GRANADA 1936, CRIMEN SIN CONDENA
X DANIEL CAMPIONE
En la madrugada del 18 de agosto de 1936, Federico García Lorca fue fusilado en la carretera que une las localidades de Víznar y Alfacar, en la provincia de Granada
No hubo ninguna forma de juicio, sólo unos balazos en descampado y a altas horas de la noche. Un asesinato liso y llano, después de días de un arresto sin ninguna acusación concreta.
A la infamia del homicidio se unió, como era común en la época, la del certificado de defunción, expedido más de tres años después. En el mismo se lee que Federico “…falleció en el mes de Agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra siendo encontrado su cadáver el día veinte del mismo mes en la carretera de Viznar a Alfacar”.
Partida de
defunción en “hecho de guerra”.
El artero
fusilamiento se trasmutaba en acontecimiento bélico. Y se consignaba el
supuesto hallazgo de su cuerpo, siendo que hasta hoy se ignora el paradero del
mismo.
Más allá de las
imposturas del lenguaje burocrático, otro gran poeta español anatematizó en
verso el atropello cometido:
Se le vio,
caminando entre fusiles,
por una calle
larga,
salir al campo
frío,
aún con estrellas
de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz
asomaba.
El pelotón de
verdugos
no osó mirarle la
cara.
Todos cerraron los
ojos;
rezaron: ¡ni Dios
te salva!
Muerto cayó
Federico
– sangre en la
frente y plomo en las entrañas –
… Que fue en
Granada el crimen
sabed – ¡pobre
Granada! -, en su Granada…
Antonio Machado.
Fragmento de “El crimen fue en Granada”.
¿Por qué lo
mataron?
Lorca no fue
víctima de un error, como hasta la actualidad sostienen algunos neofranquistas.
Quienes lo llevaron a la muerte no lo hicieron por razones ajenas a la
política. Su homosexualidad pudo tener que ver en el odio que muchos
reaccionarios le profesaban. Pero incluso su opción sexual era un hecho
político.
Contra lo que a
veces se ha sostenido, era un hombre comprometido, si bien no tenía una
adscripción militante expresa. Decidido partidario de la república se sentía
enfrentado no sólo con la monarquía, sino con las clases que usufructuaban una
estructura social y política signada por la desigualdad y la explotación.
De la clase
dominante a la que más conocía, la de Granada, había dicho que era “la peor
burguesía de España”. Allí fue que lo fusilaron.
En comentarios
sobre el público teatral, son múltiples sus manifestaciones a propósito de que
había que quitar el teatro de las garras de la burguesía y ponerlo en contacto
con campesinos y trabajadores, que lo sabrían apreciar mucho mejor.
Con sus propias
palabras expuso la idea elocuente de dar primacía al público popular y cambiar
de raíz la extracción de clase de lxs espectadores: “Yo arrancaría de los
teatros las plateas y los palcos y traería abajo el gallinero. En el teatro hay
que dar entrada al público de alpargatas. ¿Trae usted, señora, un bonito traje
de seda? Pues, ¡afuera!”
Una gran
experiencia escénica que creó y dirigió, el teatro universitario La barraca,
tuvo como premisa central ir a pequeñas ciudades, pueblos y aldeas, lejos de
los circuitos “cultos” habituales. Buscaban el contacto con un público que tal
vez nunca había asistido al teatro, a menudo iletrado. Federico les atribuía
una particular sensibilidad que facilitaba su acercamiento con el gran teatro.
Los “barracos” no
daban un repertorio simple o “ligero”, sino grandes clásicos del teatro
hispano. Calderón, Lope de Vega, Tirso de Molina, los “entremeses” de
Cervantes… El “siglo de oro” español se enlazaba con el siglo XX y las
representaciones eran verdaderos éxitos.
En cuanto a la obra
escrita por Lorca, la crítica a la sociedad española, sus costumbres y a alguna
de sus instituciones, tenía un lugar eminente. Tanto en sus poemas como en sus
obras teatrales.
Un claro ejemplo es
el titulado Romance de la guardia civil española, que recoge hechos reales de
represión a agricultores y gitanos en la zona de Jerez de la Frontera,
Andalucía.
El estudioso Miguel
Caballero considera a esos versos “… una crítica a esa sociedad de grandes
propietarios convertidos en caciques y que se apoyaban prioritariamente en la
Guardia Civil para que velara por la protección de sus propiedades y de ellos
mismos.”
El poeta llega a la
mención expresa de un gran terrateniente y productor vitivinícola de la zona,
Pedro Domecq, relacionándolo con los actos represivos. Un atrevimiento del tipo
del que los poderosos suelen no perdonar.
Para la apreciación
de burgueses y militares reaccionarios el poeta granadino era un personaje para
nada simpático. Ciertas osadías en la pintura moral y en el lenguaje de su
teatro tampoco obraban a su favor, desde la perspectiva de pacatería generalizada
que auspiciaba el clero integrista y compartían “las personas de orden”.
Fue protagonista en
su denuncia y captura Ramón Ruiz Alonso, dirigente en Granada y exdiputado de
la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), un partido católico
fascistizado. La acción de Ruiz Alonso estuvo respaldada por los oficiales a
cargo del “gobierno civil” de Granada, sostenedores de la decisión de darle
muerte al poeta.
En la suerte
corrida por el autor de Bodas de sangre también pudo influir su estrecha relación
con Fernando de los Ríos, coterráneo y dirigente socialista al que los
“nacionales” aspiraban a capturar.
Lo seguro es que el
asesinato de García Lorca se inscribe de lleno en el accionar represivo y
genocida puesto en marcha por el golpe de julio de 1936. El suyo es sólo el más
tristemente célebre de los “paseos” de prisioneros: Sacados de sus celdas en
plena noche se los baleaba en algún sitio más o menos apartado y sus restos
eran enterrados en secreto.
El crimen de Viznar
sigue impune y el cuerpo no ha sido recuperado. El homicidio de una de las
figuras insignes de la literatura en lengua española del siglo XX continúa sin
que se reponga a pleno la verdad. Y se haga justicia.
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