LA DANZA DE LA OSCURIDAD( NARRATIVA) 3
DUNIA SANCHEZ
El espejo. Mi cuerpo desnudo. Mi cuerpo mojado. La primavera. Su reflejo ausenta mis años, las estaciones donde he sido cazada por el vivir. Estoy aquí ahora. El espejo. Un cuerpo con vientre abultado luce en la sensatez, en los años que andamos cautivos por las experiencias buenas o no. Ahora, aquí quieta, esbozo el abandono de todo mal, me quedo conmigo frente a este espejo. Alguna sirena de emergencias se escucha, allá, aquí, donde la ciudad toma su orden, su dejadez, su caos. Frente a el imagino esos pueblos donde lo insensato, donde el martirio, donde la agonía se presta al ahogamiento de esta sociedad.
Hay
guerras. Todavía existen las guerras. Hay epidemias. Todavía existen epidemias.
Hay hambre. Todavía existe el hambre. Hay torturas. Todavía existen torturas.
Todo se pierde, todo desciende donde las llamas de la maldad, de la venganza,
de la mentira, de la ignorancia desluce, quema este siglo veintiuno. No hemos
avanzado, un retroceso nos lleva al absurdo, a la trivialidad de nuestras
acciones que perjudican, que amenazan, que asesinan a este mundo. La gravedad
es verdadera. La gravedad es evidente. La gravedad nos hace participe de este
delirio. El espejo. Miro y observo cada miembro que es mío, solo eso, mi
cuerpo, mi cuerpo desnudo. Lo demás sobra. Así nacimos en este mundo. Un mundo
llamado tierra. Las sirenas ya no suenan solo la polución de una ciudad que
deriva todos sus pasos al mar. En cierto grado no tengo excusa, no tengo
perdón. Podría, yo que se, salir a la calle y gritar, con mi única voz. La voz
del terror. La voz de la herida. La voz de la muerta. Deteneos ya. Parad.
Parad. Todo es estúpido. Y a veces siento ganas de apuntar con una lengua
afilada de veneno sobre aquellos que quebranta la vida ¡Oh la vida¡ ¡ Oh la
inocencia¡ No. No nada que hacer con la catastrófica bestia de las armas, con
la razón carcomida por el odio. Un odio que se transforma en firmeza en cada
una de las acciones malevolentes. Temblor. Tiemblo , el tiempo pasa, el tiempo
me arrastra como espesa niebla que calla y en silencio se esconde, se disculpa
sin perdón de no hacer nada. Y entonces donde está la palabra, la palabra paz.
El espejo. Estoy serena y tiemblo…CONTINUARÁ
LA DANZA DE LA
OSCURIAD (NARRATIVA) 4
CAPITULO 4
Miro por la ventana, una ventana
donde la calima se incrusta con su sabor a tierra, a la madre tierra. Y es que
es así, la atmosfera se vuelve rara y nos manosea con esta tierra que llueve.
La visión se hace borrosa, el horizonte se presta a un quejido infinito. No se
ve nada, el embrujo del polvo sahariano nos muestra lo pequeños que somos.
Somos un mundo diminuto en la inmensidad de agujeros negros de viejos planetas.
La muerte de galaxias en el misterio del universo. Miro por la ventana, una
vecina pasea a su perro o su perro pasea a la vecina, según se mire. La
barbarie es descanso. Descanso ahora con mi cuerpo desnudo, con mi cuerpo aun
húmedo, aunque el calor yazca potente en mi rostro. En mi rostro imbuido en la
monotonía de los días. La mujer que pasea su perro desaparece y un silencio
descomunal por unos momentos resalta en esta ciudad. Todo es callado y no me
gusta a estas horas. Después vendrá un tiempo traidor, un tiempo deslucido por
violencia. Ahora, se está alimentando para después vomitar. Pero mientras tanto
, la calma, una calma que persevera la ausencia de lo brusco. La vecina con su
perro vuelve a pasar ante este tiempo bochornoso. La humedad de mis carnes por
instantes se mezcla con el sudor. Otra vez sudando. Hace mucho calor, las
temperaturas son altas. Un aire tibio se cruza en mis ojos y no me deja
aliento. Miro por la ventana, no sé a que espero, a la señora con su perro,
algún que otro vecino con otro perro y así sucesivamente. Fijo mi vista en el
jardín del edificio, cuidado, demasiado cuidado. Rosas, esterilizas, setos
gravitan en su pequeñez, pero bello a la vez. No hace falta ser perfecto. No
hace falta ser exagerado, lo insignificante también puede traer belleza,
también puede traer la perfección de ese momento. Ese momento en que mis ojos
visualizan el jardín. Ese momento en que mi casa huele a ese jardín. Ese
momento en que me detengo y saboreo ese jardín como un gran deleite para el alma. La calle se queda sola
únicamente, farolas y aceras que nos llevan, que nos traen, que nos guían en el
rumbo de los días. Me aparto de la ventana, me lío una toalla y de nuevo voy a
refrescar este cuerpo, que suda. Más y más sudor. Un sudor que se abandona al
agotamiento, a la relajación. Soy yo,
vida presente de esta atmósfera por la que nos dejamos llevar. Soy yo ,
conquistada por repetitivas escenas a lo largo de las horas , de los minutos,
de los segundos. Es así cuando la soledad nos aplaude, sola con mis manías y no
manías. Mientras la cafetera bulle de nuevo…
CONTINUARÁ
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