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miércoles, 15 de junio de 2022

¡¡PEPE!! ¿Qué haces tú aquí?

 

¡¡PEPE!! ¿Qué haces tú aquí?

          QUICOPURRIÑOS

          Para comprender lo que voy a contar no estaría de más ponernos un poco en situación, presentar al personaje. Y para ello, nada mejor que empezar por el principio, que las historias, como la vida misma, tienen su principio, su recorrido y también su fin, que a todos nos llegará.

Pues respecto al principio, toca decir que, vino a nacer el buen hombre allá por la Guinea, en Fernando Poo, cuando corría el mes de abril del año 1957 y todavía no habían sonado los aires de la independencia que, mirándolo bien, lo único que consiguió fue cambiar un dictador blanco por otro dictador negro, el color local. Ser el mayor de siete hermanos imprime carácter, más aún ser el mayor de una ristra de diablillos, de “Angelitos Negros” que diría Machín, a cual más peculiar, a cual más entrañable, a cual más querido. Quizá por eso, a su primer nombre de pila le seguía, de segundo, el de Angel.

          Aterrizó con su familia en la Isla que vio nacer a su madre a principios de los setenta, formando parte  de los que apuraron su salida de la colonia hasta casi el final de la dominación española, en plan a “Los últimos de Filipinas”,  escapando rumbo a Tenerife y dejando el terruño donde fuera alumbrado por una lagunera, lugar en el que transcurrió su infancia, la etapa más bonita y feliz de una vida familiar y tranquila en palabras de Concha, su madre. Dejar el sitio seguro le produjo tristeza, la hermosura del paisaje, las gentes,  la familia que allí quedó, las calles a las que volvió unos días, a finales de  la primera década del 2000, en un vano intento de recuperar algo, de sentir algo, de palpar algo ,de volver a respirar el aire que respiraba cuando corría de niño por sus rincones, y del que tuvo que salir corriendo, como corre un ladrón sorprendido en plena faena en casa ajena, sólo que aquella era su casa o había sido su casa, su tierra o ese creía.

Ya en Tenerife, la querida familia de la que hablo, terminó fijando su residencia en la toscalera calle de García Morato, calle y barrio en el que, desde el minuto uno, se integraron plenamente impregnando a la zona de un aire nuevo, de un nuevo color. Pero, es que, el Barrio del Toscal es mucho Barrio, sabe abrir sus corazones e incorpora fácilmente al que se deja querer, como es el caso que nos ocupa, tanto es así, que la calle “García Morato”, pasados los años, cambió su nombre por el de “La Tolerancia”. Y a partir de entonces aquellos niños llegados de la África Española cambiaron su entorno de Fernando Poo por el Santa Cruz de las todavía Fiestas de Invierno, de las  Fiestas de Mayo, de los partidos del Tenerife o del Náutico de baloncesto de las doce de la mañana, terciados los domingos, en la cancha de la Avda. de Anaga, de los juegos escolares en la desaparecida “Ciudad Juvenil” donde siempre había un Mascarell en alguno de los equipos que allí jugaran un partido.  Y claro, más conocidos que la raspa.

Pepe, Pepito, que es nuestro protagonista ya camina, como tantos que le conocemos, hacia esa edad de la jubilación. Tiempo ha tenido pues para conocer gente y tanto que lo ha tenido. Bienvenido sea ese invento de la agenda en el móvil que le permite incorporar el teléfono y nombre de todas las personas que ha ido conociendo a lo largo de los años y que   suma como amigos, pues ni en una, ni en dos, ni en una docena, ni en… de las agendas en vigor a su llegada, cabrían. Y es el número de amigos que le rodean y le aprecian, lo que explica el principio y final de este cuento que titulo: ¡Pepe! ¿Qué haces tú aquí?, porque, al igual  que decía  que todo tiene un principio, también es sabido que todo tiene un final, y como la gente fallece, se va o tiene que marchar porque el de la guadaña tarde o temprano nos llama, tenemos al amigo Pepe, camino del Tanatorio a dar el pésame a una querida amiga de siempre cuya madre había fallecido y nos disponíamos a despedir. Pepe, que siempre llega tarde y con prisas, erró la dirección y  de los dos tanatorios que rodean el Cementerio de Santa Lastenia, fue al de toda la vida, en lugar de al nuevo. Y como a la carrera va, no cayó en la cuenta de leer el nombre de los difuntos que se anuncian en las pantallas de acceso, sino que tiró escalera arriba que ya me encontraré con alguien conocido y sabré en que sala se encuentra la difunta pensaría. Y resulta que  debiera haber sido así pero, al final de la escalera, alguien, que nada tenía que ver con la parentela  del difunto que había requerido su presencia,  le salta   con un ¡Pepe!, ¿qué haces tú aquí?, a lo que Pepe extrañado balbucea un yo venía al entierro de la madre de…y tú?, ¿Yo?, porque se murió mi padre. Pues mi más sentido pésame fue la socorrida salida del amigo al que le dedico hoy mi cuento. Medio confundido prosiguió por el pasillo y ve al fondo otra cara conocida, al que rápidamente se aproxima con un gesto de por fin llegué y al saludarle, este le con cara de sorpresa le dice: ¡Pepe, ¿qué haces tú aquí? a la vez de que le informa este segundo que también se le había muerto su padre ante lo cual Pepe, nuestro Pepito, le dio un sentido abrazo. Matar dos pájaros de un tiro no sería la expresión más indicada dadas las circunstancia, pero, como no hay dos sin tres, al final Pepe, cruzó la calle y llegó al entierro correcto, a la sala correcta del tanatorio correcto, donde dio el correspondiente pésame, el que se proponía  dar cuando salió de su casa. Y es que, a la tercera va la vencida.

 

          A mi querido Pepe Mascarell, parte de mi familia.

 

                                       quicopurriños

         

 

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