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martes, 20 de septiembre de 2022

EL VIAJE DE SIMON


EL VIAJE DE SIMON

| ILKA OLIVA CORADO

A las doce en punto del medio día suena la alarma, es hora del almuerzo, los trabajadores tienen media hora para comer y regresar a sus labores. Simona lleva veinte años trabajando en ese lugar, entró como personal de mantenimiento y después de cuatro años ascendió a ayudante de cocina, desde cortar cebolla por costaladas al principio hasta últimamente preparar comidas gourmet que reparten en supermercados de zonas exclusivas.

Originaria del cantón Los Apantes, Juayúa, Sonsonate, El Salvador, Simona emigró a Estados Unidos para escapar del estigma, sólo quería vivir en un lugar en el que no fuera insultada por su condición física.  La poliomielitis en la pierna derecha la hace caminar renqueando, no recuerda un solo día sin que los niños de la escuela y del cantón se burlaran de ella. En cuarto primaria decidió dejar de estudiar y dejó el año a medias, no soportó más las burlas y el silencio de los docentes y hasta las risas de unos al escuchar los apodos con los que la llamaban los niños. Sus papás aceptaron su decisión complacidos, ninguno de los dos quería ponerla en la escuela precisamente para evitar la vergüenza de que más gente se enterara de la condición física de su hija.

 

Un único afecto rescató Simona de la escuela y se abrazó a este con todas sus fuerzas: un libro. Cada vez que se sentía atrapada, enojada y triste leía. Leía cada vez que quería escapar de su realidad, de ese lugar. Un libro que tuvo que rescatar de la basura varias veces, cuando su mamá se lo tiraba. Un libro que leyó a escondidas de su papá que lo veía como una enorme pérdida de tiempo.  Así le bajó la primera sangre y se le comenzaron a marcar los pechos, entre burlas de propios y extraños.

 

Cuando su tío la comenzó a abusar sexualmente tenía nueve recién cumplidos, amenazada con que si denunciaba él lo negaría todo y diría que ella lo provocó, Simona lo denunció con su mamá, pero su tío, le dijo ésta, tenía el permiso de su papá para abusarla y no podían hacer nada.

 

Le dijo que así era la vida de las mujeres y que tenía que acostumbrarse, que a ella la abusó su abuelo desde niña hasta el día en que se casó. Que así son los hombres, como animales que no se pueden contener y es mejor dejarse. Simona entonces decidió nunca más mencionarlo con nadie.

 

Para ayudar en la economía de su casa, porque no había día en que su familia no la hiciera sentir que estorbaba, Simona compró una gallina y al poco tiempo ya se había quedado calentando el nido y veintiún días después tenía pollitos para crianza.   El día que iba camino a la feria a venderlos y los llevaba en un canasto sobre una carreta que jalaba, unos cuatreros se los robaron. En su casa no le creyeron, le dijeron que seguramente los vendió en el camino y se agarró el dinero para no colaborar en la casa.

 

En la feria, Simona conoció a un ayudante de panadero que en esos días iba a armar y a desarmar la galera para el chinique que ponían.  No lo pensó dos veces y fue a vivir con él, alquilaban un cuarto en las cercanías del mercado, pero al poco tiempo él comenzó a agredirla físicamente y a insultarla por la poliomielitis. Una vecina la fue a sacar del cuarto la última vez que él le pegó, aprovechó que se fue a trabajar para sacarla y llevarla a casa de otra amiga que era amante de un trailero, el trailero al enterarse de la situación aceptó ayudarla y por su recomendación fue de tráiler en tráiler hasta llegar a San Diego, California, con veintidós años.

 

Suena la alarma y Simona con el cansancio acumulado durante años en los tobillos y en la espalda baja, se quita la gabacha, el gorro y los guantes. Comienza a caminar hacia la librería pública que queda en la siguiente cuadra cruzando la calle, entra, pide un libro y se acuesta sobre la grama bajo la sombra de un arce. Saca un recipiente con su almuerzo y comienza su viaje, como viajaba de niña cuando quería escapar de Los Apantes.

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