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viernes, 19 de agosto de 2022

TESOROS DE POBRES

 

TESOROS DE POBRES

Coleccionar periódicos es ser rico de bajo coste. Es ser guardián de especies únicas que entran en grave peligro de extinción desde el mismo momento en el que salen de la imprenta y llegan al quiosco

GERARDO TECÉ

Los pobres no amasamos fortunas, pero sí guardamos pequeños tesoros. Un billete antiguo de nuestro tatarabuelo que se fue a Cuba a hacer las Américas, la radio antigua con la que la abuela escuchaba los seriales, la matrícula de un coche de aquella época en la que no había letras al final de la chapa, sólo números. En el colegio, Migue se convirtió en Rockefeller aquel día en el que de un sobre de cromos le salió Oceano. Un futbolista negro y exótico que jugaba en la Real Sociedad de principios de los 90 y que protagonizó el cromo más difícil de conseguir en el mundo entero, que por aquel entonces era mi barrio. Si os ponéis todos a tocarlo se puede estropear, así que yo lo sujeto y os vais acercando uno a uno, nos explicó en plan director de la casa de subastas Christie’s y sin disimular cierto aire de nuevo rico que era de entender dadas las circunstancias. Llegó mi turno y ahí estaba, era verdad, el puto y deseado Oceano. Años después, boquiabierto frente al Guernica, lo recordé. Si un tal Pablo Picasso se hubiera pasado merodeando por el recreo ofreciendo su obra más universal a cambio del cromo, Migue lo hubiera mandado a la mierda y el resto lo hubiéramos entendido.

 

Hay dos cosas que me encantaría coleccionar a día de hoy. La primera, arte. Especialmente pintura. Si algo envidio de los ricos es su capacidad para llenar las paredes de sus casas con lo mejor del ser humano colocado en un marco. Pisotear a la humanidad, situarte fuera de ella de un modo cínico, obviar el sufrimiento y las necesidades que padecen tus compañeros de especie a cambio de unos cuantos Ferraris y mansiones de lujo debería ser un delito perseguido y castigado. Ser un miserable a cambio de un Rembrandt, un Velázquez o un Hopper me parece bastante entendible. La otra colección que me encantaría hacer, mejor aún que amasar arte, me la descubrió el otro día mi amigo Darío Adanti. ¿Has leído El Delator de Joseph Conrad? Va de un tipo que colecciona conocidos. Se pone como objetivo conocer a una persona a la que admira por algún motivo y no para hasta que lo consigue. Cuando ya lo ha conseguido, orienta su vida, dedica todo su tiempo a lograr conocer a otra nueva persona que merece la pena. Lo leeré, le prometí. Y lo haré. Pero no en estos días de vacaciones en los que el tiempo libre lo dedico a alimentar la cuarta mejor colección de tesoros que uno puede hacer cuando no es ni rico para pujar por un Goya, ni un niño para seguir ensimismándose frente a Oceano, ni un zumbado con todo el tiempo del mundo para dedicarse a coleccionar conocidos. Mi colección es de periódicos. La empecé aquel día que mi madre me avisó de que tiraría una pila de papeles que tenía cogiendo polvo en un cajón y yo me planté como aquel chino se plantó frente a un tanque en Tiananmén. Para qué los quieres, preguntó con el cañón apuntando al cajón. Mi respuesta, tan poco convincente como sincera, sorprendentemente hizo retroceder al tanque: para guardarlos. Cuando el tanque dio marcha atrás nació una afición vital, desordenada y con cierto tufo a síndrome de Diógenes que se mantiene a día de hoy. Cada periódico mínimamente interesante que cae en mis manos se queda a vivir en una reserva protegida de cajones, cajas y estanterías amenazadas siempre por nuevos tanques en manos de compañeros de piso y parejas. Con el tiempo la cosa ha ido a más y las tecnologías no han ayudado a mi Diógenes: ya no son solo los que caen en mis manos, sino los ejemplares que se pueden rastrear y comprar por Internet.

 

 

Coleccionar periódicos es ser rico de bajo coste. Es ser guardián de especies únicas que entran en grave peligro de extinción desde el mismo momento en el que salen de la imprenta y llegan al quiosco. Si el 4 de mayo de 1976 el diario El País sacaba su primer número con una tirada de 188.000 ejemplares, antes de la llegada de aquel verano la inmensa mayoría de ellos acabaron en la basura. Pasados los años, los pocos ejemplares que sobreviven lo hacen perdidos en cajones de ciudades o desvanes de pueblo que algún día serán vaciados. Quizá por un hijo o un nieto con curiosidad suficiente para echar un ojo y descubrir el tesoro. Quizá por alguien que despache aquello como papeles viejos, acabando poco a poco la población superviviente en un contenedor de basura. La tendencia es siempre a la desaparición. De ahí la épica. Coleccionar periódicos es aprender historia. Es estar dispuesto a dejarse 20 euros por un ejemplar del número 1 de la revista satírica El Papus y descubrir en el trayecto que es mucho más interesante –y económico– el número 177, aquel en cuya portada aparece una foto de los destrozos provocado por el ataque fascista con bomba en el que murió el conserje del edificio. Coleccionar periódicos es preguntar por la historia que hay detrás de ese periódico que acabas de encontrar en Wallapop y que te la cuente la nuera de Rafael, que con 18 años se fue a combatir en la Guerra Civil al frente de Barcelona y compró uno de esos rarísimos ejemplares del ABC republicano y de izquierdas de la edición Madrid que el hombre guardó hasta que murió hace diez años. Es bucear por foros hasta dar con un periódico editado en Chiapas el 2 de enero de 1994 en el que se describen los primeros combates entre los zapatistas del subcomandante Marcos y el ejército mexicano. Es también descubrir que el tipo lo vende por 1.500 dólares recordándole a uno que, aunque se dedique a amasar tesoros, es pobre. Es comprometerse a que, el día que viaje a México, habrá que recorrer de arriba abajo la Sierra Lacandona hasta encontrar ese tesoro que alguien vende en Internet por un ojo de la cara tirado en una caja de San Cristóbal de las Casas. Coleccionar periódicos es guardar con especial cariño el primer Dobladillo de CTXT en el que metimos la pata por todo lo alto con una errata en portada. Es que tu fecha de referencia al buscar un New York Times de 2001 no sea el 11S, sino el 12 porque los periódicos son libros de historia del día anterior. Coleccionar periódicos es defender lo común, porque, como dice mi amiga Vanesa, la prensa, los medios, son esos lugares en los que vivimos una realidad compartida, en los que construimos un nosotros. Coleccionar periódicos es ser pobre para hacerse con un cuadro que merezca la pena, es no tener tiempo suficiente para conocer a todas las interesantísimas personas que te gustaría, es que el cromo de Oceano le tocase a otro. Si los tanques vuelven a amenazar mis cajones, cajas y estanterías llenas de ácaros, ya tengo preparada una respuesta elaborada.

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