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miércoles, 10 de agosto de 2022

DEJA DE SER PUTA

 

DEJA DE SER PUTA

Las mujeres navegamos entre la inmoralidad y el peligro mientras aspiramos a una concepción activa de nuestra sexualidad. Los pinchazos en lugares de ocio coartan nuestra libertad con miedo y alimentan la cruzada moral

VANESA JIMÉNEZ

A las mujeres nos matan. No ni ná. Y nos violan, nos agreden, nos acosan, nos discriminan, nos subordinan… sólo por el hecho de ser mujeres. Valga un solo dato: en este momento, más de 73.000 mujeres, y sus hijas e hijos, reciben protección policial en España en el marco del Sistema de Seguimiento Integral en los casos de Violencia de Género, conocido como VioGén. A las mujeres nos matan pero también nos reprimen, que es una forma de violencia. El ataque a nuestra libertad, y en concreto a la sexual, es un marco distinto, que paradójicamente se alimenta de esa violencia machista que niegan los mismos que reprimen, y que sirve para que nuestro placer pugne constantemente con el peligro que conlleva el disfrute.

 

En las últimas semanas, los pinchazos en bares y discotecas ocupan gran parte de la información de este tórrido verano. Ya nos hemos acostumbrado a la guerra y sus consecuencias, y se busca pescado fresco que vender. Así, entre noticias sobre el hielo que no falta pese a que sobre la pantalla leamos “falta hielo”, se cuelan testimonios directos o indirectos, consejos de todólogos, debates absurdos y datos inconexos sobre estos ataques que no contribuyen a abordar el asunto con la importancia que reclama. Es una sobreexposición de consumo rápido, que sólo emite alertas y no ayuda a la reflexión.

 

Hay pinchazos y hay miedo. Hasta la fecha, se investigan más de 60 denuncias en España y el 99,9% de las denunciantes son mujeres. La práctica de pinchar a mujeres en lugares de ocio tiene como origen conocido Gran Bretaña y después se trasladó a Francia. España sería el tercer país europeo en el que se tiene constancia de este tipo de ataques. En ninguno de los casos denunciados se han encontrado sustancias químicas en el organismo, ni hay un delito sexual derivado del pinchazo. Hasta aquí los datos.

 

Y a partir de aquí el análisis. Descartar la sumisión química –les recomiendo este artículo en El País: “Un estudio sólo encuentra rastros de burundanga en uno de casi 300 casos sospechosos”– no permite infravalorar las implicaciones que tiene este tipo de ataque contra las mujeres. A los miedos aprendidos desde pequeñas hay que añadir uno más, uno importante, porque podemos ser agredidas en público y rodeadas de gente. Quieren que nos sintamos indefensas, incluso acompañadas por nuestra red de seguridad en espacios que consideramos nuestros porque los hemos conquistado. Las motivaciones de estos pinchazos pertenecen al terreno de las suposiciones, y prefiero no entrar en ellas. Pero sí pienso que hay un claro efecto contagio, y que si la intención final no es sembrar de miedo el campo de nuestro ocio, evidentemente es lo que se consigue.

 

En febrero de 1989, se publicó Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina. En la introducción del libro, Carol S. Vance, su editora, escribía el párrafo siguiente:

 

“En la vida de las mujeres la tensión entre el peligro sexual y el placer sexual es muy poderosa. La sexualidad es, a la vez, un terreno de constreñimiento, de represión y peligro, y un terreno de exploración, placer y actuación. Centrarse sólo en el placer y la gratificación deja a un lado la estructura patriarcal en la que actúan las mujeres; sin embargo, hablar sólo de la violencia y la opresión sexuales deja de lado la experiencia de las mujeres en el terreno de la actuación y la elección sexual y aumenta, sin pretenderlo, el terror y el desamparo sexual con el que viven las mujeres”.

 

A los miedos aprendidos desde pequeñas hay que añadir uno más, uno importante, porque podemos ser agredidas en público y rodeadas de gente

 

Han pasado más de 33 años desde entonces, pero lo descrito por Vance sirve igual ahora. Sólo hay que recorrer las redes sociales para leer algunas respuestas a los comentarios que dejan chicas jóvenes, en los que muestran su miedo a ir a un festival o a una discoteca. Dejad de salir. Dejad de ser putas. Vas a terminar drogada igualmente y follada por 50. Eso os pasa por apoyar leyes que dejan a los hombres desprotegidos… Es la vuelta a lo de siempre, al “nos pasan cosas porque nos lo buscamos”, al “esa es que va pidiendo guerra”, al “algo habría hecho”, al “si te hubieses quedado en casa…”.

 

 

 

Durante casi 40 años, la Sección Femenina de la Falange fue la encargada de controlar nuestras vidas con un claro propósito: devolver a las mujeres al hogar. El modelo era el de una feminidad abnegada, con mujeres sumisas y silenciosas, y, muy importante, que disimularan su superioridad intelectual. Si te tocaba un marido violento, acudías a la “especialista en conflictos amorosos”, para la que un cachetazo podía estar merecido si la mujer, por ejemplo, había tenido un ataque de celos (lean este artículo de Nerea Balinot en CTXT).

 

Durante casi 40 años, la Sección Femenina de la Falange fue la encargada de controlar nuestras vidas con un claro propósito: devolver a las mujeres al hogar

 

Hoy, como entonces, muchos y muchas nos siguen queriendo en casa. En poco tiempo hemos visto cómo es posible retroceder en derechos, como el del aborto, que en muchos territorios parecía conquistado. Y las normas que suponen un avance para todas las mujeres encuentran el ataque frontal de bandos en teoría enfrentados ideológicamente. De fondo, sigue estando lo que ya explicaba Vance hace más de 30 años:

 

“El ataque conservador a los logros feministas ha adoptado la forma de una cruzada moral. En su campaña contra los males del aborto, los derechos de los gays y las lesbianas, la educación sexual y los centros de anticoncepción y la independencia económica de las mujeres, la derecha está intentando volver a implantar los acuerdos sexuales tradicionales y el vínculo, antes inexorable, entre reproducción y sexualidad. De esta forma, la derecha ofrece un proyecto completo de práctica sexual que, en parte, encuentra eco en el temor de las mujeres frente a la inmoralidad y el peligro sexual”.

 

La inmoralidad y el peligro sexual, dos aguas entre las que navegamos las mujeres mientras aspiramos a una concepción libre y activa de nuestra sexualidad. De frente ya sabemos que tenemos a los y las ultras. En España, su líder –especialista en negar la violencia machista– está preocupadísimo con los pinchazos. “Esto es gravísimo… Nunca les ha importado la seguridad real de las mujeres”. Qué felices serían si nos quedásemos en casa.

 

Siempre he creído que a las mujeres nos atacan porque tienen miedo de que seamos libres, porque libres somos capaces de cualquier cosa. El 7 de agosto veía cómo una mujer pobre y negra se convertía en vicepresidenta de Colombia en su primer gobierno de izquierdas. Francia Márquez, para la que “vivir sabroso es vivir sin miedo”. Después pensé en Berta Cáceres, y en Marielle Franco. Y en tantas otras.

 

Las mujeres venimos casi de fábrica con el miedo incorporado. Así nos educan desde antes de que seamos capaces de entender el mundo. Pero no por ello hemos dejado de avanzar. Y ahora, gracias al feminismo, contamos con los cuidados mutuos y con una sólida idea de seguridad compartida que nos hace mucho más fuertes. Por eso seguiremos saliendo de noche, bebiendo, drogándonos y follando con quien queramos. Como escribía Nuria Alabao en CTXT, queremos “volver a casa borrachas y acompañadas”.

 

Por cierto, las putas no existen. No ni ná.

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