MARRUECOS SERÁ LA TUMBA
DEL SANCHISMO
PÚBLICO
El presidente
del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el rey de Marruecos, Mohamed VI, en una
imagen de archivo. - EFE, Ballesteros
Nos informan hasta del menú en las cenas de la Cumbre de la OTAN y las alpargatas de Jill Biden para que no nos enteremos de lo que de verdad se está cociendo. Y lo que ahora mismo se guisa en la olla a presión de la política global, me temo, es algo muy gordo, que va más allá de la guerra en Ucrania. No encuentro otra explicación si no para el giro histórico en la posición española con respecto al Sahara Occidental perpetrado por Pedro Sánchez, a espaldas de sus socios de gobierno y traicionando, no solo la tradición socialista, sino la posición histórica de España. Desde que a mediados de marzo supimos (por la prensa marroquí, que no por nuestro gobierno) que España reconocía, en una carta del Presidente a Mohamed VI, la soberanía de Marruecos sobre el territorio saharaui, hasta el trágico asalto a la valla del pasado viernes en Melilla, vivo en el desconcierto. Y cuanto más rasco en el tema, más huele a podrido en el Estrecho. Será por los cuerpos que se descomponen en el fondo del mar. Si no te gusta el cuscús, toma dos platos.
España llevaba
desde 1975 sin hacer nada respecto al Sahara Occidental, pese a la
responsabilidad histórica (y jurídica) que le vincula a la excolonia, y lo más
grave que había ocurrido hasta ahora es que a principios de siglo una patrulla
marroquí plantó la bandera del reino alauita en un islote deshabitado de 400
metros llamado Perejil. Por si no nos habíamos reído lo suficiente, la cosa
acabó con aquel épico "Al alba y con tiempo duro de levante..." de
Federico Trillo, y después cada uno a su casa a proseguir con los rocecillos
propios de vecinos. Así que, ¿a qué viene ahora esta prisa y secretismo
aprovechando que todos estábamos mirando hacia Rusia? ¿No había lío suficiente
como para enredar las cosas aún más?
En octubre de 2020,
mientras andábamos entretenidos con la pandemia, Marruecos y el Frente
Polisario tuvieron su primer enfrentamiento armado en veinte años al sur del
Sahara, tras el alto el fuego decretado en 1991 y la Resolución de la ONU que
estableció la hoja de ruta para la celebración de un referéndum de
autodeterminación. Los problemas y desacuerdos para elaborar el censo electoral
hicieron que aquel referéndum nunca tuviese lugar, y a día de hoy, el Sahara
Occidental continúa siendo, a efectos jurídicos internacionales, un territorio
no autónomo sujeto a administración española. Hasta que llegó Trump, dos meses
después de aquella escaramuza en la frontera con Mauritania, y convirtió a
Estados Unidos en el primer país en reconocer la soberanía de Marruecos sobre
el territorio saharaui, pasándose todas las resoluciones de Naciones Unidas por
donde ese señor acostumbraba a pasarse la legalidad. En su descarga, habría que
recordar que Marruecos fue el primer país en reconocer la independencia de las
trece colonias norteamericanas, allá en el siglo XVIII. Y es que además la idea
había sido de Israel, por complicar un poco más las cosas.
Se nos llenaba la
boca diciendo que Ayuso es la abanderada del trumpismo en España y no nos
dábamos cuenta de que teníamos a otro trumpista en la Moncloa. ¿Por qué digo
esto? Juzguen ustedes: Trump anunció el 10 de diciembre de 2020 en Twitter, su
portavocía oficial, el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara
Occidental tuiteando: "La propuesta de autonomía seria, creíble y realista
de Marruecos es la única base para una solución justa y duradera". Pero en
abril de 2021 España acogió a Brahim Gali, líder del Frente Polisario enfermo
de Covid-19 para ser tratado en un hospital de La Rioja; Marruecos llamó a su
embajadora a consultas y al mes siguiente dejó que 8.000 inmigrantes entraran
en Ceuta. En septiembre, el Tribunal Supremo de la UE anuló un acuerdo
bilateral de pesca con Marruecos porque incluía los caladeros de las costas
saharauis, dando así la razón a la demanda polisaria. España entregó la cabeza
de su ministra de Asuntos Exteriores González Laya y, por si la bajada de
pantalones no hubiera sido suficiente, el 14 de marzo de este año Pedro Sánchez
envió al rey de Marruecos la famosa misiva reconociendo la soberanía sobre el
Sahara, porque, atención, "España considera que la propuesta marroquí de
autonomía presentada en 2007 como la base más seria, creíble y realista para la
resolución de este diferendo". ¿Pedro Sánchez plagiando a Trump? En
realidad se trata de la propia retórica de la diplomacia marroquí, que no
convenció a la ONU pero que, de momento (Biden dijo que anularía aquellos actos
de Trump, pero parece que no tiene prisa), ya le han comprado la moto Estados
Unidos y España. Qué esconderá Mohamed debajo de la chilaba, para poner en
riesgo hasta la provisión de gas argelino (otro "error de cálculo",
el de las posibles represalias argelinas por el abandono del Sahara, que nadie
en Moncloa pareció prever).
Así que tenemos a
un presidente con un poco de Trump y otro poco de Kissinger: su nuevo éxito
conceptual es colar la defensa de la "integridad territorial" en
todas sus alocuciones, en la famosa carta a Mohamed VI o incluso en el nuevo
"Concepto Estratégico" resultante de la cumbre de la OTAN de estos
días en Madrid. ¿Está acaso la integridad territorial de España amenazada? Es
cierto que el ultranacionalismo marroquí, intensificado con el cambio de siglo
y la sucesión en el trono aluita tras la muerte de Hassan II, lo mismo reclama
el Sahara Occidental que Ceuta y Melilla o las islas Canarias. No parece en
todo caso una amenaza seria, creíble y realista ni parece ser más inminente que
tiempo atrás. Resulta difícil imaginar al ejército marroquí emprendiendo un
ataque militar contra Melilla o una nueva "Marcha Verde" sobre Ceuta.
¿Entonces?
Lo he discutido una
y otra vez con mis estudiantes a lo largo de este curso: la entrada irregular
de inmigrantes, por mucho que lo hagan a miles y "armados" con palos,
piedras o cizallas para cortar la alambrada, no constituye una
"invasión". Solo en octubre de 2015, fruto de la guerra en Siria,
llegaron a las islas griegas más de 200.000 refugiados (casi 900.000 a lo largo
del año), y a nadie se le ocurrió decir que la integridad territorial del
Estado griego estaba en entredicho. Por eso, comprar el discurso de la
"invasión" resulta muy peligroso y nos acerca a posiciones políticas
que debiéramos evitar, aquellas del "Gran Reemplazo". Las migraciones
no se gestionan desde el ministerio de Exteriores o el de Defensa, sino desde el
de Asuntos Sociales e inclusión. En la valla de Ceuta y Melilla vemos a la
gendarmería marroquí y la Guardia Civil actuar a menudo con porras, gases
lacrimógenos y brutalidad, pero no al ejército. Es una cuestión de orden
público, no de ataque militar que comprometa la "integridad del
Estado". Y lo mismo ocurre a nivel europeo: el FRONTEX, la guardia costera
y fronteriza comunitaria, es una herramienta del Espacio Schengen, no de la
PESC. Colaboración europea que por cierto Sánchez rechazó en la crisis de
Ceuta, y que tampoco está ahora como para presumir de sus actuaciones.
No cabe duda de que
la cuestión migratoria es una cuestión internacional, y que países de tránsito
como Bielorrusia, Turquía o Marruecos la han instrumentalizado para presionar a
Europa (con aliados así quién necesita enemigos). Tampoco la UE está libre de
chantajear a esos países a través de su Política de Vecindad (PEV), que
condiciona la cooperación al desarrollo y la asistencia financiera a esos
países a cambio de que estrechen el control fronterizo. Externalizamos las
fronteras y externalizamos los derechos humanos, para dormir con la conciencia
tranquila.
Y sin embargo el
exitoso Mr. Sánchez ha conseguido no solo incluir la defensa de Ceuta y Melilla
en los nuevos compromisos de la OTAN apelando a esa "integridad
territorial" (algo que se puede entender entre líneas, aunque sigue sin
estar del todo claro), sino que también ha plantado en su hoja de ruta los
"flujos migratorios irregulares" como un nuevo desafío global. ¿No
involucramos a FRONTEX y vamos a pedir ahora que la OTAN, con sus ojivas
nucleares, nos defienda de esa pobre gente (muchos de ellos, menores de edad)
que huye del hambre, la miseria y la guerra en busca de una vida mejor? Y si ya
tenemos a la Unión Europea y la Alianza Atlántica para respaldarnos, ¿era
necesario entonces ofrecer en sacrificio la suerte de los saharauis?
Tras el último y
dramático incidente en la valla de Melilla, Sánchez se apresuró a elogiar la
actuación policial marroquí. Por si no se había humillado aún lo suficiente,
que hasta la Guardia Civil se enfadó porque a ellos "nunca los
felicita". Se armó el escándalo, y se reafirmó en sus palabras. Robles
habló de mafias. Ahora se escuda en que no había visto las imágenes de los
cuerpos apilados como presas de caza cobradas que vimos todos antes de escuchar
sus palabras. A día de hoy, sigue sin ver las imágenes de la policía marroquí
actuando en suelo español, que eso sí, compromete nuestra "integridad
territorial". Tampoco debe de saber nada de la legendaria brutalidad de
una policía marroquí racista ni de sus periódicas razzias en el Gurugú para
capturar de noche subsaharianos, montarlos en furgones y abandonarlos en la
frontera argelina sin móviles ni documentación, y eso que lo conozco hasta yo que
no tengo línea directa con el CNI.
El "No
pasarán" no era esto, Pedro. No era esto.
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