de Trump y alimenta la ilusión contra el statu quo; y algo similar
ocurrió con Bolsonaro.
La presidencia de
Bolsonaro terminó teniendo un resultado paradójico a escala regional: en lugar
de fortalecer a las derechas radicales, en gran medida las debilitó
Esa realidad
degradada fue, más que su programa, el combustible de la resurrección de Lula
–y de la resignificación de su figura, asociada por el antipetismo con la
corrupción: Bolsonaro lo llama expresidiario–. Su campaña se basó en la
necesidad de reconstrucción institucional y moral del país, apelando a símbolos
de amor y esperanza y de vuelta de la felicidad del pueblo. Incluso, al parecer
a propuesta de su flamante esposa Rosângela, que tuvo un peso creciente en su
entorno, se lanzó una nueva versión de Lula lá (Lula allá, en el Planalto), el
jingle de los años 80, la lejana época del candidato obrero.
La presidencia de
Bolsonaro terminó teniendo un resultado paradójico a escala regional: en lugar
de fortalecer a las derechas radicales, en gran medida las debilitó (pocos
quisieron mostrarse junto a él). Pero esto podría cambiar: su capacidad de
resistencia puede alimentar expresiones de derecha dura que han ido emergiendo
en este tiempo, en una región donde las extremas derechas están lejos de los
resultados electorales europeos. Por eso, este resultado es incómodo para las
derechas moderadas de Sudamérica.
Las izquierdas
parecen hoy más eficaces para ganar que para gobernar, y enfrentan diversos
obstáculos, internos y externos
En este tiempo, el
progresismo latinoamericano viene ganando una elección tras otra (en parte porque
vienen perdiendo los oficialísimos). Incluso la Alianza del Pacífico dejó de
existir como contracara ideológica liberal-conservadora del populismo atlántico
tras los triunfos de Andrés Manuel López Obrador, Pedro Castillo, Gabriel Boric
y Gustavo Petro. Sin embargo, las izquierdas parecen hoy más eficaces para
ganar que para gobernar, y enfrentan diversos obstáculos, internos y externos,
que reducen su eficacia político-ideológica.
El carácter
rizomático de la nebulosa de la neorreacción actual permite que los puntos de
conexión sean múltiples y que discursos de las extremas derechas globales
resuenen en el Sur y se produzcan curiosas formas de recepción y
resignificación de esas ideas, como el caso de los libertarios de derecha en
Argentina. Los gobiernos progresistas enfrentan, entonces, un escenario
diferente al del “primer ciclo” de la marea rosa, en el que las guerras
culturales del Norte penetran de diversas formas en la opinión pública y
contribuyen a delinear un lenguaje inconformista transversal a diferentes
sectores sociales. Las rebeldías de derecha parecen haber llegado para
quedarse.
Ahí yacen algunas
paradojas de esta victoria relativa de Lula. El resultado electoral de la
coalición civilizatoria organizada para frenar el envilecimiento de la política
y de la propia sociedad ha dejado un sabor amargo. Su votación, que tiene mucho
de vindicación personal, fue el resultado de la capacidad del expresidente de
tejer acuerdos, con el pragmatismo que ya lo había acompañado en sus dos
mandatos anteriores, y de su voluntad de mostrarse absuelto por la Historia.
Pero el bolsonarismo ha mostrado que es también una fuerza subterránea.
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