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viernes, 1 de julio de 2022

LA REENCANTACIÓN


LA REENCANTACIÓN

ROBERTO CABRERA

La cosa más bella que podemos experimentar

es lo misterioso. Es la fuente de toda verdad y

ciencia. Aquel para quien esa emoción es ajena,

aquel que ya no puede maravillarse y extasiarse

ante el miedo, vale tanto como un muerto...

Albert Einstein

 

Mi acercamiento personal a la Makaronesia tuvo básicamente un interés etnomusicológico. Se había despertado en origen debido a publicaciones acerca del territorio y los bosques del terciario que llamamos Laurisilva. A partir de esos ingredientes y la curiosidad, visité Madeira a principios de los años 90, hallando en el folklore y otros elementos históricos una comunidad con los otros archipiélagos; lo que había proyectado anteriormente fue un viaje a Cabo Verde, con los músicos con los que colaboraba en aquellos momentos y que sólo estaba a nuestro alcance por vía marítima en barcos de carga y pasaje, y que no se produjo. Se le propuso en aquel entonces al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, luego de una preciosa entrevista con la periodista madeirense María Jöao Coímbra, una ruta de conciertos musicales en dichos entornos, que marcan la frontera occidental de África y por tanto de una riqueza cultural incomparable desde el punto de vista de los rasgos culturales: su evolución, su difusión y su función en la vida y costumbres de sus ciudades y pueblos, pero lamentablemente no hubo respuesta. Makaronesia 1992 se convirtió entonces en el título de un tema musical y genérico de una obra de jazz, que vería la luz en esos años. Era un canto oceánico que contenía cortes como: El mismo océano, Islas Salvajes, La Posada del mar, Ballenas, Sísmico o Cabeza de Perro.

Tengo que felicitar a precursores y continuadores de este Encuentro de Poetas de la Makaronesia por poner ahora y cada vez más cerca de todos, esta perspectiva atlántica, su idiosincrasia, su sentimiento del mar y su espíritu isleño y universal a través de la expresión poética y espero que, con el tiempo, también musical. El arraigo de tantas cosas comunes como el paisaje, la emigración y el retorno, la aventura americana de cada una de sus gentes, actuales y pretéritas, así lo aconsejan.

Se concreta una de estas baterías de propuestas literarias diseñadas por La Ciudad de los Poetas, en la supuesta afección al lenguaje poético, del mundo con prevalencia tecnocientífica actual. Precisamente en estos tiempos, en los que en una de nuestras islas se ha producido una erupción volcánica que nos deja un terrorífico escenario y donde prosperan día a día, desde el flujo de lava, la lluvia de ceniza, las calderas y los conos de escoria, fisuras, coladas y fallas, y una nube eruptiva que ha sepultado el constante verdor de su occidente insular, llegando hasta el mar y creando nuevas fajanas. El tremor, los piroclastos y todos los conceptos vertidos para dar nombre al estromboliano y efusivo cráter sin nombre, son palabras comunes que se están usando con inusitada frecuencia. ¿Cuántos y cuáles de estos conceptos y términos son susceptibles de aparecer en un poema? ¿De cuáles de ellos debería salvaguardarse el poeta? Y ¿cómo salvaguardarse los científicos de elucubraciones de los artistas? A este respecto Nietzsche en su soliloquio Afectación de ciencia en los artistas dice: lo que cautiva precisamente en semejantes escritos de un artista es que, sin proponérselo, éste ejerce allí su oficio de parodiar a los caracteres científicos y antiartísticos. Ante la ciencia, no debería adoptar otra actitud que la parodia, al menos si es artista, y nada más que artista.

Entre el lenguaje científico y el habla poética hay unas diferencias y unas similitudes que hacen que el arte de la creación literaria en muchos momentos los aleje y acerque. El artista no vive de espaldas a la realidad de los avances de las ciencias, ni mucho menos, tampoco de la tecnología. Ese conocimiento resulta poco menos que esencial para la vida y comprensión de todo tipo de fenómenos. La recreación mediante el texto, el lienzo o la interpretación musical, hasta cierto punto, se valen de las conquistas culturales materiales y de la técnica, en gran medida para su difusión, pero también para su conocimiento y para hacer con ellas en cada época histórica una recreación de una novedosa forma incluso de mirar el tiempo. Como muchos defienden, la ciencia y el arte son dos formas de conocimiento aparentemente distantes, como consecuencia sobre todo de la especialización y la educación segmentada. Del estudio de esta separación reforzada nace el calco de dos culturas, las humanidades y las ciencias y para referirnos a esa fisura del conocimiento, la realidad es que la ciencia y el arte sí están conectadas y que ninguna forma de discernimiento es impenetrable a otra. El arte ha jugado un papel muy relevante impulsando el avance en asuntos normalmente atribuidos a la ciencia, como sociales o medioambientales. El saber científico ha sido una herramienta esencial para determinar el origen de las obras de arte y entender los motivos que indujeron la inspiración de un artista. El análisis de la materia prima para esculpir o de la composición de los materiales de un lienzo hacen posible profundizar en las propias obras, hallar su sentido y señalar el punto de vista de un artista.

De este modo la supuesta prevalencia de un lenguaje tecnocientífico no hace más que bordear el discurso poético desde la lejanía de lo más cercano, separando el universo emocional del puramente mecanicista, para insertar si acaso un cuásar, un agujero de gusano, el racor de un motor de explosión, el motor rotativo de una novela. Es más bien la ciencia y la técnica, las que echan mano de las metáforas para presentar sus descubrimientos, fruto de un no menos curioso procedimiento, nombres y marcas de vehículos o sintetizadores, piezas de recambio, nombres de celulares, valiéndose en muchos casos de alejadas etimologías. Los procesos artísticos partiendo de un deseo incontestable de verdad y/o creatividad, tienen en común quizá la audacia, podrían incluso valerse de ciertas disciplinas comunes, como hace el ensayista o el novelista cuando ordena sus capítulos, y planteamiento, nudo y desenlace, nos recuerdan a la hipótesis, contrastación y tesis, pero más que nada la intuición: sensibilidad y entendimiento, no se materializan en un mismo grado de razón. El arte como ciencia de lo inútil como dirá Martín Heidegger tiene la capacidad de abrir mundos nuevos, de modo que su inutilidad esencial produce extrañamiento y capacidad de asombro, de ver el mundo con otros ojos.

Marcel Raymond en su obra Vérité et Poèsie, 1964 viene a decir que el lenguaje del poeta es ambiguo y busca sobre todo el acoplamiento con la plenitud de las cosas. El del científico, por el contrario, tiende a lo unívoco, a la busca de una verdad susceptible de demostración lógica o matemática y a una aplicación práctica. Así que, frente a esta exactitud y claridad en sus construcciones gramaticales, la lengua del poeta está cargada de afectividad y cuyo fin es exteriorizar emociones.

Estamos hablando, por tanto, de una lengua que está cargada de irracionalidades, ambigüedad y paradojas, que se vale del argot, de lo coloquial y que exterioriza las emociones, frente a otra que tiene como característica una mayor impersonalidad, con poca implicación afectiva, donde lo estético y lo expresivo se subsumen a un universo objetivo. Mientras en aquella se rompe con las reglas gramaticales, se obvia lo que puede ser intuido, y donde los cambios de significado, y los sentidos figurados de las expresiones son algo común, en esta otra se obliga a la exactitud, claridad, univocidad, rigorismo y precisión. Y como norma general, lo expresivo y lo estético como hemos dicho, se supeditan a la objetividad.


Decía Jean Paul Sartre que el acto de la imaginación es un acto mágico, un encantamiento destinado a hacer aparecer la cosa deseada. Nuestra imaginación es inseparable de nuestro lenguaje. Nombramos las cosas que imaginamos, quizás por ello veamos hoy tan empobrecido nuestro lenguaje, en tanto que cada día la imaginación del ser humano se empobrece, aturdida por la sórdida violencia simbólica de la era electrónica, cibernética y digital en que vivimos.

El primer ejemplo de una posible simbiosis creativa, se me ocurre en el relato Gabriel Zulueta del narrador canario José Zamora Reboso. Allí el personaje Mariano Ávila Norton, médico de profesión, sufre todo tipo de trastornos psicológicos, así que la construcción de este texto contiene toda una nomenclatura de la ciencia médica, pero en absoluto afecta al desarrollo literario de esta joya narrativa, premiada por cierto en un certamen de 1990 en Santa Cruz de Tenerife. Hormonas, barbitúricos, citicolina I.M. Complejo BI. V, psicótropos, carmabacepina, psicosis esquizofrénica. El personaje se autoinyecta levomepromacina y otros neurolépticos. Y su ayudante técnico sanitario sor Mariana Aguirre y Aguirre, le suministra en vena cócteles de clorpromazina y promezatina I.V. y butiroferona, lo que le produce síndromes seudoextrapiramidales, con rigidez muscular, cara de palo, bradipsiquia, bradiquinesia, acaticia y otros efectos secundarios… es entonces que por miedo a una cirrosis tóxica-medicamentosa Mariano Ávila Norton tomará silimarina, tiazolidina carbocimato de arginina. Confiesa que ha tenido fases maníacas, melancólicas y normotímicas, estados paranoicos, manías persecutorias, ganas de huir, estados de quedarme inmóvil, cataléptico, marchas guerreras, silencios provocadores, palabras chilladas que matan o hieren como cuchillos...

Otro ejemplo lo muestra Pilar Díez de Revenga Torres en su trabajo Lengua Poética y Lengua Técnica: Creación y Ciencia. Analiza allí un caso singular donde tratará de mostrarnos cómo se hace posible la unión de lengua literaria y lengua técnica en una obra, la de la poeta María Cegarra, mencionada incluso por Miguel Hernández, quien se impresionaba tanto de la personalidad de esta escritora, como por el minero y mediterráneo entorno de la autora “que conjugaba perfectamente dos facetas: su profesión, ligada a las ciencias, y su actividad literaria en la que refleja su realidad cotidiana, y en la que confluían su mundo familiar y su ámbito laboral: la enseñanza de la química, por una parte y el trabajo de laboratorio, por otra. A esto se le sumaba su entorno más cercano, próximo por vecindad y por profesión: la mina. Evidentemente no podía componer unos poemas sobre la base de las fórmulas químicas porque hubiera resultado una abstracción excesiva y de interés escaso por la minoría que habría podido acceder al contenido. Sin embargo, sí le era posible valerse de un léxico técnico que, a la vez, ha traspasado la frontera de lo especializado para llegar a la lengua común. Todos sabemos qué es el hierro, el plomo, el cobre, las esmeraldas o los diamantes; ahora bien, más difícil nos resulta entender, probablemente, algunas metáforas si no conocemos la finalidad, la textura o el color de ciertos utensilios, la composición de algunos elementos o su utilidad y destino. Así, comprendemos qué significa "amapolas de sílice" si previamente sabemos que se trata de un mineral, que es un tipo de ópalo y puede ser rojo, aunque lo haya también traslúcido. Del mismo modo, sabemos también que cuando nos habla del azogue es porque se refiere al mundo de la alquimia; si la alusión fuera a un laboratorio moderno, trataría del mercurio. Dado que hay un trasvase continuo entre el léxico de la lengua común y el de las lenguas de especialidad, con un mínimo conocimiento de términos técnicos, no solo podremos desentrañar el significado de ciertas metáforas: En mi costado esta chispa de pedernal, caído sin / dirección ni origen, ha formado un mundo de basaltos encendidos"

¿Son estos casos excepcionales?, seguramente no los únicos, Joel Sangronis Padrón nos recuerda que “El triunfo casi absoluto del positivismo en el pensamiento occidental del siglo XIX, consolidó el rompimiento con la naturaleza a la vez que sirvió de justificación al avasallamiento y sometimiento de pueblos “bárbaros, salvajes y atrasados” que no hablaban ni entendían el nuevo lenguaje lógico, científico y mercantil.



El lenguaje tecnocientífico derrotó y arrinconó al lenguaje poético, estigmatizándolo como propio de parias y locos, de hippies, soñadores y vagamundos; los hombres y sociedades que vivían integrados a sus ecosistemas naturales, comunicándose con ellos, haciéndose verbo cotidianamente con sus entornos, fueron tildados de salvajes y primitivos, de bárbaros y atrasados por quienes esgrimían a la ciencia y la técnica como estandartes de la civilización y el progreso.” Por ello el ecofilósofo y poeta español Jorge Riechmann significa: “La poesía nos recuerda que lo esencial de la vida, lo que realmente importa, es algo que está más allá de la estadística y la máquina, de la prisa y las ocupaciones, del ruido y del progreso: Algo que tiene que ver con la respiración, el vínculo y el silencio; algo relacionado con perfeccionar el arte de vivir en vez de estar absorbidos por la preocupación constante del progreso”.

Ni siquiera la filosofía puede ocuparse de este restablecimiento, como indica Vattimo: La experiencia del ser es apertura y asentimiento a un interminable horizonte de relaciones, posibilidades, encuentros. La esencia del arte consiste en “sacar a la luz” y propiciar esa apertura y ese asentimiento. Reconciliación con el mundo y con las cosas. Mediante la técnica y su agenda oculta de penetración y explotación, nunca podremos entender a la naturaleza ni apreciar su brillo. El arte hace brillar, la técnica oscurece. Heidegger se distancia de Weber (“el filósofo debe asumir el desencantamiento del mundo”), pero el reencantamiento ya no es tarea de la filosofía, sino de la poesía y el arte. Quizá por ello la poeta Olga Luis, invitada a este encuentro, disponga La Encantación al comienzo de su obra El Enero 2010 con una cita de Emily Dickinson:

 

El huerto bajo el sol

El triunfo de los pájaros

Cuando juntos construyen la victoria

Carnavales de nubes

El rapto del término de un día

Que vuelve hacia el oeste

Todo esto nos recuerda el lugar

Al que los hombres llaman paraíso

1 comentario:

  1. Magníficos relatos ,el directamente histórico cultural y la necesidad de una conciencia común en la pertenencia a una geografía (idintiraria) se suma la aportación más valiosa la poeticomusical.

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