VILLABLANCA, DOS CALLES QUE DAN AL MAR.
MATILDE MAGDALENA COELLO.
JUAN FRANCISCO SANTANA DOMÍNGUEZ
Estudios universitarios, interpretación teatral y en narración oral avalan a la persona que hoy les presentamos, a Matilde Magdalena Coello, incluso algunos de los relatos de este libro “Villablanca, dos calles que dan al mar” que hoy se les acerca han sido premiados, hecho que hace que, por tanto, se presente sin necesidad que se diga muchísimo más, pero no por ello vamos a dejar de comentarles su contenido, por cierto, además, debo decirles que con anterioridad, presentó, tanto en castellano como en catalán, el libro “ J de Juegos”.
“Villablanca, dos
calles que dan al mar” ha sido prologado por Gloria Díaz Padilla, historiadora
y profesora universitaria de La Gomera, que nos dice, entre otros, que desde
una perspectiva femenina se va a rescatar la memoria de quienes nos precedieron
en un ambiente ficticio pero con temas propios de muchos lugares de nuestras
islas: emigración, amores, contrabando o brujería, donde lo real y lo
imaginario se dan la mano… en un universo cotidiano que huele a sal.
Escogídísima frase
con la que se abre un libro, dedicado a sus progenitores, del filósofo
romántico alemán Friedrich Schelling: “Todo poeta está llamado a transformar en
algo perfecto la parte del mundo que le ha sido revelada y a crear, empleando
esta materia, su propia mitología…” y nuestra protagonista de esta noche,
Matilde Magdalena Coello, ha creado su mitología, con un exquisito lenguaje,
cuidadísimo a la hora de transmitirnos sus historias, lleno de emotividad y de
valores, de un respeto que huele a inmensa tolerancia, porque sus personajes
merecen ser esos mitos que, en multitud de ocasiones, sentimos distantes y en
esta obra se nos hacen inmensamente nuestros.
En cuanto a la obra
que hoy tenemos en nuestras manos, decir que nos vamos a encontrar con una
entrada presentándonos el marco en el que se van a mover los personajes,
Villablanca; nueve relatos y un adiós nos presentan a los doce protagonistas principales:
Clarita, Orlando y Mongo, Mauro y Candita, Mercedes la Potroca, Berta, Joanna y
Elvirita, Constanza, Pancha y Miguelito , amén de otros secundarios como
Aurelio el farero, Manolo o Nicolás el Remilgado. Nueve relatos para doce
protagonistas, en los que prevalecen sus tragedias, que se conocen por
compartir espacio y tiempo de vida, en una época en las que las carencias
hacían de cualquier nimiedad un auténtico tesoro. Temas de tiempos pasados, los
de la dictadura franquista, que también podemos sufrir, sí, sufrir, hoy en día:
el mal presagio que conduce al suicidio; el amor entre iguales que solo es
aceptado por las personas de mente abierta y libres de mala conciencia
“dejándoles coger del frutero la fruta que se les antoje”, con un ser que nunca
encontró en las caricias de otra la boca de un amado que jamás olvidaría y el
abrazo que duraría hasta su muerte pues nunca se volverían a ver en el intento
de buscar un lugar en el que se pudiera amar libremente; la broma que humilla y
condena de por vida a convivir con la tristeza a un ser humano enamorado y el
remordimiento que le queda al que se equivocó manteniendo aquel amor hasta la
misma muerte; el rechazo social al que no es bien agraciado físicamente pero
que no deja de amar a pesar de que nadie, salvo en su imaginación, le haga el
más mínimo caso; la que no era puta y sí libre, la bruja que dejó ahogarse a su
hijo porque creyó que se le demandaba desde otro lado, la misma que amó y se
convirtió en burra para arar las tierras de su amante que no pudo acudir a
hacer su trabajo, de madrugada, por acostarse con ella. Esta historia me trajo
a la mente lo que escuché decir a mi segundo padre y a mi segunda madre,
Francisco y Lola, él vivía en Valleseco y ella en Teror y en una ocasión, en
uno de sus regresos después de ver a su novia, llegando a Valleseco vio a una
mujer que se convirtió en una cabra… eso lo escuché más de una vez, por lo que
este tipo de historias forma parte de nuestra memoria, de la colectiva, de las
islas; la amistad o amor sin condiciones de una protagonista emigrante y una
niña adolescente que la veneraba, haciéndonos ver que hay un idioma universal,
por arriba del francés, checo, ruso, inglés o el alemán al que renunciaba, que
se llama lenguaje de gestos o empatía todo mezclado con el miedo a la
persecución de aquellos que consideraban inferiores a los otros que había que
exterminar; el ser capaz de vivir en un mundo de sueños, enamorada de los faros
y del farero, por eso de la luz, quizá, o por ser sencillamente diferente,
asomada al balcón que tiene por comienzo el horizonte; la reina de Villablanca
o el ser rebelde que casi todo lo podía, la que era capaz de hacer realidad
muchos sueños, la transgresora con las normas sociales de una época que frustró
muchos proyectos de vida; o el ser que hacía feliz a los demás, a pesar de sus
travesuras, el que fue capaz de conseguir, con un “Te quiero”, atado a las
patitas de unas palomas, que todos los protagonistas, al menos por un instante,
fueran todo lo felices que había soñado ser. En suma, que he sufrido las
tragedias pero que he gozado de ellas porque, en cierto modo, son la vida
misma, con sus luces y sus sombras, aunque primen, en general, los fracasos,
presentados con un mimo y una forma de narrarlos que enamora. Mis
felicitaciones a su autora y a la editorial que ha decidido publicarla. Solo me
queda decirles que la adquieran porque es una obra que nos dejará marcados y
que no olvidaremos y con esas premisas nada queda por añadir. Que la disfruten
como yo lo he hecho.
Juan
Francisco Santana Domínguez
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