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sábado, 11 de junio de 2022

“DISTANCIA DE SEGURIDAD”


“DISTANCIA DE SEGURIDAD”

       QUICOPURRIÑOS

          Eso fue lo que yo leí, el pasado martes día 7, cuando estando tomando una “Fanta Naranja” en una de esas terrazas del Centro Comercial San Eugenio, en Playa de Las Américas, Adeje, Isla de Tenerife, mis riñones se debieron sentir llenos y me invitaron a visitar los servicios, urinarios o WC, que al estar en un Centro Comercial, eran comunes para todos los locales que allí se concentran. A él confluíamos clientes provenientes de terrazas, pizzería, tiendas electrónicas regentadas por hindús, por indios que no necesariamente han de pertenecer a esa confesión religiosa, aunque en Canarias siempre, por extensión nos referimos a los indios de toda la vida, como hindús; y también de  alguna agencia de viajes o de una notaría o de una  peluquerías o de un “ beauty nails point  painting service” y hasta de un sex-shop con las últimas novedades en lencería erótica, juguetitos sexuales y lubricantes de todo tipo. Por cierto este último establecimiento lucía un cartel en la acristalada puerta de cristal ofreciendo trabajo como dependiente/a.

          Bajé las escaleras siguiendo la llamada, no de cupido, sino la que me exigía vaciar la vejiga y entré en el lugar destinado a miccionar, que en ese momento terminaba de adecentar una empleada de una empresa de limpieza que había dejado el lugar como los chorros del oro, aseado como tiene que ser, desinfectado y convenientemente perfumado. Al frente y dispuestos en batería directamente sobre la pared azulejeada, se disponía una ristra de artilugios blancos, como el de la fotografía que ilustra esta confesión, cuyo fin , destino o función es servir de recipiente a lo que los usuarios han de depositar en él. Claro está que no era el único ser que en esos instantes hacía uso de las instalaciones, viéndome como había de compartir mi proceso de vaciado, con una serie de varones que por su indumentaria me dieron a entender que se trataban de turistas que pasaban unos días en esa localidad sureña. A esa conclusión llegué, tras un rato de reflexión, al juntar todas las impresiones que esos individuos proyectaban. A saber: pantalones o bermudas coloreadas, sandalias con calcetines blancos, gafas de Sol colocadas en la cabeza pero curiosamente enfocando hacia la nunca los cristales de los espejuelos, camisas surferas desabrochadas que dejaban ver unas barrigas cerveceras cuya piel, haciendo juego con la de la cara, tenían un color extremadamente rojizo, a excepción de la de un visitante de color negro que se encontraba delante del primero de los aparatos dispuestos a la finalidad que ya he referido. Pues bien, por eso, y porque entre ellos intercambiaron alguna palabra y alguna risa, deduje que eran extranjeros, de las afueras, porque de lo que decían solo entendí las risas, que sonaban como las nuestras, pero de lo que decían, nadita.

          Pero yo venía a lo que venía y al ver el cartel, al leer que decía “mantenga  la distancia de seguridad” me dije, ¡quieto parado! aunque ya me había desabrochado la bragueta y tenía al aire lo que ya saben. Y claro, la distancia de seguridad son, si no recuerdo mal, dos metros que ya son centímetros uno tras otro  para acertar en ese recipiente blanco, de principio a fin, y sin dejar rastro por el camino. Pero el cartel  era una orden y las instrucciones, como las leyes, hay que cumplirlas a raja tabla, en sentido literal. Así que me retiré unos pasos hacia detrás, calculé la distancia, el recorrido y la curva que tendría que describir el líquido elemento y la potencia que tendría que imprimirle al disparo a fin de acertar y cumplir con la norma que intentaba acatar . A todas estas observaba que, los que ya he explicado que eran extranjeros, ni respetaban la distancia de seguridad  ni ya reían, tan solo me observaban. Ello me intimidó un poco, a fuerza de ser sincero, al constatar que,  por cumplir con lo que el cartel rezaba, mi miembro multiuso , que en ese momento no  cumplía precisamente con la función placentera, quedaba expuesto a la vista de todos.

          Lo que a continuación ocurrió  prefiero narrarlo resumiendo pues me dio mucha vergüenza el constatar que pese a mi voluntad de ser fiel cumplidor de la legalidad vigente, el resultado fue desastroso, porque erré en el disparo, aunque  a mi favor he de decir que no pude practicar previamente a la acción que hasta allí me había trasladado. Más de la mitad del líquido expulsado no alcanzó su destino, quedando esparcido entre los bordes del recipiente blanco, la perfumada pared azulejada y el oloroso y desinfectado, ya no tanto, suelo cerámico. Terminada la misión, o lo que aquellos pedazo voayers “guiris” considerarían una atracción turística sorpresa, un reality, retorné el miembro a su redil pasando de la sacudida habitual, por no fastidiar  y dar aún más trabajo a la ejemplar limpiadora, icé la cremallera y abandoné en silencio el lugar camino de la terraza en la que me aguardaba la “Fanta Naranja” que, como si nada hubiera pasado, me acabé de tomar  bajo un ardiente  Sol del mes de junio en La Playa de Las Américas.

                                                                            quicopurriños

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