EL ILIMITADO CULTO A FRANCO
POR DANIEL CAMPIONE
Fueron incontables y prácticamente no tuvieron límites las manifestaciones
de la megalomanía de Francisco Franco, las
adulaciones a su persona por todo tipo de dignatarios militares, civiles y
eclesiásticos, incluida la atribución a su persona de caracteres divinos.
Es difícil elegir un ejemplo para comenzar, entre muchos posibles, a cual más prepotente y exagerado, que podrían ser atribuidos a una patología si no tuvieran una oscura lógica de sometimiento absoluto, de entronización de un liderazgo despótico. Al que no sólo no se podía hacer ninguna objeción, sino siquiera sustraerse a la celebración cotidiana y al elogio desmesurado.
Hasta los
presos políticos estaban obligados a hacer el saludo fascista y cantar el himno
falangista Cara al sol…
Sólo Dios arriba suyo.
Podría
comenzarse por el artículo 47 de los estatutos de Falange Española
Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, interminable
y rimbombante nombre del partido unificado que el dictador fundó a la fuerza en
abril de 1937.
Redactado
en ese mismo año ese inciso establecía: “El jefe nacional […] supremo Caudillo
del movimiento, personifica todos los valores y todos los honores del mismo
como autor de la era histórica donde España adquiere las posibilidades de
realizar su destino y con él los anhelos del movimiento; el jefe asume en su
entera plenitud la más total autoridad. El jefe responde ante Dios y ante la
Historia”.
Obsérvese
el grado de omnipotencia. Ningún ser viviente podía pedirle cuentas mientras
estuviera vivo. Sólo Dios dispondría de su alma después de su “tránsito a la
inmortalidad”. Y la Historia daría su veredicto, de seguro favorable, para
entronizarlo como el padre de la nueva España.
Otra
muestra de adulación, al extremo de estar acuñada en las monedas de curso legal
en la España franquista e incluso muchxs años después fue el lema: Francisco
Franco Caudillo de España por la gracia de Dios”.
Volviendo de algún modo a la lógica del absolutismo, nada menos que la
divinidad daba respaldo a la autoridad de Francisco Franco. Cabe aclarar
que la jerarquía católica en ningún momento
expresó desacuerdo alguno en que, junto a la efigie del genocida apareciera esa
divisa. Las autoridades eclesiales lo bendijeron sin tapujos.
Otra
entronización de raíz religiosa del liderazgo del llamado Caudillo fue que se
le permitiera entrar bajo palio en catedrales e iglesias, él y su esposa
cubiertos de una suerte de toldo sostenido por varias personas. Todo en
carácter de homenaje al “jefe de la gloriosa cruzada nacional”, un apelativo
que sus secuaces eclesiásticos le asignaban con frecuencia.
Jefe de Estado, jefe de Ejército.
Un
parágrafo lo merecen sus títulos grandilocuentes. Algunos sólo establecidos para
rendirle pleitesía, otros al servicio de otorgarle poderes bien efectivos e
inamovibles.
Fue
nombrado Jefe del Estado español. En realidad el decreto que lo designó, en los
primeros meses de la guerra civil, sólo lo elevaba a “jefe de gobierno del Estado
español”.
En su
artículo primero puede leerse: “En cumplimiento de acuerdo adoptado por la
Junta de Defensa Nacional, se nombra Jefe de Gobierno del Estado Español al
Excmo. Sr. General de División don Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá
todos los poderes del nuevo Estado”.
Pero en
seguida se transformó en “Jefe de Estado” a secas. No es un problema sólo
terminológico. El gobierno está, por definición, sujeto a un tiempo de
vigencia, la jefatura de Estado (los reyes son tales jefes, por ejemplo) puede
ser a perpetuidad, como de hecho lo fue en este caso.
El 1 de
octubre, aniversario de su asunción como jefe de Estado en 1936, fue convertido
en festividad nacional oficial, bajo la invocación “Día del caudillo” o “Fiesta
Nacional del Caudillo”. El dictador pasaba a tener un feriado enteramente
dedicado a su homenaje.
En el
mismo decreto, en su segundo artículo, se lo designaba: “Generalísimo de las
fuerzas de aire, mar y tierra.” Lo que le otorgaba el mando único e
indiscutible de todas las unidades de combate de las fuerzas armadas.
Publicidades y publicaciones
Cuando
aparecía ante públicos numerosos, los asistentes gritaban tres veces: ¡Franco,
Franco, Franco! Un vítor cuasi obligatorio para elevar aún más la exaltación
del jefe supremo.
También
se puso en marcha una gran campaña publicitaria que lo presentaba como un líder
“fuerte, modesto, generoso y sencillo”. Si no se tratara de un feroz dictador,
haría gracia que semejante egocéntrico fuera motejado de “modesto” y
“sencillo”.
En Radio
Nacional de España se realizaba un programa destinado a los niños pensado para
atender a, textuales palabras: “la necesidad de ir sembrando en sus almas, y en
justa medida, la idea de Patria, de amor al Caudillo, de obediencia, de
disciplina, de admiración.”
Aquí la arrogancia
totalitaria en otro punto culminante: El aparato nacional de propaganda, y en
última instancia el jefe, en su espíritu megalómano, se atribuían la potestad
de “sembrar en las almas” de la infancia.
La historia oficial de la guerra “incivil”.
Con
respecto al relato oficial de la contienda española, se atribuía allí a Franco
la autoría del golpe. Flagrante mentira, siendo que se había sumado a último
momento. Y durante algunos meses no se lo reconoció como jefe del llamado
“alzamiento nacional” o “glorioso alzamiento”, era sólo un general de división
entre otros.
Se
ocultaba asimismo que el ejército de Franco tenía una gran superioridad en
armamento, logística y nivel de formación de la mayoría de sus oficiales. Todo
al servicio de presentar la victoria como producto exclusivo de la “genialidad”
del jefe, aún bajo supuestas circunstancias adversas.
Bajo esos
lineamientos se escribió una obra en varios volúmenes, bajo el título Historia
militar de la guerra de España.
Otras
manifestaciones no tan oficiales, pero también provenientes del aparato
estatal, enaltecían a Franco hasta el borde de la alienación. José Millán
Astray, militar laureado y mutilado de guerra, que había sido jefe de Francisco
Franco en la Legión, lo saludó como “enviado de Dios, como conductor para la
liberación y el engrandecimiento de España.”
Hasta se
hizo hablar a los muertos. Víctor Ruiz Albéniz, uno de los jerarcas del
periodismo oficial más cercanos a Franco, atribuyó al fallecido general Emilio
Mola, el jefe más importante después del nombrado “generalísimo”, las
siguientes palabras: “Lo único que faltaba a España era un hombre que la
pusiera en pie. Franco lo ha hecho.” De hecho Mola era su rival y no es
verosímil que haya pronunciado esas palabras.
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Se podría
seguir con centenares de ejemplos. Todo era poco. La Victoria (así, con
mayúscula) en la supuesta “Cruzada” todo lo permitía, y daba derecho sobre
vidas y haciendas de todo el pueblo español. Lo que, salvo una casta de
privilegiados, no sólo se aplicaba a sus opositores, sino a veces también a sus
partidarios. Varios de los cuales terminaron en la cárcel por oponerse a alguna
decisión del llamado Caudillo.
Es
importante tomar conciencia asimismo de que este culto rayano en la enajenación
fue una condición entre las que dieron alas a la consumación del genocidio
contra centenares de miles de españolas y españoles.
Algo que
debe conocerse para sostener la memoria e incluso estimular la reflexión.
***
Este
artículo se basa en la columna semanal que el autor realiza en el
programa Memoria en rojo, amarillo y morado, en radio Caput,
de Buenos Aires, Argentina.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante
una licencia de Creative Commons,
respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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