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lunes, 23 de mayo de 2022

CORRECCIÓN POLÍTICA

 

CORRECCIÓN POLÍTICA

Juan Claudio Acinas

Cualquier discriminación, cualquier Segregación se debe reparar. Es lo justo. Pero las buenas intenciones no bastan. Un error no se compensa con otro, ni un exceso con otro.

El ansia de corrección moral y política es un instrumento de furor sectario, propicio a los guardianes de la virtud, expertos en prescribir y proscribir, en disciplinar y decirnos lo que debemos pensar, decir, hacer. De tal modo que, a medida que aumenta la atracción por la homogeneidad o el conformismo, se agrava el riesgo de la independencia, el peligro de disentir o discrepar, y ello en ámbitos como la raza, el género, la afinidad sexual o la ecología, también como el de los animales de un circo o la cabra de los gitanos.

Se suele pensar que la political correctness se originó en los campus universitarios de EEUU a partir de los años 80 del siglo XX. Pero siempre hay antecedentes más lejanos. Por ejemplo, entre nosotros, cuando hacia 1925 y durante diez años, la izquierda acribilló a Jorge Guillén por haber escrito que “el mundo está bien hecho”, en una décima titulada Beato sillón. Sin darse cuenta que en el contexto subjetivo de la décima (hacer la siesta en un buen sillón después de haber comido bien), en ese momento, en que no pasa nada, ciertamente, el mundo es redondo y perfecto, está bien hecho.

Y en eso estamos, en medio de rechazos tiquismiquis, de cruzadas ortogonales con exigencias de pureza para expurgar de “imaginarios excluyentes” y “supremacismo homófobo” o quizá alguna “impronta eurocolonial” entre los autores clásicos. Es lo que ocurre cuando, por poner otro ejemplo, Amanda Gorman exige que sus poemas solo sean traducidos por “una mujer, joven, activista, poeta, con experiencia como traductora y, preferentemente, afroamericana”… Y es que en “la fauna de las falacias”, siguiendo a Luis Vega, las ad personam son como un virus en peligro de expansión. Hasta el punto que, para evaluar la obra de alguien (Sade, Carroll, Machado, Céline, Nabokov…), no se analiza esta, sino que se indagan en las orientaciones equívocas del autor y se requieren sus antecedentes criminales junto a un certificado de buena conducta.

 Es tragicómico que Aterriza como puedas sea imposible que hoy se pueda filmar, una película de parodia de parodias (spoof movie) que más de 40 años después ya no se atreven a reponer en televisión. Tan absurdo como que Hattie McDanield, activista en la lucha por los derechos civiles, fuera la primera actriz negra en ganar un Oscar por su personaje de criada en Lo que el viento se llevó, película que la plataforma HBO ha retirado de su catálogo por racista. Y otro tanto cabe decir del rock de Burning o La Orquesta Mondragón, por no hablar de algunas canciones de Los Chunguitos o las Vulpes con su “Quisiera ser una zorra”.

Hay una moralina mojigata y puritana, integrista y censora, muy pedagógica, eso sí, que no deja respirar, con una lista infinita de humillados y ofendidos, en cuyo nombre un montón de letras escarlatas, fatwas y cazadores de lo no pertinente se expanden con malhumor por doquier. Una presión implacable que, con sus clics, tuits o hashtags, adopta un perfeccionismo inflexible, rigorista, empoderado (¡vaya palabra!), tan anacrónico como brutal, “sinflictivo”, de acuerdo con Leonardo Padura, ya que vivir en el conflicto es justamente lo humano.

Por todo eso, “la expresión políticamente correcto no me gusta, porque va asociada a un intento de silenciar algo, de poner límites, porque cada vez es más difícil bromear sin ofender a nadie”.

Mais je suis incorrigible, je suis Charlie!

 

 

Referencias

 

G. Kuipers, “Cada vez es más difícil bromear”, La Vanguardia, 25.09.16.

Leonardo Padura, “Padura vs. Padura”, Cuba sí, 12.04.15.

Javier Pérez Escohotado (ed.), Jaime Gil de Biedma. Conversaciones, 2015.

Luis Vega, La fauna de las falacias, 2013.

Darío Villanueva, Morderse la lengua, 2021.

 

 

Juan Claudio Acinas

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