“DISTANCIA DE SEGURIDAD”
QUICOPURRIÑOS
Eso fue lo que yo leí, el pasado martes día 7, cuando estando tomando una “Fanta Naranja” en una de esas terrazas del Centro Comercial San Eugenio, en Playa de Las Américas, Adeje, Isla de Tenerife, mis riñones se debieron sentir llenos y me invitaron a visitar los servicios, urinarios o WC, que al estar en un Centro Comercial, eran comunes para todos los locales que allí se concentran. A él confluíamos clientes provenientes de terrazas, pizzería, tiendas electrónicas regentadas por hindús, por indios que no necesariamente han de pertenecer a esa confesión religiosa, aunque en Canarias siempre, por extensión nos referimos a los indios de toda la vida, como hindús; y también de alguna agencia de viajes o de una notaría o de una peluquerías o de un “ beauty nails point painting service” y hasta de un sex-shop con las últimas novedades en lencería erótica, juguetitos sexuales y lubricantes de todo tipo. Por cierto este último establecimiento lucía un cartel en la acristalada puerta de cristal ofreciendo trabajo como dependiente/a.
Bajé las
escaleras siguiendo la llamada, no de cupido, sino la que me exigía vaciar la
vejiga y entré en el lugar destinado a miccionar, que en ese momento terminaba
de adecentar una empleada de una empresa de limpieza que había dejado el lugar
como los chorros del oro, aseado como tiene que ser, desinfectado y
convenientemente perfumado. Al frente y dispuestos en batería directamente
sobre la pared azulejeada, se disponía una ristra de artilugios blancos, como
el de la fotografía que ilustra esta confesión, cuyo fin , destino o función es
servir de recipiente a lo que los usuarios han de depositar en él. Claro está
que no era el único ser que en esos instantes hacía uso de las instalaciones, viéndome
como había de compartir mi proceso de vaciado, con una serie de varones que por
su indumentaria me dieron a entender que se trataban de turistas que pasaban
unos días en esa localidad sureña. A esa conclusión llegué, tras un rato de
reflexión, al juntar todas las impresiones que esos individuos proyectaban. A
saber: pantalones o bermudas coloreadas, sandalias con calcetines blancos, gafas
de Sol colocadas en la cabeza pero curiosamente enfocando hacia la nunca los
cristales de los espejuelos, camisas surferas desabrochadas que dejaban ver unas
barrigas cerveceras cuya piel, haciendo juego con la de la cara, tenían un
color extremadamente rojizo, a excepción de la de un visitante de color negro
que se encontraba delante del primero de los aparatos dispuestos a la finalidad
que ya he referido. Pues bien, por eso, y porque entre ellos intercambiaron
alguna palabra y alguna risa, deduje que eran extranjeros, de las afueras,
porque de lo que decían solo entendí las risas, que sonaban como las nuestras,
pero de lo que decían, nadita.
Pero yo venía a
lo que venía y al ver el cartel, al leer que decía “mantenga la distancia de seguridad” me dije, ¡quieto
parado! aunque ya me había desabrochado la bragueta y tenía al aire lo que ya saben.
Y claro, la distancia de seguridad son, si no recuerdo mal, dos metros que ya
son centímetros uno tras otro para
acertar en ese recipiente blanco, de principio a fin, y sin dejar rastro por el
camino. Pero el cartel era una orden y
las instrucciones, como las leyes, hay que cumplirlas a raja tabla, en sentido
literal. Así que me retiré unos pasos hacia detrás, calculé la distancia, el
recorrido y la curva que tendría que describir el líquido elemento y la
potencia que tendría que imprimirle al disparo a fin de acertar y cumplir con
la norma que intentaba acatar . A todas estas observaba que, los que ya he
explicado que eran extranjeros, ni respetaban la distancia de seguridad ni ya reían, tan solo me observaban. Ello me
intimidó un poco, a fuerza de ser sincero, al constatar que, por cumplir con lo que el cartel rezaba, mi
miembro multiuso , que en ese momento no
cumplía precisamente con la función placentera, quedaba expuesto a la
vista de todos.
Lo que a
continuación ocurrió prefiero narrarlo
resumiendo pues me dio mucha vergüenza el constatar que pese a mi voluntad de
ser fiel cumplidor de la legalidad vigente, el resultado fue desastroso, porque
erré en el disparo, aunque a mi favor he
de decir que no pude practicar previamente a la acción que hasta allí me había
trasladado. Más de la mitad del líquido expulsado no alcanzó su destino,
quedando esparcido entre los bordes del recipiente blanco, la perfumada pared azulejada
y el oloroso y desinfectado, ya no tanto, suelo cerámico. Terminada la misión,
o lo que aquellos pedazo voayers “guiris” considerarían una atracción turística
sorpresa, un reality, retorné el miembro a su redil pasando de la sacudida
habitual, por no fastidiar y dar aún más
trabajo a la ejemplar limpiadora, icé la cremallera y abandoné en silencio el
lugar camino de la terraza en la que me aguardaba la “Fanta Naranja” que, como
si nada hubiera pasado, me acabé de tomar
bajo un ardiente Sol del mes de junio
en La Playa de Las Américas.
quicopurriños
No hay comentarios:
Publicar un comentario