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martes, 23 de agosto de 2022

LA MUERTE DESPRECIADA

 

LA MUERTE DESPRECIADA

GERMÁN GARCÍA MARROQUÍN

La vida nos importa, la muerte nos duele, esperamos que a la mayoría de las personas de esta sociedad también. Sabemos que desgraciadamente no a todas. Hay personas a las que no dolerán las muertes de las personas refugiadas ocurridas en su intento de alcanzar un lugar en la tierra donde procurarse una vida digna. Queremos hablarles aquí de la dignidad de las personas refugiadas, considerando como tales a todas aquellas que se han visto obligadas a migrar por causas de fuerza mayor y que se hacen acreedoras de deudas insoportables, ellas y sus familias, para poder emprender estos viajes. Como dice el poeta César Vallejo: la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre.

 

Una muestra más del cinismo del poder es su desvergüenza para conmemorar y declarar su reconocimiento a grandes pensadores y poetas, en su mayor parte autores profundamente humanistas en el sentido moral de la palabra, que transmiten en su obra una concepción del ser humano, de todos los seres humanos, como portadores de una dignidad que debe ser respetada y defendida. ¿Por qué declaran su admiración ante aquello que desmienten con su práctica cotidiana en el ejercicio del poder?

 

“Permanecemos impasibles ante la muerte trágica de personas refugiadas, solo por el hecho de que pertenezcan a otros entornos culturales”

Ya Heródoto se esforzó hace 25 siglos, cuenta Irene Vallejo en El infinito en un junco , por derribar los prejuicios de sus compatriotas griegos, enseñándoles que la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo y –sigue contando- cómo los filósofos estoicos se atrevieron a enseñar por primera vez que todas las personas son miembros de una comunidad sin fronteras y que están obligadas a respetar la humanidad en cualquier lugar y circunstancia en que la encuentren.

 

¿No son acaso éstos los principios básicos de la civilización Occidental? Se da la terrible paradoja de que esta sociedad, ante el peligro (inventado) de que la convivencia con personas de otras culturas nos lleve a perder la nuestra, renuncia a ella de antemano. Paso a paso, se va acercando la posibilidad de que el poder nos hable de la necesidad de matar directamente si es preciso a las personas en busca de asilo para impedir su acceso a nuestros países.

 

Cuando decimos matando si es preciso no es retórica. Nos golpean de manera inmisericorde las palabras pronunciadas por el presidente del Gobierno español en su declaración original (genuina) sobre la masacre de personas refugiadas en su intento de saltar la valla de Melilla el pasado mes de junio, “una operación bien resuelta”, estas palabras ignominiosas no deberíamos perdonarlas nunca si queremos preservar los valores del humanismo que expresan estos versos de Ángel González: Oh tiempo/ ido: /si quieres devolvernos/ todas las ignominias,/ …devuélvenos/ también/ nuestros cadáveres,/ enséñanos/ también/ los asesinos,

 

Nos conmocionamos ante la muerte colectiva ocurrida en trágicas circunstancias (atentados o accidentes) de personas que no conocemos, también de otros países, cuando los consideramos de los “nuestros”, al tiempo que permanecemos impasibles ante la muerte, también trágica y colectiva, de personas refugiadas, solo por el hecho de que éstas personas pertenezcan a otros entornos culturales, que sòlo buscan un medio de vida que les permita sostener a sus familias. La Martxa a Bruselas con el lema “Derechos, no muertes” llevará esta denuncia a las puertas del Parlamento Europeo en el mes de septiembre. Miles de personas mueren todos los años intentando llegar a las costas de España. Embarcan con miedo y mueren porque son pobres y porque son valientes. «Hay que ser muy valiente para vivir con miedo./ Contra lo que se cree comúnmente, no es siempre el miedo asunto de cobardes./ Para vivir muerto de miedo,/ hace falta, en efecto, muchísimo valor. » (Ángel González).

 

Siempre se puede ir más lejos en la degradación del nivel de civilización, incluso añadiendo escarnio a la muerte, ya de por sí irreparable. El desprecio a los cuerpos de los fallecidos, asesinados o desaparecidos en los tránsitos migratorios. “devuélvenos/ también/ nuestros cadáveres”. Vimos cómo el gobierno de Marruecos se prestaba a enterrar en 24 horas a los asesinados en la valla de Melilla para que no pudieran ser identificados. Ocurre lo mismo con muchísimos de los muertos o desaparecidos en el tránsito migratorio, sea en los desiertos, ahogados, desaparecidos por las mafias y policías en todo el mundo.

 

“El desprecio del poder por la dignidad de los muertos es escandaloso, tumbas anónimas por doquier, ningún esfuerzo por permitir a las familias conocer el lugar donde reposan los cuerpos de sus seres queridos”

«La civilización concierne a la relación entre los vivos y los muertos; dice Santiago Alba Rico, «Civilización» significa, antes que nada el derecho de los vivos a enterrar honrosamente a sus muertos, … Si los difuntos desaparecen sin dejar rastro, sin que podamos invocar su nombre o localizar su tumba, no están muertos; si quedan incompletamente muertos en harapos de bruma, fuera de su propia sociedad, es la nuestra la que se convierte en «fantasma sin pasado, atado por las cadenas inaudibles de su propia inconsistencia».

 

El desprecio del poder por la dignidad de los muertos es escandaloso, tumbas anónimas por doquier, ningún esfuerzo en realizar pruebas de ADN que pudieran permitir a las familias conocer el lugar donde reposan los cuerpos de sus seres queridos, recordarles con menos dolor, recordar significa literalmente volver a pasar por el corazón dice Yayo Herrero y continúa: «El poder autoritario proscribe el recuerdo de aquello que le amenaza. También de aquello que le avergüenza, de lo que es imprescindible para mantenerse pero es impresentable.».

 

Cuenta Tahar Ben Jelloum en Oración por el ausente que un viernes de agosto una densa muchedumbre había acudido a la mezquita de Mulay Idriss de Fez, el cheij pronunció una lección en la que se denunciaba la vanidad de los poderosos y la falta de dignidad de los que se habían conformado con la humillación cotidiana. Después requirió de la asistencia que se rezase la oración por el ausente. Sin prosternarse, oraron por unos cuerpos ausentes, unos cuerpos anónimos, desaparecidos, enterrados en suelo lejano, envueltos en la soledad de las arenas o en las olas de algún mar embravecido.

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